«La primera vez que tuve ese sueño
fue en el verano de 2014, un par de meses después de que se publicara mi libro
sobre la masacre de Gwangju. Durante los cuatro años siguientes, nunca dudé
sobre su significado. Sin embargo, el verano pasado se me ocurrió por primera
vez que quizá no se refiriera únicamente a esa ciudad. Que tal vez me había
equivocado o que había hecho una interpretación demasiado simplista al concluir
de manera apresurada e intuitiva que el sueño se debía solo a Gwangju. […] pensé por primera vez que quizá esa marea azul
oscura que se llevaba los huesos de los túmulos no estuviera relacionada con
las víctimas de la masacre de Gwangju ni con el tiempo transcurrido, sino que
fuese una especie de vaticinio personal. Que ese lugar con las tumbas anegadas
y las lápidas mudas presagiase el futuro que me esperaba.
Es decir, mi vida en este momento».
En el sueño nieva y Gyeongha está sobre una llanura. La llanura «lindaba con una colina, sobre cuya ladera había plantados miles de troncos negros». Gyeongha se pregunta si esos troncos serán lápidas y estará en un cementerio. De pronto sube la marea y lo anega todo
«El mar crecía a ojos vistas. ¿Así era como subía y bajaba la marea todos los días? ¿Y si se había llevado los huesos de más abajo, dejando los túmulos vacíos?
No había tiempo. Las tumbas anegadas ya no tenían remedio, pero había que trasladar cuanto antes los restos enterrados más arriba».
Pero Gyeongha no es capaz de salvar tanto cadáver enterrado. Está sola. Ni siquiera tiene una pala. Ese es el sueño que la ataca cada poco desde que publicó el libro sobre la masacre de Gwangju acaecida en 1980 y que ella relaciona con esos muertos. Pero ahora, cuando por primera vez pone en duda que su sueño se relacione con esa masacre concreta, el futuro de Gyeongha está a punto de dar un vuelco y de permitirle descubrir muchas cosas. Y es que, efectivamente, Gwangju no es el único lugar de Corea del Sur que ha sufrido matanzas.
El presente de Gyeongha es bastante caótico. En Seúl, encerrada en un apartamento al que se ha mudado no hace mucho, soporta como puede los calores del verano con el aire acondicionado estropeado y echa de menos a su familia, una hija que menciona de pasada, pero que no llega a aparecer por parte alguna. Se siente tan sola y sin motivos para vivir que, tras semanas de no salir de casa, comer malamente y vomitar lo que come, decide tirar todas sus cosas y poner fin a todo, pero algo le hace cambiar de opinión. Tal vez el salir de casa para depositar sus pertenencias en el contenedor, el ver el sol, la gente, la vida. En lugar de seguir tirando cosas decide ducharse y salir de casa para buscar comida.
«Así fue como la muerte pasó de largo. Como un asteroide que no colisiona con la Tierra por una diferencia angular ínfima, la muerte pasó por mi lado a una velocidad vertiginosa, sin la menor vacilación o remordimiento».
Meses después, ya en diciembre, con la nieve y el frío azotando Seúl, llega el mensaje de su amiga Inseon: «"Gyeongha". Ese era todo el mensaje». Inseon es una buena amiga con la que ha colaborado en el pasado porque si Gyeongha escribe libros sobre la historia más sangrienta de Corea del Sur, Inseon realiza documentales sobre el mismo tema, aunque ella se centra más en las masacres de la isla de Jeju. Pero hace tiempo que Inseon se ha retirado para vivir con su madre. «Hacía ocho años que había vuelto a su pueblo en las montañas de Jeju para cuidarla, y allí seguía viviendo aun después de que su madre hubiera fallecido».
Ahora Inseon está en un hospital de Seúl tras haber sufrido un accidente en su taller de carpintería. Y el favor que le pide a Gyeongha no es de los que se le piden a cualquiera. Ni de los que cualquiera está dispuesto a hacer. Le pide que viaje a Jeju para dar de comer y de beber a una cotorra con la que vive. Y tiene que ser ya porque la cotorra a duras penas podrá sobrevivir hasta el día siguiente. Y Gyeongha se siente culpable porque sospecha que Inseon, cuando tuvo el accidente, estaba trabajando en la obra que le había propuesto hacía cuatro años, cuando tuvo el sueño por primera vez. «[...] le propuse mi idea de plantar los troncos, pintarlos de negro y esperar a que cayese la nieve para filmar».
