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Mostrando entradas de marzo, 2024

"Tinta y fuego" Benito Olmo

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El puñal se hundió hasta la empuñadura en el estómago de Marcel Dubois antes de que este hubiera podido preguntar siquiera al individuo que se había presentado en el umbral de su casa quién era y qué diablos se le había perdido allí. Stratos apuñaló sin saña, pero con firmeza […]  La hoja se hundió con facilidad, como un saltador olímpico que ejecuta una zambullida perfecta y sin salpicaduras. O casi. La vida abandonó el cuerpo de Marcel Dubois en cuestión de segundos […] Stratos certificó su defunción apuñalándole varias veces más. Cuando se aseguró de que había dejado de moverse, limpió la hoja de la daga en la ropa de Dubois y la guardó. Después cerró la puerta a su espalda y pasó sobre el cadáver, rumbo a la biblioteca. Hay un personaje en este libro, Téllez, que se confiesa amante de la lectura, pero no de los libros. Comparto totalmente su punto de vista. Para mí los libros no son más que objetos. Nunca he llegado a mitificarlos más allá de la emoción que esconden entre s

"Propios y extraños" Anne Tyler

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El avión llevaba retraso. […] Una mujer asiática elegantemente vestida salió por la puerta con un bebé en brazos. El bebé debía de tener cinco o seis meses, y ya podía mantener la espalda erguida. […] La futura mamá extendió ambos brazos y dejó que la grabadora colgara del extremo de su correa. Pero la mujer asiática se paró en seco con un aire autoritario que la protegía de cualquier aproximación. Se irguió y preguntó: —¿Donaldson? —Sí, Donaldson. Somos nosotros […] Y entonces apareció otra mujer asiática, […] Llevaba un portabebés cogido por el asa, y parecía obvio que el bebé que iba dentro no pesaba mucho. Ese bebé también era una niña […] La joven dijo algo que sonó como «¿Yaz-dan?». «Yaz-dán», la corrigió una mujer desde la parte de atrás. Dos niñas coreanas llegan a Baltimore una noche de verano. En el aeropuerto las esperan sus familias adoptivas. Una de las familias ha montado toda una fiesta en el aeropuerto, una de esas fiestas que se celebran con motivo del n

"El ancho mundo" Pierre Lemaitre

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A lo largo del tiempo, la procesión familiar que recorría la avenue des Français había adoptado una variedad de formas, pero nunca la de un cortejo fúnebre. Ese año, sin embargo, parecía acompañar a su última morada a la señora Pelletier, pese al pequeño detalle de que estaba viva y bien viva. Como era habitual, su marido encabezaba la marcha con paso solemne y ella lo seguía a duras penas, deteniéndose cada dos por tres para dirigir a su hijo Étienne la mirada de una moribunda que suplica que abrevien su sufrimiento. Tras ellos caminaba Jean, alias el Gordito, envarado como buen primogénito, del brazo de su esposa Geneviève, que, bajita como era, se veía obligada a trotar. Cerraban la marcha François y Hélène, los menores, codo con codo. Y si el desfile anual por las calles de Beirut hacia la fábrica de la familia parece en este caso un cortejo fúnebre es por el hecho de que la señora Pelletier está a punto de ver marchar de casa a su tercer hijo. Etienne ha decidido irse a Saigón

"Del color de la leche" Nell Leyshon

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éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano. en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas. veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos. veo los árboles y veo las hojas. y cada hoja tiene venas que la recorren. y la corteza de cada árbol tiene grietas. no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche. me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre. eme. a. erre. i griega. así es como se escribe. Éste es uno de esos libros que cuentan una historia terrible con una gran sencillez. Tanta sencillez que mientras lo estamos leyendo a veces tenemos la sensación de estar ante un relato inane de tan simple, pero algo nos mantiene enganchados. Tal vez el lenguaje, directo, carente de florituras, como si no contara nada en realidad; tal vez la inocencia que se destila de las palabras de la narradora, Mary, una niña de catorce años que vive en el campo,

"Golpe de gracia" Dennis Lehane

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Y se fue: volvió a las calles. A todos los chicos de Southie les gustan las calles, pero a ninguno tanto como a los de los complejos de viviendas sociales: no soportan quedarse en casa, igual que los ricos no soportan trabajar. Quedarse en casa significa oler la comida de los vecinos a través de las paredes, oír sus peleas, sus folleteos, sus cisternas, lo que escuchan en sus radios y tocadiscos, lo que ven en la televisión. A veces jurarías que puedes olerlos: su olor corporal, su aliento a cigarrillo, el hedor de sus pies hinchados. Southie no es un barrio privilegiado de Boston y mucho menos si vives en el complejo de viviendas de protección oficial Commonwealth. Y menos aún si los planes de desegregación decididos el 21 de junio de 1974 por el juez W. Arthur Garrity Jr afectan directamente a tu hija que va a tener que abandonar su instituto para desplazarse a otro de mayoría afroamericana.  Y es que el juez Garrity « resolvió que el Comité Escolar de Boston había "perjudica

Tres eran tres 33

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Entrega 33 de Tres eran tres. Madre mía, cuántos treses. En esta ocasión traigo dos novelas españolas. Una es policíaca y la otra, más negra que policíaca (aunque me cuesta mucho clasificar cuando la cosa se mezcla tanto) y perteneciente a una serie. La tercera es policíaca y también pertenece a una serie, pero en este caso es irlandesa. Espero que alguna os tiente si es que no las habéis leído. " La soledad de Patricia ". Carlos Quílez. Patricia Bucana es una periodista de treinta y seis años y, según nos cuenta ella misma, «enferma de estrés que ya había sufrido dos crisis de ansiedad que me habían dejado varios días catatónica; pero lo más grave de todo es que estaba pasando por ello sola, sin el apoyo de nadie que de verdad valiera la pena» . Una mañana recibe una llamada de teléfono. Se trata de Andreu, su fuente en los Mossos, y ya casi amigo, que le filtra los casos más importantes. Ahora Patricia cree que le va a comunicar la detención de un sádico que anda violando y

"La hija del optimista" Eudora Welty

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El juez McKelva era un hombre alto y robusto, de setenta y un años, que habitualmente llevaba las gafas colgadas al cuello con un cordel. Ahora las tenía en la mano, y se sentó en una silla elevada y con apariencia de trono, junto a la silla giratoria del médico, flanqueado a un lado por Laurel y al otro por Fay. Laurel McKelva Hand era una mujer enjuta, de rostro hierático, a medio camino entre los cuarenta y los cincuenta, con el pelo aún oscuro. Vestía ropa de buen corte y tejido, aunque el traje era demasiado abrigado para Nueva Orleans [...]. Fay, pequeña y pálida, embutida en su vestido con botones dorados, repiqueteaba nerviosamente con el tacón de la sandalia en el suelo. Era la mañana de un lunes de principios de marzo. Y Nueva Orleans era una ciudad extraña para todos ellos. Comienza La hija del optimista con una introducción de Félix Romeo en la que compara la novela con un cuento de hadas. Me ha encantado la comparación. El juez se ha pinchado con una espina de ro