"El anarquista que se llamaba como yo" Pablo Martín Sánchez

La última tertulia literaria del Villajunco ha tratado sobre este libro de título sugerente, contenido ambiguo, pero interesante, y que al final ha provocado más dudas entre los tertulianos de las que hemos sido capaces de responder. 
La novela nace de la casualidad que hace que el autor, al poner su nombre en Google, se encuentre con que él no ostenta la exclusiva del mismo. Hubo otro hombre que a principios del siglo XX, se llamó también Pablo Martín Sánchez y fue un anarquista poco documentado, poco conocido que fue condenado a garrote vil tras los sucesos del 6 de noviembre de 1924, cuando un grupo de anarquistas entra en España creyendo que ha estallado la revolución y que van a poder terminar con la dictadura de Primo de Rivera y hasta con Alfonso XIII.


Confiesa el autor en el prólogo lo difícil que le resulta encontrar información sobre el personaje hasta que una serie de casualidades (a las que no son ajenos unos jubilados de un centro cívico y una funcionaria de registro con sonrisa descarada) le hace dar con el lugar y la fecha de nacimiento del anarquista, así como con una sobrina nonagenaria que vive en un geriátrico. 
Teresa, la sobrina nonagenaria, mantiene la cabeza despierta y la memoria intacta y va desgranado la vida de su tío para los oídos entusiasmados del autor. Lástima que la anciana fallezca justo antes de la que iba a ser la última entrevista para la cual le había prometido una sorpresa. Como premio de consolación le deja una foto del tío con una mujer y una niña, que suponemos que son la propia Teresa y su madre.
Con estos mimbres, nuestro Pablo Martín (nuestro para distinguirle del otro, del personaje) escribe una novela que son en realidad dos novelas; un libro de 600 páginas que en ningún momento pierde ritmo o deja que decaiga su interés; con un prólogo, un epílogo y una adenda, cada uno de los cuales aporta matices a la historia y aporta confusión, y dudas, y mucha curiosidad. 
Quizás alguien pudiera pensar al leer lo escrito que estoy haciendo una crítica negativa del libro, que lo estoy acusando de ser poco fiel a la verdad de los hechos. Nada más lejos de la realidad. La novela me ha gustado bastante (sin llegar a fascinarme) y, como novela que es, no vamos a ponernos estupendos y a exigirle que sea verídica. No, lo que pasa es que me mata la curiosidad (y tras leer varias entrevistas con el autor creo que se va a quedar insatisfecha) por saber si ciertos hechos son o no ciertos.
Parece ser que Teresa, la supuesta sobrina, no existe (en una entrevista el autor dice que ve por primera vez una foto del personaje en el legajo del juicio), por lo que todo lo relativo a la vida privada del personaje es muy difícil de averiguar y me temo que pura ficción. 
Para acabar de enredar el asunto, he encontrado un blog en el que el autor se declara descendiente de Pablo Martín Sánchez y trastoca toda la biografía del personaje al explicar que era uno más de ocho hermanos (en la novela solo tiene una hermana), uno de los cuales fue carabinero; sitúa su nacimiento en 1899, nueve años después que nuestro protagonista; en ningún momento se mencionan sus andanzas salmantinas a la zaga de un padre inspector de Educación. Sí meciona el hecho de que cuando iba a ser ejecutado se suicidó saltando por una ventana.
Pero más allá de la realidad o ficción de la historia, de lo que no cabe la menor duda es de que es un buen libro, sobre todo teniendo en cuenta que es de un autor novel (El Cultural de El Mundo la ha seleccionado como la mejor opera prima de 2012) 
La novela, como ya hemos dicho, son en realidad dos novelas. Ambas se van alternando, hasta que se encuentran, y lo hacen con una curiosa estrategia en la que incluso se repiten, pasajes y diálogos.
Una de las partes es la biografía del anarquista desde que se conocen sus padres hasta que, unos dos meses antes de los sucesos de Bera, comienzan a cristalizar los hechos que terminarán con él (supuestamente) y con otros dos compañeros de correrías con un aro de hierro alrededor del cuello. 
Cuenta la vida de Pablo, al que hace nacer en 1890 de un padre maestro y una madre de la nueva burguesía vizcaina que se enamora de su profesor particular con el que se terminará casando. Esta parte tiene su punto costumbrista, folletinesco (si ambas cosas pueden ir juntas, que pueden) de pura novela de aventuras diciochesca en la que no falta casi nada: la boda sin la bendición familiar, pero con el beneplácito de un tío que es la oveja negra de la familia; amores desdichados e hijas bastardas; bombas que estallan a pocos pasos y, queriendo matar a un rey lo dejan ileso, pero causan una escabechina a su alrededor (esto, al menos, es histórico); amores incomprendidos. Por no faltar, no falta ni el duelo al amanecer, amañado y traicionero, que si no acaba con Pablo, privando a España de un revolucionario y a nosotros de sus andanzas, es por una pura cuestión de simetría. Por momentos recuerda a Galdós y Baroja, incluso a Dumas y Víctor Hugo. Probablemente sea falsa hasta la última palabra, pero afortunadamente el autor no deja que la realidad le estropee una buena historia.
Pablo, el niño que no llora, ni huele, ni casi habla, comienza su educación sentimental e intelectual de la mano de su padre al que acompaña en un mítico viaje a Madrid. En dicho viaje, perplejo y maravillado, entra en contacto con la gran ciudad y, sobre todo, conoce el cinematógrafo. Posteriormente, ambos se trasladan a Salamanca, donde recorren toda la provincia mientras el padre (que ahora es insperctor de educación) va visitando todas las escuelas. Es aquí, concretamente en Béjar, cuando aparecen Robinsón y Ángela, personajes que tanta trascendencia van a tener en el futuro porque si Robinsón es la causa, no única, pero sí concluyente, de los sucesos de Bera, Aurora es el motivo por el que Pablo intenta un regicidio que, tras muchos tumbos y peripecias, dará con sus huesos en París para asistir a una cita ineludible con su destino.
Pablo Martín Sánchez, el autor

