Entradas

"48 pistas sobre la desaparición de mi hermana" Joyce Carol Oates

Imagen
Tela blanca sedosa, sin cuerpo. Charco de seda, en pliegues lánguidos y acuosos en el suelo donde (se apresura a asumir la observadora/voyeur) ella se había desprendido del vestido con un movimiento del cuerpo, dejando que cayera sinuosamente como una serpiente, pero una serpiente sedosa, de un blanco perfecto, un blanco puro, blanco como una camelia, deslizándose por las caderas y los muslos hasta el suelo enmoquetado. Aunque sin cuerpo, sin huesos, con una leve fragancia a cuerpo (de mujer). ¿Es una pista? El vestido lencero de Dior de seda blanca finísima de mi hermana M. descubierto en el suelo de su dormitorio. Después de su desaparición el 11 de abril de 1991. ¿O se trata de una prenda de poca importancia, pura casualidad, irrelevante y accidental, y no de una pista? A lo largo de los cuarenta y ocho capítulos de esta novela, Joyce Carol Oates nos va dando pistas, nos va despistando, nos muestra cómo se ocultan las pistas... Juega con nosotros de una forma cautivadora

"La escapada" William Faulkner

Imagen
Y entonces sentimos toda la oscuridad de la primavera: las grandes ranas de las ciénagas con voz de bajo, el ruido que hacen los bosques, los grandes bosques, las tierras todavía vírgenes con sus animales salvajes, mapaches y conejos y armiños y ratas almizcladas y los grandes búhos y las grandes serpientes (mocasines y serpientes de cascabel) y quizá incluso la respiración de los árboles y del mismo río, sin mencionar los fantasmas: los antiguos chickasaw que dieron nombre a la tierra antes de que la viera el hombre blanco y también los blancos, Wyott y el viejo Sutpen y los cazadores del comandante De Spain y las chalanas cargadas de algodón y las caravanas de carros y los carreteros pendencieros y la sucesión de bandidos y asesinos que terminaba desembocando en la señorita Ballenbaugh; de repente me di cuenta de la clase de ruido que estaba haciendo Boon. Porque Boon se estaba riendo y la causa de su risa podía ser causa de cualquier cosa menos de risa, pero así son los personaje

"Juego y distracción" James Salter

Imagen
La casa de los Wheatland está en la parte vieja de la ciudad, exactamente encima de la muralla romana. [...] Es grande y de piedra, con el tejado hundido y los alféizares gastados. Una casa enorme, de ventanas altas como árboles, exactamente como la recuerdo de una visita de unos pocos días en que, al subir desde la estación, tuve la extraña certeza de que estaba en una ciudad que ya conocía. Sus calles me resultaban familiares. Para cuando llegamos a la cancela, ya se había formado la idea que flotó en mi cabeza durante el resto del verano: la de que volvería. Y ahora estoy aquí, delante de la puerta. Y en  la casa de los Wheatland en Autun es donde el narrador, del que no llegaremos a saber el nombre, decide pasar un tiempo para conocer la Francia verdadera .  Esa Francia de la que empieza hablando a la vez que nos describe su viaje en tren desde París hasta Autun. «La vida secreta de Francia, en la que nadie puede penetrar, la vida de álbumes de fotos, de tíos carnales, de nombre

Tres eran tres 38

Imagen
Tres novelas escritas originalmente en castellano nos trae este Tres eran tres ya en su entrega treinta y ocho. Dos son españolas y una, uruguaya. Una es un relato de menos de treinta páginas; otra, el remate de una historia que comenzó en una novela anterior; la última, la segunda entrega de lo que de momento es una trilogía. Las tres me han gustado.  " El tiempo de las fieras ". Víctor del Árbol. En El tiempo de las fieras nos volvemos a encontrar con algunos personajes de la novela anterior del autor, Nadie en esta tierra . Encontramos al inspector Julián Leal, retirado por causas de salud y otras que no menciono para quienes no hayan leído esa novela anterior. Nos encontramos también con Soria que ahora está en Lanzarote medio de exilio, medio de retiro antes de la jubilación. Y nos encontramos con Virginia que ha dejado la policía y lleva los negocios de su padre en Nueva York. Y está, por supuesto, el sicario.  En mi reseña de Nadie en esta tierra , comentaba lo inter

"Una mujer en Jerusalén" Abraham B. Yehoshúa

Imagen
A pesar de que el director de recursos humanos nunca pretendió enfrentarse a una misión así, resulta que ahora, a la suave luz del amanecer, comprende que tiene un significado inesperado para él. Y tras conocer la sorprendente petición de esa anciana con hábito de monja que permanece de pie junto a la chimenea agonizante, le invade el entusiasmo. Y esa Jerusalén, atormentada y desgastada, de la que salió hace una semana, de repente recupera su gran esplendor, aquel de sus años de infancia. El motivo que dio lugar a esa maravillosa misión había sido un simple error burocrático que, tras la advertencia del redactor del periódico jerosolimitano, se podría haber subsanado con una explicación creíble, tal vez acompañada de una breve disculpa. Pero el dueño de la fábrica, un anciano enérgico de ochenta y siete años, se angustió al pensar en su reputación y para él esa mera disculpa, que podría haber hecho olvidar todo el asunto, no bastaba; por eso exigió a sus empleados -además de a sí mi

"Vínculos de sangre" Amalia Hoya

Imagen
La escarcha me cubría los hombros y el intenso frío me obligaba a tiritar. Uno de los soldados me regaló su capote, todavía recuerdo el tacto áspero de la tela cuando mi madre me envolvió en él. En cambio, mis pies no tenían remedio; llevaba unas zapatillas poco adecuadas para caminar por el terreno pedregoso, el barro y los charcos. Y los gruesos calcetines hacía rato que se habían empapado. Mis padres y yo huíamos de la guerra. Él era un capitán del ejército republicano que había luchado en la batalla de Santander a las órdenes del general Mariano Gamir Ulibarri, responsable militar de las Vascongadas, Asturias y Santander. Y mi madre, una maestra y activista republicana que escribía artículos en El Diario Montañés y, más tarde, en La República. Dos años antes, las tropas de Franco habían conquistado toda la franja norte de España, por lo que, perdida la zona, mi padre decidió llevarnos con él a Zaragoza con intención de unirse a las tropas que libraban la batalla en el Ebro.