"Una mujer en Jerusalén" Abraham B. Yehoshúa

A pesar de que el director de recursos humanos nunca pretendió enfrentarse a una misión así, resulta que ahora, a la suave luz del amanecer, comprende que tiene un significado inesperado para él. Y tras conocer la sorprendente petición de esa anciana con hábito de monja que permanece de pie junto a la chimenea agonizante, le invade el entusiasmo. Y esa Jerusalén, atormentada y desgastada, de la que salió hace una semana, de repente recupera su gran esplendor, aquel de sus años de infancia.

El motivo que dio lugar a esa maravillosa misión había sido un simple error burocrático que, tras la advertencia del redactor del periódico jerosolimitano, se podría haber subsanado con una explicación creíble, tal vez acompañada de una breve disculpa. Pero el dueño de la fábrica, un anciano enérgico de ochenta y siete años, se angustió al pensar en su reputación y para él esa mera disculpa, que podría haber hecho olvidar todo el asunto, no bastaba; por eso exigió a sus empleados -además de a sí mismo- que mostraran un verdadero arrepentimiento, el cual daría lugar a un viaje a una tierra remota.


Muchas circunstancias se juntaron para que el director de recursos humanos de aquella empresa terminara a tantos kilómetros de Jerusalén en ese país remoto que nunca se menciona, con esa anciana vestida de monja que acaba de tirar por tierra los buenos deseos del hombre.

Tuvo que suceder un atentado suicida, tuvo que morir una mujer extranjera que trabajaba en la fábrica y tuvo que hacerlo con una nómina de la misma entre sus pertenencias, pero sin ninguna identificación. Fue entonces cuando un periodista en busca de notoriedad acusó a la dirección de la empresa de no preocuparse de sus empleados, de no haber echado de menos a una trabajadora que llevaba varios días en la morgue sin haber sido identificada. 

Cuando el redactor jefe y dueño del periódico recibió del periodista el borrador del artículo decidió avisar al dueño de la fábrica y darle la oportunidad de explicarse e incluso escribir una disculpa para publicar junto al artículo. 

Se ponen entonces en marcha los escrúpulos del anciano que a toda costa quiere que se investigue quién es esa trabajadora y cómo nadie la ha echado en falta. 

«Pero ¿acaso se trataba de un asunto tan grave? Lo cierto es que no. Pero en estos días tan terribles en que ya se ha convertido en rutina que los transeúntes de repente salten despedazados por los aires, la sensibilidad moral surge precisamente en lugares inesperados. Y por eso, cuando la jornada laboral ya estaba a punto de terminar y el director de recursos humanos intentaba escabullirse de la llamada del jefe y dueño de la fábrica -pues esa mañana le había prometido a su ex mujer salir antes del trabajo y dedicarse por entero a su única hija-, la secretaria no le permitió marcharse y, como notó que el anciano estaba realmente preocupado, le aconsejó que se fuera buscando a alguien para cuidar a su hija aquella tarde».

Un error burocrático que a alguien no le interesó subsanar ha hecho que la mujer siga cobrando el sueldo a pesar de no trabajar en la fábrica hace ya unas semanas. El director de recursos humanos no la recuerda, pero él la entrevistó para el trabajo y él copió las respuestas de la mujer en un archivo que ahora lee: «Mi nombre es Ragayev, Julia Ragayev. Soy ingeniera, tengo aquí mi diploma. No nací en una ciudad sino en una aldea pequeña y muy remota. Allí, en la aldea, vive mi madre. Y también tengo un hijo, ya mayor, de trece años, y su padre es ingeniero también. Pero yo ya no estoy con él. Es una persona muy buena, pero nos separamos». Y a pesar de ser ingeniera trabajaba en los servicios de limpieza de la fábrica»

Pero para que se dieran las circunstancias que se nos resumen al principio, también tuvo que intervenir la obsesión que fue apoderándose del director de recursos humanos a quien, una vez identificada la mujer, todo le parecía poco para hacerle justicia y desagraviarla. Desagraviarla de su soledad, de su trabajo poco cualificado, de la indiferencia y el desconocimiento, del país en el que ha muerto víctima de conflictos que a ella no atañen. Desagraviarla incluso de esa belleza que todos veían en ella y que él no supo ver.

