"Londres, 1891" Juan Ramón Biedma
No era el primer periodo de niebla asesina que se producía en la ciudad de Londres, pero sí el más grave del que se conservara memoria. En 1880, el humo del carbón de las calefacciones y de la industria se combinaron para formar una densísima plaga tóxica de dióxido de azufre y partículas de combustión que había hecho aumentar los índices de mortalidad de la población por encima de las peores previsiones. En la actualidad, once años más tarde, a pesar de que el calendario ya había decretado el final del invierno, un rebrote impredecible de frío y de actividad fabril intensificó la diligencia de las chimeneas hasta asentar una masa plomiza sobre las calles, que, según las autoridades, había provocado ya la muerte de casi mil quinientas personas. Las nieblas asesinas siguieron aún durante muchos años en Londres. La de 1952 mató a más de cuatro mil londinenses y fue el detonante para que empezaran a tomarse medidas de cara a anular el fenómeno y mejorar la salud de las personas y del