"Niños de tiza" David Torres
"En mi barrio vivía una sirena. A veces la oíamos cantar por la mañana temprano, cuando pasábamos bajo su casa de camino al colegio. Cantaba, con una voz que no logro recordar, una de esas canciones infantiles que no se borran jamás de la memoria y que son como huellas de botas en el cemento fresco. Al pasar la barca, me dijo el barquero". Roberto ha vuelto al barrio, después de muchos años, para cuidar de su madre operada de varices. Roberto ha dado muchas vueltas y ha llegado incluso a ser campeón europeo de los pesos medios, y pudo haber aspirado al título mundial, pero una derrota en México cortó de cuajo sus aspiraciones pugilísticas y le dejó una sordera de anfibio "cuando un puñetazo de más me rompió algo por ahí dentro, cerca del tímpano". Desde entonces oye poco y pega mucho, porque lo que aprendió en el boxeo, despejado del lastre de las normas y sin la vigilancia de un árbitro, es lo que le sirve ahora para ganarse la vida y es que finalmente se quedó "en matón de barrio, en justiciero por encargo que recogía la basura que nadie —ni la policía, ni los abogados, ni nadie— quería recoger".
Pero ahora ha vuelto al barrio, a San Blas, y el pasado le va saliendo al encuentro en cada esquina. El barrio ya no es lo que era, nada es lo que era. Han desaparecido amigos y compañeros; unos comercios han sido sustituidos por otros; la sirena ya no está en el tercer piso, asomada al balcón cantando sus canciones infantiles, y tampoco hay rastro de la Mano Negra cuyas primeras pintadas aparecieron un día de abril en las paredes del pasadizo que llevaba al colegio.
Tampoco está Pedrín, su mejor y más viejo amigo, pero él ya se había marchado mucho antes que Roberto. "Pedrín es el amigo más antiguo del que guardo memoria. Fuimos juntos hasta séptimo de EGB, cuando su familia se cambió de barrio, y los dos vivimos esa separación como si fuese una agonía, una auténtica catástrofe. No he tenido, y probablemente no vuelva a tener jamás, una relación más íntima con nadie".
Muchas cosas han cambiado en el barrio, pero otras siguen como siempre, si es que algo puede estar como siempre después de tantos años. Allí sigue Lola, tan atractiva como siempre, con tanto carácter como siempre y además con una hija y un divorcio a las espaldas. Allí sigue Romero, el gitano con ojos como chinchetas de un color azul eléctrico, más matón y desalmado que nunca tras su paso por la cárcel y con ese carácter que las drogas y la vida le han agriado cada vez más. Allí está el Lenteja con la lenteja más grande y repulsiva que nunca. Allí está el Chapas, tan chistoso como siempre, pero dedicándose a lo que jamás hubiera pensado Roberto que se pudiera a dedicar: el Chapas, junto con Pedrín y Vázquez, los mejores amigos, aunque de tener que elegir uno como el mejor, sería Pedrín. Allí sigue la piscina en la que casi se ahoga de niño perseguido desde el borde por un padre que no sabía qué hacer con su dolor y su frustración.
Y también está allí el cura, Osorio, el mismo que le aficionó y le enseñó a boxear; el mismo que hoy enseña a boxear a los inmigrantes a los que conviene dar una actividad que les ocupe la mente y el tiempo que, de otra forma, ocuparían en las calles y en el peligroso aburrimiento que eso trae consigo. El padre Osorio sigue igual, solo es un poco más viejo, pero sigue siendo el cura grande con la nariz abollada y la cara cosida a cicatrices; el cura que tronaba desde el púlpito para despertar a los fieles que se dormían al calor de la iglesia; el cura que daba cobijo a los izquierdosos del barrio que tocaban la guitarra en sus misas; el cura que "en tiempos del franquismo solía ir de paisano y ni siquiera se ponía el intermitente del alzacuellos, pero cuando cambiaron las tornas le gustaba lucir la sotana. Cuando le preguntaban por qué, decía: «Por llevar la contraria. Al poder siempre hay que llevarle la contraria»". Uno de aquellos curas.