Lo que empieza como la presión del anciano dueño de la fábrica para salvar su reputación, se convierte en una empresa titánica del director de recursos humanos con un objetivo que él mismo no entiende bien. «[...] tal vez, piensa extrañado, trata de devolverle parte de su dignidad a esa ingeniera que vino de tan lejos para acabar trabajando en Jerusalén como empleada de la limpieza? ¿No pretende que ella y todos los que la querían sepan que la empresa no se despreocupó de su sufrimiento y su muerte por dejadez o desprecio?». No lo entiende bien, pero se lanza a la empresa con todas sus fuerzas y disponibilidades y a modo de aquella película de Martin Scorsese, Jo, ¡qué noche!, en la que no he podido dejar de pensar, un descubrimiento le lleva a una visita y esa visita a otro descubrimiento que le lleva a buscar a alguien que a su vez le descubre algo nuevo. Y todo ello mientras el dueño de la empresa cena con su familia, va a un concierto y lo deja todo, su reputación que tanto le importaba, en manos de su director de recursos humanos.

Y no se conforma con cada cosa que va haciendo y siempre quiere llegar más allá y es por eso por lo que termina realizando ese viaje a esas remotas tierras donde se encontrará con la mujer vestida de monja. El final, que si se piensa bien no podría ser otro, nos sorprende y casi nos hace soltar la carcajada. Y es que la novela, con todo el drama que nos relata, no está exenta de un cierto sentido del humor que se va desgranando y dejando caer como miguitas aliviando la tensión que podría producir de estar narrada de otra manera. 

Abraham B. Yehoshúa

Una mujer en Jerusalén está escrita en tercera persona por un narrador omnisciente, pero de tanto en tanto, unos párrafos en cursiva toman la primera persona para narrar, como testigos autorizados, partes de los hechos: trabajadores de la fábrica, clientes de un pub, las vecinas del domicilio de la muerta, trabajadores de un aeropuerto... etc. Con ello, el autor nos saca de los protagonistas que viven inmersos en la trama principal y nos los muestra desde fuera. Nos da un pequeño reposo al sacarnos también a nosotros de las obsesiones del director de recursos humanos y dejarnos observar a personas ajenas a dicha obsesión.

La novela tiene un subtítulo: Una pasión en tres actos. Una pasión, la del director de recursos humanos que se divide, como las obras de teatro en esos tres actos: El director, La misión y El viaje.

Reconozco que tenía esta novela olvidada en mi lista de pendientes desde 2013 y que la he recuperado buscando un autor para rellenar la Y del reto Autores de la A a la Z. Es lo bueno de algunos retos. Te hacen leer cosas que de otra forma nunca leerías y en muchas ocasiones resulta todo un hallazgo de buena literatura. Trataré de encontrar más libros de este autor israelí, de origen sefardí; pacifista y luchador por un tratado de paz entre israelíes y palestinos; licenciado en Literatura y profesor en la Universidad de Haifa, y que murió en 2022. Por suerte parece ser que hay varios libros suyos publicados en español.

Este libro participa en el Reto Autores de la A a la Z que organiza el blog  Lecturápolis. Con él relleno la letra Y.

Título del libro: Una mujer en Jerusalén
Autor: Abraham B. Yehoshúa
Nacionalidad: Israel
Título original: 
Shlijutó shel ha-memuné al mashavei ehosh (La misión del Director de Recursos Humanos)
Traducción: Sonia de Pedro
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2008
Año de publicación original: 2004
Nº de páginas: 296

Comentarios

  1. Hace unos días volvía a ver 'El buen patrón' y pensaba yo para mis adentros que el mundo de las relaciones laborales tiene aún un largo recorrido en cine y en literatura. Y qué bueno que la obra hoy reseñada tenga esas miguitas de humor que seguro mitigan una trama que al final nos habla de una muerte medio olvidada. Interesante el mundo de los retos je, je.
    Besos, Rosa!

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  2. Hola, Rosa.
    Pues una historia diferente, de esas que no están cantadas desde el principio y engancha. Me gustan esos finales totalmente congruentes, que resultan naturales porque la narración te ha ido llevando.
    Me lo apunto para cuando me apetezca algo distinto.
    Besos

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