"El momento en que todo cambió" Douglas Kennedy
Llegados a una edad, más o menos respetable, me figuro que a todos nos asaltan dudas acerca del camino recorrido, y nos planteamos que hubiera sido de nosotros de haber elegido otras sendas, tomado otras decisiones, pagado otros peajes, en las encrucijadas que, de trecho en trecho, inexorablemente, nos va poniendo la vida en el camino.
Eso toma un cariz casi de tragedia cuando, por si fuera poco, estamos convencidos de que, erróneamente, cambiamos el verdadero amor (ese que es privilegio de unos pocos y que sólo aparece una vez, cuando aparece), por una vida gris, un matrimonio convencional, una existencia, en fin, tan poco satisfactoria que continuamente estamos esperando la salida del próximo avión que nos lleve a miles de kilómetros de ella y de todo lo que la acompaña.
Eso es lo que le pasa a Thomas Nesbitt desde que hace veinticinco años salió de Berlín y se resignó a vivir sin Petra Dussman y se resignó a hacer cada día el esfuerzo de borrarla de su mente para conseguir, al menos, un atisbo de algo parecido a la felicidad.
Pero llega un momento en que el autoengaño ya no es posible. A Thomas Nesbitt, pasados los cincuenta, empiezan a venírsele encima los acontecimientos que amenazan con aplastarle: su padre muere, se compra una casa en Maine, su mujer le pide el divorcio... y recibe un paquete de Alemania. Es entonces cuando saca, del último rincón de la memoria (y del armario donde guarda los originales), ese libro que nunca llegó a la imprenta, la verdadera historia que vivió en Berlín, muy distinta de la que se publicó en su día. Y, así, él empieza a recordar y nosotros a saber todo lo vivido en aquellos meses de 1984, en una ciudad partida en dos por un muro de hormigón, un muro que separaba en apenas cincuenta metros, dos mundos tan distintos como distintos pueden ser dos mundos.
Thomas se sumerge en la vida del Kreuzberg, alquila un apartamento a un pintor con nombre de lord (Alastair Fitzsimons-Ross), con aspecto de aristócrata venido a menos, mezcla de inglés e irlandés, gay y yonki, y empieza a trabajar para Radio Liberty, "...la emisora financiada por el gobierno de Estados Unidos para difundir noticias y promover la visión norteamericana del mundo en todos los países detrás del Telón de Acero".
Un trabajo para mantenerse pues su objetivo principal es escribir un libro acerca de la ciudad y sus habitantes, su segundo libro después de otro sobre Egipto que, en palabras del propio Thomas "...no suscitó más que ocho recensiones en todo el país. Sin embargo, hubo un importante suelto en The New York Times, con una vital crítica, positiva, que me valió una serie de encargos de varias revistas buenas".
Cuando Thomas decide "viajar al extranjero", le basta con coger un metro, y cruzar el puesto fronterizo del Checkpoint Charlie para descubrir un mundo nuevo; un mundo separado de su casa por unos centenares de metros y un muro; un mundo de gente resignada, triste y vestida de gris; un mundo desabastecido de artículos, de los artículos más cotidianos al otro lado, y de alegría y de esperanza; un mundo cuyos habitantes se asomaban a la Puerta de Brandenburgo para ver las ruinas del Reichstag y los árboles de Tiergarten, tan cerca y a la vez tan lejos como si los separara todo un universo; un mundo en el que la realidad colectiva demostraba ser profundamente defectuosa y aun así, el circo humano seguía adelante.
Eso toma un cariz casi de tragedia cuando, por si fuera poco, estamos convencidos de que, erróneamente, cambiamos el verdadero amor (ese que es privilegio de unos pocos y que sólo aparece una vez, cuando aparece), por una vida gris, un matrimonio convencional, una existencia, en fin, tan poco satisfactoria que continuamente estamos esperando la salida del próximo avión que nos lleve a miles de kilómetros de ella y de todo lo que la acompaña.
Eso es lo que le pasa a Thomas Nesbitt desde que hace veinticinco años salió de Berlín y se resignó a vivir sin Petra Dussman y se resignó a hacer cada día el esfuerzo de borrarla de su mente para conseguir, al menos, un atisbo de algo parecido a la felicidad.