"Niños de tiza" tiene un ritmo que va in crescendo, sin parar de acelerarse. Tras presentarnos el barrio, sus recuerdos y sus personajes, comienzan a complicarse las cosas y la novela se mete en una trama negra cuya tensión va en aumento de un modo sostenido. Mafias inmobiliarias tratando de aprovechar la probable elección de Madrid como sede de las Olimpiadas y la construcción en el barrio del estadio olímpico, en el mismo erial donde antes hubo actividad comercial y después ruinas abandonadas. "Tenía gracia que ahora, tantos años después, quisieran construir ahí al lado un estadio olímpico. Cuando apenas levantábamos un metro del suelo ya nos dedicábamos a lanzar piedras contra los cristales de las factorías desahuciadas y a pegar balonazos contra porterías dibujadas con tiza"; la tía Angustias que se niega a vender su casa para las obras; un niño de nombre Rashid que asalta neveras y fruteros, y de cuyo cuello cuelga una llave que oculta una terrible historia; una empresaria en silla de ruedas que nos recuerda otra silla de ruedas; unos matones con un trabajo actual que realizar y deudas antiguas que cobrar y que pagar; una muerte del pasado que no quedó clara y que tal vez ahora se pueda resolver.
No, la vuelta de Roberto al barrio no ha sido tan tranquila y aburrida como el simple cuidado de su madre hacía suponer. Roberto se encontrará con el pasado en el más amplio sentido de la palabra: con sus deseos más secretos, con los recuerdos de aquella niña de la que fue el único amigo que tuvo y que cantaba "al pasar la barca me dijo el barquero...", con el amigo casi olvidado, con los enemigos que nunca lo olvidaron, con la mujer de sus sueños. Roberto, matón a sueldo, ex boxeador y ex alcohólico, piensa por un momento que su destino no tiene por qué estar escrito en tinta roja, cicatrices y huesos rotos. "Resulta que sí se podía cambiar, que todavía estaba a tiempo de aceptar el trabajo que me ofrecía la viuda de Sampere, casarme con Lola, llevar una vida que no consistiese únicamente en dar tumbos y pegar hostias. Siempre estaba a tiempo de buscar un trabajo de verdad, empezar a fumar, sentar la cabeza, echar tripa". Pero a ciertas edades y con un bagaje tan marcado desde hace tantos años, el peso de lo que se lleva a la espalda es demasiado grande como para levantar la cabeza y poder mirar el futuro con tanto optimismo. Al fin y al cabo, "la muerte no es más que un chiste malo que pone fin a una mala película cómica".
No conocía a David Torres, pero me vino recomendado, y muy bien recomendado, por Kirke, del blog "Leer, el remedio del alma". Luego vi que esta novela en concreto, se llevó el Premio Dashiell Hammett en 2009, y puesto que es un premio que me gusta mucho, no dudé en empezar por "Niños de tiza" a leer al autor. Todo un acierto que hará que no me quede en este simple acercamiento. Indagando un poco como suelo hacer tras leer los libros, veo que recién termina de obtener el Premio de Novela Ateneo-Ciudad de Valladolid, por su última obra, "Dos hermanos" que no tardaré en leer en cuanto se publique.
Pero ahora ha vuelto al barrio, a San Blas, y el pasado le va saliendo al encuentro en cada esquina. El barrio ya no es lo que era, nada es lo que era. Han desaparecido amigos y compañeros; unos comercios han sido sustituidos por otros; la sirena ya no está en el tercer piso, asomada al balcón cantando sus canciones infantiles, y tampoco hay rastro de la Mano Negra cuyas primeras pintadas aparecieron un día de abril en las paredes del pasadizo que llevaba al colegio.
Tampoco está Pedrín, su mejor y más viejo amigo, pero él ya se había marchado mucho antes que Roberto. "Pedrín es el amigo más antiguo del que guardo memoria. Fuimos juntos hasta séptimo de EGB, cuando su familia se cambió de barrio, y los dos vivimos esa separación como si fuese una agonía, una auténtica catástrofe. No he tenido, y probablemente no vuelva a tener jamás, una relación más íntima con nadie".
Muchas cosas han cambiado en el barrio, pero otras siguen como siempre, si es que algo puede estar como siempre después de tantos años. Allí sigue Lola, tan atractiva como siempre, con tanto carácter como siempre y además con una hija y un divorcio a las espaldas. Allí sigue Romero, el gitano con ojos como chinchetas de un color azul eléctrico, más matón y desalmado que nunca tras su paso por la cárcel y con ese carácter que las drogas y la vida le han agriado cada vez más. Allí está el Lenteja con la lenteja más grande y repulsiva que nunca. Allí está el Chapas, tan chistoso como siempre, pero dedicándose a lo que jamás hubiera pensado Roberto que se pudiera a dedicar: el Chapas, junto con Pedrín y Vázquez, los mejores amigos, aunque de tener que elegir uno como el mejor, sería Pedrín. Allí sigue la piscina en la que casi se ahoga de niño perseguido desde el borde por un padre que no sabía qué hacer con su dolor y su frustración.
