El León que nunca conocí
Estos escritores han ambientado muchas de sus novelas en la ciudad y han ido dejando en nosotros el poso de distintas épocas y distintos ambientes del siglo XX:
El León tabernario y prostibulario, tan bien descrito por Julio Llamazares, "donde murió Genarín con la mano en el manubrio" mientras aliviaba los excesos del orujo contra los cubos de la muralla allá por 1929 (por cierto, la noche de Jueves Santo y atropellado por el primer carro de la basura que hubo en León); el León de los tristes y oscuros años 50 que Luis Mateo Díez nos regala en "La fuente de la edad", por los que se mueven como sombras maltrechas unos personajes que ven nacer y morir sus sueños y a los que, ni siquiera la venganza, les sirve para emerger del fracaso que es toda su vida; el León de los 60 en "El año del francés" de Juan Pedro Aparicio; el adivinado en muchas novelas de José María Merino; y tantos otros que, perdidos en algún rincón oscuro de la memoria (o del olvido), han ido creando una ciudad que, a pesar de estar sólo en mis intuiciones literarias, es, a veces, mucho más real que la vivida y recordada.
Ese León, donde parece que siempre es invierno, y no un invierno luminoso de nieve blanca y cielo azul, sino ese invierno gris de lluvia y niebla, de humedad y frío intenso de nieve pisoteada y pringosa (y cielo gris); ese León que huele a carbón y hollín, a morcilla de los bares del Húmedo y sopa de cocido (y, siempre, el cielo gris); ese León sin coches ni escaparates luminosos, triste y oscuro, con olor a sotanas y tricornios (y el cielo más gris que nunca); de burgueses de casino y funcionarios de taberna con zapatos rotos y chaquetas remendadas (encogidos y sin abrigo bajo un cielo gris); ese León en el que vivir era difícil (como en toda España, por otra parte), pero que a veces nos duele de tanta nostalgia (no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca vivimos, parafraseando más o menos a Sabina), y nos produce una intensa ansiedad: la de no poder retroceder la rueda del tiempo y aparecer en la buhardilla de Chon Orallo, comiendo ancas de rana y planeando salir en busca de la fuente de la edad porque es primavera, brilla el sol en León y se acerca la época ideal para brincar por el monte buscando fuentes.
Ese León que abarca desde que se inventó la fotografía hasta los años 50 (más o menos, también) es el que dejo aquí para alimentar la añoranza porque aunque creo firmemente que todo tiempo presente es mejor, cómo se echa de menos, a veces, lo peor.
Disfrutad.
Confieso que me ha producido una fuerte añoranza esta publicación, ya que esta ciudad de León representa mis años de infancia, adolescencia y juventud, por lo que te felicito por compartirla.
ResponderEliminarUn besazo.
Gracias Estrella. Es el León de mi literatura, el de tantos escritores que lo han plasmado en sus libros, un León que yo no conocí más que en las páginas y personajes de las novelas que cito.
EliminarUn beso.