Pero llega un momento en que el autoengaño ya no es posible. A Thomas Nesbitt, pasados los cincuenta, empiezan a venírsele encima los acontecimientos que amenazan con aplastarle: su padre muere, se compra una casa en Maine, su mujer le pide el divorcio... y recibe un paquete de Alemania. Es entonces cuando saca, del último rincón de la memoria (y del armario donde guarda los originales), ese libro que nunca llegó a la imprenta, la verdadera historia que vivió en Berlín, muy distinta de la que se publicó en su día. Y, así, él empieza a recordar y nosotros a saber todo lo vivido en aquellos meses de 1984, en una ciudad partida en dos por un muro de hormigón, un muro que separaba en apenas cincuenta metros, dos mundos tan distintos como distintos pueden ser dos mundos.
Thomas se sumerge en la vida del Kreuzberg, alquila un apartamento a un pintor con nombre de lord (Alastair Fitzsimons-Ross), con aspecto de aristócrata venido a menos, mezcla de inglés e irlandés, gay y yonki, y empieza a trabajar para Radio Liberty, "...la emisora financiada por el gobierno de Estados Unidos para difundir noticias y promover la visión norteamericana del mundo en todos los países detrás del Telón de Acero".
Checkpoint Charlie |
Cuando Thomas decide "viajar al extranjero", le basta con coger un metro, y cruzar el puesto fronterizo del Checkpoint Charlie para descubrir un mundo nuevo; un mundo separado de su casa por unos centenares de metros y un muro; un mundo de gente resignada, triste y vestida de gris; un mundo desabastecido de artículos, de los artículos más cotidianos al otro lado, y de alegría y de esperanza; un mundo cuyos habitantes se asomaban a la Puerta de Brandenburgo para ver las ruinas del Reichstag y los árboles de Tiergarten, tan cerca y a la vez tan lejos como si los separara todo un universo; un mundo en el que la realidad colectiva demostraba ser profundamente defectuosa y aun así, el circo humano seguía adelante.
Petra Dussman es una joven cuyos "... ojos castaños... irradiaban desvalimiento, tristeza y una indudable delicadeza interior... era una mujer que había conocido el dolor pero que quería mostrar al mundo una cara digna y orgullosa".
Petra Dussman esconde un secreto y mucho dolor. Ha salido de la RDA en condiciones no muy claras, se supone que canjeada por espías del Este, prisioneros de la República Federal. De la mano de Petra, asistimos a la corrupción moral de un sistema que estaba dando sus últimas boqueadas y que, como toda fiera herida, se vuelve más peligrosa cuando ve cercano el fin; una corrupción moral a la que toda la sociedad se ve abocada (casi toda; siempre hay héroes que se salvan de la indignidad, pero los héroes son tan pocos...), de manera que se denuncia al marido, a la esposa, a la mejor amiga. Pero es que a cambio se obtiene alguna ventaja, un pequeño soplo de aire nuevo, muy pequeño, pero soplo de aire al fin y al cabo que permite respirar y soportar un instante más.
Petra y Thomas se conocen y se enamoran y, quizás aquí viene la parte que menos me ha gustado: esa descripción del amor perfecto, dulce, casi almibarado, que acaba cansando un poco, pero que, bien es cierto, pone el contrapunto a lo que viene después. Y es que después viene la ruptura: Thomas pudo ser feliz con Petra, "pero eligió la tristeza". Porque si antes interviene el régimen totalitario que encarcela, tortura, somete, e intercambia ciudadanos molestos por otros más valiosos, ahora aparece el régimen democrático que, en nombre de la libertad, y como no puede obrar igual que el otro al que denigra y critica, solo le queda la otra estrategia. Así engaña, manipula, convence, retuerce la verdad hasta salirse finalmente con la suya y, obrando como un padre que sólo quiere lo mejor para sus hijos, consigue destrozar las vidas y los proyectos ajenos en virtud de, no se sabe muy bien, qué inicuos intereses.