Y también está allí el cura, Osorio, el mismo que le aficionó y le enseñó a boxear; el mismo que hoy enseña a boxear a los inmigrantes a los que conviene dar una actividad que les ocupe la mente y el tiempo que, de otra forma, ocuparían en las calles y en el peligroso aburrimiento que eso trae consigo. El padre Osorio sigue igual, solo es un poco más viejo, pero sigue siendo el cura grande con la nariz abollada y la cara cosida a cicatrices; el cura que tronaba desde el púlpito para despertar a los fieles que se dormían al calor de la iglesia; el cura que daba cobijo a los izquierdosos del barrio que tocaban la guitarra en sus misas; el cura que "en tiempos del franquismo solía ir de paisano y ni siquiera se ponía el intermitente del alzacuellos, pero cuando cambiaron las tornas le gustaba lucir la sotana. Cuando le preguntaban por qué, decía: «Por llevar la contraria. Al poder siempre hay que llevarle la contraria»". Uno de aquellos curas.
"Niños de tiza" tiene un ritmo que va in crescendo, sin parar de acelerarse. Tras presentarnos el barrio, sus recuerdos y sus personajes, comienzan a complicarse las cosas y la novela se mete en una trama negra cuya tensión va en aumento de un modo sostenido. Mafias inmobiliarias tratando de aprovechar la probable elección de Madrid como sede de las Olimpiadas y la construcción en el barrio del estadio olímpico, en el mismo erial donde antes hubo actividad comercial y después ruinas abandonadas. "Tenía gracia que ahora, tantos años después, quisieran construir ahí al lado un estadio olímpico. Cuando apenas levantábamos un metro del suelo ya nos dedicábamos a lanzar piedras contra los cristales de las factorías desahuciadas y a pegar balonazos contra porterías dibujadas con tiza"; la tía Angustias que se niega a vender su casa para las obras; un niño de nombre Rashid que asalta neveras y fruteros, y de cuyo cuello cuelga una llave que oculta una terrible historia; una empresaria en silla de ruedas que nos recuerda otra silla de ruedas; unos matones con un trabajo actual que realizar y deudas antiguas que cobrar y que pagar; una muerte del pasado que no quedó clara y que tal vez ahora se pueda resolver.
No, la vuelta de Roberto al barrio no ha sido tan tranquila y aburrida como el simple cuidado de su madre hacía suponer. Roberto se encontrará con el pasado en el más amplio sentido de la palabra: con sus deseos más secretos, con los recuerdos de aquella niña de la que fue el único amigo que tuvo y que cantaba "al pasar la barca me dijo el barquero...", con el amigo casi olvidado, con los enemigos que nunca lo olvidaron, con la mujer de sus sueños. Roberto, matón a sueldo, ex boxeador y ex alcohólico, piensa por un momento que su destino no tiene por qué estar escrito en tinta roja, cicatrices y huesos rotos. "Resulta que sí se podía cambiar, que todavía estaba a tiempo de aceptar el trabajo que me ofrecía la viuda de Sampere, casarme con Lola, llevar una vida que no consistiese únicamente en dar tumbos y pegar hostias. Siempre estaba a tiempo de buscar un trabajo de verdad, empezar a fumar, sentar la cabeza, echar tripa". Pero a ciertas edades y con un bagaje tan marcado desde hace tantos años, el peso de lo que se lleva a la espalda es demasiado grande como para levantar la cabeza y poder mirar el futuro con tanto optimismo. Al fin y al cabo, "la muerte no es más que un chiste malo que pone fin a una mala película cómica".
David Torres |
Título del libro: Niños de tiza
Autor: David Torres
Editorial: Algaida
Año de publicación: 2010
Año de publicación original: 2008
Nº de páginas: 464
Aunque estoy en plena iniciativa #LeoAutorasOct, esta novela no incumple dicha actividad porque está leída en septiembre.
ResponderEliminarUna novela con argumento desesperanzador, cuando un "volver a empezar" no es posible. Cuando mucho de lo conocido se ha perdido y lo deseado no se encuentra.
ResponderEliminarCiertamente no se lo que tendrá de novela negra, pero tiene pinta de serlo un tanto.