De manera que toma el primer avión para Jeju. El primero y el último porque una tormenta de nieve paraliza el país. Cuando llega a Jeju, aún tiene que llegar a la casa de su amiga, cogiendo un autobús y caminando media hora por un bosque. La narración de ese peregrinar hasta llegar a la casa resulta inquietante, agobiante, tan realista que sentimos el frío viento que nos traspasa, la oscuridad del bosque, el silencio blanco y blando en el que la nieve lo envuelve todo. Y resulta bello como la más bella de las poesías, porque esta novela es muy poética en la forma y muy onírica en el contenido.
«Los copos de nieve se posaban brevemente en el asfalto mojado, como si titubearan. Como los suspiros de alguien que acepta todo con un "Sí, claro", como los sones de una melodía que acaba fundiéndose con el silencio, como una mano a punto de posarse sobre un hombro para, de inmediato, desistir del gesto, los copos caían sobre el asfalto negro y húmedo para desaparecer enseguida, sin dejar el menor rastro».
Le llegada a la casa nos introduce en un relato en el que la fantasía se mezcla con la realidad; Con la realidad de lo que Gyeongha va viviendo y con la terrible realidad vivida en la isla setenta años antes, en 1948. Gyeongha encuentra fotos, documentos, testimonios en los que va completando la historia de los padres y otros familiares de Inseon. Va completando lo que Inseon ya le había contado muchos años atrás, cuando ella aún no conocía a la madre de su amiga. Pero ahora, en la casa, la voz de la amiga se vuelve presente y le va narrando a Gyeongha los hechos más terribles, porque ambas recorren la casa y así Inseon está en el hospital, pero está en la casa dando testimonio de lo que le contó su madre, de lo que encontró en documentos o le contaron otros testigos; de aquella matanza en Jeju en la que «a lo largo de tres meses, desde mediados de noviembre de 1948, los militares incendiaron las aldeas del interior de la isla y masacraron a unos treinta mil civiles».
 |
| Han Kang |
Hace años, en 2018, mucho antes de que le dieran el Nobel, había leído La vegetariana. Me había gustado mucho la novela, pero he de confesar que olvidé a la autora hasta que en 2024 le otorgaron el premio. En ese momento apunté en mi lista varios libros suyos y compré éste que ha quedado por más de un año dormitando en mi estantería de pendientes. La pereza que me provoca la literatura del Extremo Oriente ha tenido la culpa y, como siempre que venzo esa pereza, la sorpresa ha sido lo mucho que he disfrutado con Imposible decir adiós porque es una historia escrita con la belleza poética que ya me había cautivado en La vegetariana, pero además, entre la fantasía y la realidad, el sueño y la vigilia, y los fantasmas que sobrevuelan la casa, narra unos hechos históricos que desconocía y que me han sobrecogido. Evidentemente, he ido a páginas web a informarme de ambas matanzas, la de Gwangju, de 1980, y la de Jeju, de 1948. Y he de decir que es todo un viaje al horror.
Una curiosidad. Acababa de ver la serie Si la vida te da mandarinas. Para los que no la hayan visto diré que es una preciosa serie sobre la vida de tres generaciones de una familia en la isla de Jeju. Comienza después de la guerra de Corea, hacia finales de los cincuenta o principios de los sesenta, y narra entre otras cosas la realidad de las mujeres buceadoras de la isla y la dureza de su vida, pero en ningún momento hace referencia a estos hechos que, por fuerza, tuvieron que dejar su huella en casi todos los habitantes de la isla.
Recomiendo la serie, pero sobre todo recomiendo esta novela de Han Kang y espero que mis estúpidas perezas y prejuicios no me impidan leer más novelas de esta autora antes de que pasen otros siete años.

A mí la literatura oriental (tanto china, coreana o japonesa) me resulta un tanto, si no indigerible, sí pesada, aunque también he enconrado alguna pequeña joya, como es Wild swans (cisnes salvajes,) de Jung Chang, una escritora china residente en Gran Bretaña que cuenta la vida de tres generaciones de su familia en la China pre-Mao y post-Mao. Me entusiasmó, así que la historia que se cuenta en Imposible decir adiós, también me puede resultar, cuanto menos aleccionadora, pues desconocía totalmente esos conflictos armados.
ResponderEliminarUn beso.
Tu entrada me ha llevado de la mano por la nieve de Jeju, por ese bosque que cruje y susurra, hasta la casa donde los fantasmas no asustan: acompañan. Y esa curiosidad tuya por la serie de las mandarinas… tomo buena nota. También me parece importante el conocer o repasar los sucesos históricos que comentas.
ResponderEliminarUn beso, Rosa.