Muchos años después, frente a una puerta de Brandenburgo, huérfana al fin de muro y de suspicacias frentistas, Thomas Nesbitt habría de descubrir los misterios que aún le reservaba Petra Dussman, habría de comprender que, efectivamente, como había sospechado todo ese tiempo, Petra le amaba de verdad y él debió ser un poco más comprensivo, porque entonces "toda la trayectoria de mi vida podría haber sido diferente y (quizá) más luminosa, si sólo la hubiera escuchado cuando me rogó que oyera su explicación". A cambio, se encuentra en una de las peores situaciones que yo, personalmente, puedo imaginar; esa en que te preguntas con impotencia y una enorme desazón:
"¿Podría aceptar alguna vez lo sucedido? ¿O me seguiría atormentando para siempre? Encontré la felicidad y la perdí. La derroché... me di cuenta de que las decisiones tomadas me habían llevado a donde estaba, caminando solo por una calle cubierta de nieve, desconsolado, solitario, distanciado de una esposa a la que nunca quise, sintiendo la ausencia de mi hija y pensando interminablemente en cómo podrían haber sido las cosas con Petra... Meine Petra"
Petra Dussman esconde un secreto y mucho dolor. Ha salido de la RDA en condiciones no muy claras, se supone que canjeada por espías del Este, prisioneros de la República Federal. De la mano de Petra, asistimos a la corrupción moral de un sistema que estaba dando sus últimas boqueadas y que, como toda fiera herida, se vuelve más peligrosa cuando ve cercano el fin; una corrupción moral a la que toda la sociedad se ve abocada (casi toda; siempre hay héroes que se salvan de la indignidad, pero los héroes son tan pocos...), de manera que se denuncia al marido, a la esposa, a la mejor amiga. Pero es que a cambio se obtiene alguna ventaja, un pequeño soplo de aire nuevo, muy pequeño, pero soplo de aire al fin y al cabo que permite respirar y soportar un instante más.
Petra y Thomas se conocen y se enamoran y, quizás aquí viene la parte que menos me ha gustado: esa descripción del amor perfecto, dulce, casi almibarado, que acaba cansando un poco, pero que, bien es cierto, pone el contrapunto a lo que viene después. Y es que después viene la ruptura: Thomas pudo ser feliz con Petra, "pero eligió la tristeza". Porque si antes interviene el régimen totalitario que encarcela, tortura, somete, e intercambia ciudadanos molestos por otros más valiosos, ahora aparece el régimen democrático que, en nombre de la libertad, y como no puede obrar igual que el otro al que denigra y critica, solo le queda la otra estrategia. Así engaña, manipula, convence, retuerce la verdad hasta salirse finalmente con la suya y, obrando como un padre que sólo quiere lo mejor para sus hijos, consigue destrozar las vidas y los proyectos ajenos en virtud de, no se sabe muy bien, qué inicuos intereses.
Muchos años después, frente a una puerta de Brandenburgo, huérfana al fin de muro y de suspicacias frentistas, Thomas Nesbitt habría de descubrir los misterios que aún le reservaba Petra Dussman, habría de comprender que, efectivamente, como había sospechado todo ese tiempo, Petra le amaba de verdad y él debió ser un poco más comprensivo, porque entonces "toda la trayectoria de mi vida podría haber sido diferente y (quizá) más luminosa, si sólo la hubiera escuchado cuando me rogó que oyera su explicación". A cambio, se encuentra en una de las peores situaciones que yo, personalmente, puedo imaginar; esa en que te preguntas con impotencia y una enorme desazón:
Douglas Kennedy |
Un gran relato.
ResponderEliminarLas cosas no siempre suceden como a uno le gustaría, pero se dice que todo ocurre por una causa superior y que todo tienen su motivo de ser. No se puede volver atrás, pero se puede vivir en la convicción de no saber si el otro camino hubiera sido el mejor.
Ameno e interesante.
Saludos.
Yo creo que precisamente, lo que no podemos dejar de preguntarnos es cómo habría resultado el otro camino. Tampoco es cuestión de obsesionarse o amargarse la vida, pero indagar en las posibilidades, es inevitable.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Cual er el secreto de petra?
ResponderEliminarNo lo puedo decir. Sería destripar el final y procuro no hacerlo nunca. Si lees el libro lo sabrás y lo disfrutarás.
EliminarUn beso.