El argumento desarrollado en un entorno conocido, de barrio y vecinos de toda la vida, puede ser motivación suficiente como para apuntarla a mi larga lista.
Gracias por darla a conocer.
Un beso.
Tiene mucho de novela negra (es una novela negra) porque además de los recuerdos del barrio y el reencuentro con lo que ya no existe más que en la memoria, hay toda una trama de corrupción urbanística, un crimen sin resolver y toda esa visión negra de la vida que es propia del género.
EliminarEs curioso, pero esa expresión tan utilizada, el "Volver a empezar", no es posible más que para cosas fútiles. Se puede volver a empezar una receta que te ha salido mal, o una labor de costura, pero en las cosas importantes de la vida nunca de "vuelve a empezar", como mucho, se empieza una cosa nueva, pero los asuntos que no se terminaron, quedan sin terminar o se resuelven por caminos diferentes.
Un beso.
No tenía idea de este joven escritor, pero ahora que ya he leído tu sugerente reseña, me ha parecido una lectura que puede despertar mi interés, ya que me ha gustado su argumento y sus personajes, de modo que gracias a las dos (Paloma y tú) por vuestra recomendación. Trataré de encontrarla aquí en Internet.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias a Paloma tuve noción de este autor. Empecé con esta novela por ser Premio Dashiell Hammett, un premio que para mí tiene todas las garantías y, una vez más, ha cumplido las expectativas. Seguiré con otros libros del autor, por supuesto.
EliminarUn beso.
Conozco el libro, David Torres es un escritor solvente y muy interesante. "El Gran Silencio", por el que fue finalista del Nadal, también tiene a un ex-boxeador como protagonista, si no recuerdo mal y tiene otros puntos en común con la novela que reseñas. Esas historias de barrio y reencuentros, bien aderezadas, me gustan. Será que estoy en la edad de la nostalgia (eso estoy leyendo ahora precisamente, "Nostalgia" de Cartarescu), jaja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Por lo que dice Paloma más abajo, ese personaje de "El gran silencio" es el mismo que el de "Niños de tiza" por lo que será, probablemente, el próximo libro que le lea.
EliminarSi te gustan las historias de barrio, te recomiendo, además de esta, "Tigres de cristal" de Toni Hill. En este caso es un barrio de Barcelona y la novela es mucho más reciente. También es muy buena.
La nostalgia duele tanto como atrae. Es un sentimiento traicionero con el que tengo mis más y mis menos.
Un beso.
Casi parece una obra coral, con tantos personajes e historias entrelazadas a lo largo del tiempo. Me gustan estas novelas con un trasfondo nostálgico del que vuelve a su lugar de origen y pretende recuperar un futuro que ya no existe y su adaptación al nuevo entorno.
ResponderEliminarUna sugerencia a tener muy en cuenta.
UN beso.
No diría yo que sea una obra coral. Son los antiguos fantasmas de Roberto. Algunos verdaderos fantasmas y otros, tan solo fantasmas en el recuerdo, pero personas de carne y hueso en su momento actual. Todos están perfectamente imbricados en la(s) historia(s), en los dos tiempos narrados, el presente vivido y el pasado recordado y, a veces, mal recordado.
EliminarMuy a tener en cuenta.
Un beso.
Pues otro que yo también pongo en cola ;) No conocía la novela ni al autor pero me ha enganchado tu reseña. Un beso, Rosa.
ResponderEliminarEncantada de haberte descubierto a este autor que creo que merece la pena conocer. esta novela me ha gustado mucho y Leeré más, por supuesto. Espero que a ti también te guste.
EliminarUn beso.
Yo también me estrené con este autor con Niños de tiza y desde entonces ya llevo leídas unas cuantas novelas de él y ninguna me ha defraudado. Es estupendo.
ResponderEliminarDe esta novela que nos traes a mí me encantó la descripción de un barrio obrero de toda la vida, quizás porque yo me crié y aún vivo en uno de ellos, de hecho está muy cerca de San Blas (barrio que también conozco porque ahí viven amigos míos). Mi barrio, aunque no fue tan castigado por las drogas como algunas zonas de San Blas, es muy parecido y la vida de la pandilla en la calle era muy similar. Al igual que el barrio de Roberto, ahora es muy distinto, la gente apenas se conoce entre sí y los niños ya no juegan en la calle, se quedan en el colegio con sus actividades extraescolares o en casa jugando al ordenador. En fin, ese aspecto es el que más me gustó de todo lo que cuenta y describe David Torres.