La otra parte es una relación pormenorizada de los hechos que comienzan hacia septiembre de 1924 (sólo se nos dice que es a principios de un otoño lluvioso) y terminarán con el ajusticiamiento de Pablo (en ralidad, parece que se suicidó camino del garrote) y otros dos anarquistas, en Pamplona el 6 de diciembre del mismo año. 
España ha caído bajo la dictadura del General Primo de Rivera apoyada por el rey Alfonso XIII. Gran cantidad de anarquistas, sindicalistas y muchos intelectuales republicanos o, simplemente progresistas, han sido exiliados y coinciden en París. Así nos encontramos a Blasco Ibáñez, Unamuno y Ortega y Gasset escribiendo pasquines y dando conferencias; hablando en los cafés y en los Centros Cívicos; arengando a los trabajadores de fuera y de dentro para hacer estallar la dictadura por los aires y con ella la monarquía. Los anarquistas (Durruti, Ascaso, Jover, Recasens, Gil Galar, como figuras más sobresalientes) son mayoritarios en aquel germen de revolución y nuestro personaje, anarquista por circunstancias muy variadas, se ve atrapado en una corriente que, sin haberla imaginado, deseado o compartido, lo acabará por echar en brazos de la Historia. Los sucesos de Bera de Bidasoa, como han dado en llamarse a falta de término más apropiado, resultan en el libro (y me temo que así fue en la realidad) tal cúmulo de despropósitos que si hubieran salido bien habría que empezar a creer en los milagros; habría que empezar a creer que dios existe y ha cambiado de bando (en palabras  de Almudena Grandes); resultarían propios de una comedia o monólogo de Gila si no fuera porque fueron reales y se llevaron varias vidas por delante.
Todo estuvo mal hecho: las consignas y órdenes se saltaban a la torera ante cualquier votación improvisada; las claves con las que debían comunicarse los activos de dentro y fuera de España se le contaban a cualquier compañero de copas y putas; las armas, escasas, se repartieron de cualquier manera y, en muchos casos, a quienes no sabían si cogerlas por el cañón o por la culata (licencia propia). De resultas de todo ello, entraron en España esperando encontrar una huelga general y un pueblo en armas y encontraron que los que no estaban de turno en las fábricas, estaban durmiendo para madrugar por la mañana. Cincuenta o sesenta seres, armados, cansados, de madrugada por las calles de un pueblo que, cuando lo conocí en 1984, quedaba desierto a las ocho de la tarde. El ejército de Pancho Villa sin caballos ni sombreros. El desastre estaba servido. El enfrentamiento con la guardia civil deja dos guardias muertos y varios heridos entre los facciosos que salen en desbandada por los montes adyacentes en un intento desesperado por volver a Francia.
El juicio por los sucesos de Bera, 1924

Durante esa noche y en los días sucesivos, la mayor parte va siendo apresada y ante la necesidad de algún chivo espiatorio, se coge a los heridos (como prueba irrefutable de que habían participado en la escaramuza) y tras un juicio plagado de irregularidades (de hecho, en un juicio previo se les había absuelto), se les condena a muerte y se les ajusticia el 6 de diciembre.
Esta segunda parte, que por razones históricas, tiene que estar más documentada, resulta en algunos momentos más inverosímil que la anterior. No es de extrañar, pues los acontecimientos debieron de ser tan delirantes que pertenecen a ese tipo de sucesos en los que la realidad supera a la ficción (sin perjuicio de que en ellos haya una considerable cantidad de ficción)
La novela está bien contada y su técnica de mezclar dos en una, muy bien resuelta; relata hechos poco conocidos, de una etapa poco conocida de nuestra historia, y, si es cierto que por tratarse de historia, nos gustaría saber qué es real y qué inventado, damos la curiosidad por válida por cuanto todo ello contribuye al equilibrio y al interés de la narración.
Su guiño final (las puertas y posibilidades que deja abiertas), no sé en qué medida es verdad o invención, pero me parece una manera elegante de clausurar la historia, un modo ágil de aligerar la tensión, y una actitud generosa del autor hacia las ansias de justicia y los deseos del lector.  








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