Compruebo que el autor te ha gustado y te invito a seguir leyendo cosas de él. El gran silencio supongo que también te gustará, y el personaje protagonista es el mismo (o eso recuerdo yo), luego están Nanga Parbat, Todos los buenos soldados, El mar en ruinas, etc, etc. En fin, que estoy segura repetirás.
Yo estoy ahora con lo último de Pérez-Reverte, y el siguiente es otra novela de Torres.
Un besote y me encanta haberte presentado a este autor.
Recuerdo cuando yo empecé a trabajar en la enseñanza que cuando querías poner un ejemplo de institutos con alumnos difíciles siempre se hablaba de San Blas en Madrid. Creo que ya era un tópico. En León los peores eran los de las cuencas mineras. No sé cómo serían, nunca tuve que enfrentarme a uno de ellos, aunque igual no era para tanto.
EliminarLa descripción que hace del barrio en el pasado y en el presente es muy realista. No sé si cierta porque no he conocido esos barrios más que por la literatura y el cine, pero desde luego es realista.
Aunque mi padre era un obrero, siempre viví en el centro de León, en una casa de renta reducida que mi madre consiguió y de la que ya no nos movimos. Luego nos la vendieron también a precio reducido y esa es la casa que tengo yo ahora en León. Por eso me perdí ese ambiente de barrio obrero que se describe en esta novela.
Ya nos contarás qué tal la de Reverte. Me da un poco de pereza meterme con el Cid.
Muchas gracias por este aporte tan interesante a mi mundo literario.
Un beso.
Es que Madrid, también Barcelona, da para mucho, son ciudades que llevan tatuadas sus miserias y grandezas en forma de barrios. Y parece, vista tu reseña, que David Torres también es un buen tatuador de historias que nacen y mueren en el barrio, eso es sugerente.
ResponderEliminarLos barrios tienen esa fuerza oculta que sugería Italo Calvino en “Las ciudades invisibles”; van construyendo a sus moradores en la medida que éstos, también, van definiendo la fisonomía del lugar. En ese sentido, un tipo que ha nacido en un barrio bien de Serrano no puede meterse a boxeador, no debería… no encaja, y si se mete a ello, lo desintegran ipso facto, fijo, es lo que tiene que pasar, no está maleado, jaja.
Otra cosa es el individuo que se ha fogeado en las calles de San Blas, aunque ya no sean lo mismo, o en las del Pozo del Tío Raimundo, ese puede ponerse los guantes de boxeo, e incluso salir bien parado del trance, los barrios cincelan a uno según los vientos que por allí soplan. Dicho esto, Rosa, tampoco me hagas mucho caso, a veces desvarío.
Un beso ;)
Siempre he creído que el nacer y vivir en un barrio difícil, un barrio obrero en los años sesenta y setenta, tiene que forjar personalidades que nada tienen que ver con la de los que nos criamos en el centro de una ciudad. Como le cuento a paloma, yo viví siempre en el centro. En los alrededores de mi casa estaban las sedes de Fuerza Nueva y de Falange. La llamaban "zona nacional" y aunque para entonces yo ya tenía forjada mi ideología de izquierdas (mucho; más que ahora incluso) no es lo mismo que batirte el cobre en un barrio duro.
EliminarÚltimamente, he leído varias novelas "de barrio" y me resultan muy atractivas.
No, alguien del barrio de Salamanca no puede ser boxeador. Torero sí porque eso tiene otro glamour ja ja.
Un beso.
Hola.
ResponderEliminarPues siendo ganador de semejante premio sé que me va a gustar así que tomo nota.
Feliz día.
Es un premio de total garantía. De momento, ninguno me ha decepcionado.
EliminarUn beso.
Estupendo Rosa. Gracias por darme a conocer a un autor que desconocía y con esa narrativa en torno a las barriadas que tanto me gusta. Conozco San Blas y de hecho me lo he pateado bastante para realizar un trabajo sobre escenografía en el cine en relación a los espacios urbanos. Un barrio que por momentos, y en la actualidad, aún nos recuerda a ese Madrid de los años 80 en que la marginalidad y la droga hacian estragos. Los fragmentos que has incluido denotan un gran conocimiento del autor. Lo voy a leer.
ResponderEliminarBesos.
Seguro que te gusta. Creo que es una novela muy cinematográfica que bien adaptada, haría una gran película.
EliminarNo conozco San Blas, pero me parece que las descripciones del autor son muy buenas y dan una idea muy certera de lo que podían ser esos barrios en los años setenta y cómo han ido cambiando con el tiempo.
Además la novela está muy bien escrita, que creo que es un detalle en el que no he insistido dándolo por sabido.
Un beso.
Desde luego tiene buena pinta. Como dijo Chandler, este autor también ha sacado el florero veneciano y lo ha lanzado al barrio. El extrarradio siempre es un nido especial de historias, de hecho vivo en San Adrián, entre Badalona y Barcelona, y seguro que has oído hablar del barrio de La Mina, en el que hizo sus correrías aquel que se llamaba el vaquilla. Tomo buena nota, Rosa.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo!
No conocía esa frase de Chandler, aunque solo he leído dos libros suyos y de eso hace ya muchos años. Del que sí leeré más libros en breve es de David Torres porque esta novela que navega entre el recuerdo y el presente me ha gustado mucho. Por el San Blas del autor también hay algún vaquilla haciendo de las suyas.
EliminarUn beso.
No he leído nada del autor pero por lo que cuentas merece mucho la pena, y me encanta el texto con el que empiezas la reseña "En mi barrio vivía una sirena...", me lo apunto para futuras lecturas. Besinos.
ResponderEliminarTe gustará. Ese comienzo de la novela te deja enganchada y ya no puedes sino terminar la historia. ha sido todo un descubrimiento.
EliminarUn beso.
Qué buena reseña Rosa, tampoco conocía al autor pero sí me viene a la mente retazos de la opinión de otros blogs sobre este libro y provoca conseguirlo. YO no he podido leer mucho, el trabajo ha estado a mil, pero ya pronto iré de compras y tendré esta propuesta en mente.
ResponderEliminarRoberto, el boxeador que regresa al barrio, en parte me recordó a Roberto Mano de Piedra Durán. Orgullo del boxeo panameño, está más loco que una cabra, pero todo el mundo lo quiere acá. Claro, el no es dador de palizas a sueldo.
El pobre Roberto tras tener que dejar el boxeo por su derrota en México, como no sabe más que pegar pues de algo tiene que ganarse la vida y se la gana pegando. Es todo un personaje que, por lo que leo en algún comentario sale en otra novela del autor que leeré en breve.
EliminarEs una novela muy interesante y muy bien escrita.
Un beso.
Tomo nota del autor y el libro, porque estoy segura que me va a gustar, y de hecho me he ido a mi ebook haber si tenía algo de él y no, pero no voy a tardar mucho con hacerme con este autor, que estoy segura que me va a gustar. Esa mezcla de novela negra, barrio y nostalgia atrae.
ResponderEliminarUn beso.
Tú lo has dicho: novela negra, barrio y nostalgia. tres ingredientes que bien usados dan para historias muy buenas y David Torres los usa de maravilla.
EliminarSeguro que te gusta.
Un beso.
Uy, Rosa, me gusta mucho lo que nos cuentas de esta novela. Ya la localicé en Amazon, por lo que seguro que terminaré leyéndola. Besos.
ResponderEliminarEspero que te guste y a mí me gustará saber tu opinión. Todo un descubrimiento este autor.
EliminarUn beso.
Me gusta el contexto y ese volver a la infancia. Parece una historia de perdedores con trama negra a la que se le puede sacar mucha chicha.
ResponderEliminarBesos
Perdedores, sinvergüenzas, corruptos, víctimas... una trama negra con todos los personajes típicos de la novela negra y además los recuerdos y las deudas del pasado, las que se deben y las que se les deben. El Premio Dashiell Hammett hay que seguirlo muy de cerca.
EliminarUn beso.
¡Holaaa! Rosa, esta historia llega muy de lleno por ese lenguaje sencillo, cercano (leo los párrafos que nos dejas, siempre con esa buena elección y la del final ni te digo, la muerte..)el autor se ve cercano a ella, la vivió o vive en ella y la ha descubierto. Como dicen algunos compañeros, el barrio da para contar mucho, se forja la supervivencia, se endurecen las formas y se hacen bravas las bondades, vamos como si lo viviera. Un beso compañera.
ResponderEliminarUna gran novela, Eme, de un autor al que no conocía de nada, pero que me ha encantado. Leeré más libros suyos, sin duda.
EliminarLos barrios son muy interesantes, porque se forman relaciones variopintas y las influencias son muy variadas. Se conoce todo el mundo, unos para bien y otros para mal. He leído varias novelas de barrio y todas han sido muy buenas.
Un beso, guapa.