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Muerte entre los puentes

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Con este microrreto colaboro en la convocatoria de marzo de  El tintero de oro , en la que se nos reta a escribir un microrrelato basado en la escena de una película. Se trata de poner en palabras escritas, una escena de alguna película que nos haya gustado. Lo normal es pasar las novelas a escenas de cine. En este caso haremos lo contrario.  La escena elegida por mí, que no deberá superar las 250 palabras, pertenece a una de mis películas favoritas, Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984).  Cuando decidimos independizarnos de Bugsy, pensamos que la vida nos empezaba a sonreír. Manejábamos dinero, vestíamos buenos trajes y por fin Deborah había dejado de mirarme como a una cucaracha.  Aquella mañana era como si Brooklyn hubiera sido puesto allí para nosotros. Íbamos felices tras haber metido otra buena cantidad de dinero en la consigna de la estación. Cockeye tocaba la flauta y el puente de Manhattan se dibujaba en toda su belleza al fondo del callejón. Dominick iba delante salta

"Hijas y esposas" Elizabeth Gaskell

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«Permitan comenzar con ese viejo galimatías infantil. En un país había un condado, y en el condado había un pueblo, y en el pueblo había una casa, y en la casa una habitación, y en la habitación había una cama, y en la cama estaba echada una niña; completamente despierta y con ganas de levantarse, pero no se atrevía a hacerlo por temor al poder invisible de la habitación de al lado: una tal Betty, cuyo sueño no debía perturbarse hasta que dieran las seis, momento en que se levantaría «como si le hubieran dado cuerda» y se encargaría de alborotar la paz de aquella casa. Era una mañana de junio y, aunque era muy temprano, el dormitorio estaba lleno de sol, de luz, de calor» .  Pero por fin dieron las seis y Molly Gibson, la niña de doce años que espera ansiosa, puede levantarse y empezar a disfrutar de ese día tan especial. Un día en el que iba a conocer a mucha gente que terminaría siendo crucial en su vida. Molly no tiene madre, casi ni la recuerda. Vive con su padre, médico en Holling

"Laura" Vera Caspary

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Laura  (Otto Preminger 1944) es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. No sé cuándo la vi por primera vez, pero fuera cuando fuera, infancia o primera adolescencia, dejó en mí una impresión profunda. Nunca olvidé el cuadro en el salón de la casa de Laura o ella apareciendo en la noche con su chubasquero amarillo. ¿Amarillo? Es posible. La película es en blanco y negro, pero yo siempre he visto ese chubasquero de un amarillo muy vivo. Nunca me decidí, sin embargo a leer un libro con el mismo título que tenía mi padre entre sus novelas de la infancia. Por entonces andaba más preocupada de Verne, Salgari, Dumas o Dickens y tampoco relacioné la película con él.  Seguí viendo la película siempre que tuve oportunidad, pero el libro siguió entre los más viejos y olvidados de la casa. Hace unos meses escuché a Marta Marne en su podcast Hora de la muerte un episodio dedicado a Vera Caspary y allí descubrí que aquel libro que tenía mi padre y que se titulaba Laura era el que habí

"El viento y la sangre" Martin Aloysius West (Alexis Ravelo)

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«Pequeño y escuchimizado, Morton tenía un semblante pálido y anguloso, con una gran nariz cuyas dimensiones intentaba disimular inútilmente sirviéndose de un ridículo bigote tan negro y fino que parecía dibujado con lápiz de ojos. Se movía con la resolución característica de los tipos duros, aunque sabía (como sabían todos los que le conocían) que siempre había sido y nunca sería más que un perdedor, un segundón que se arrimaba a quienes valían más que él para alimentarse con sus sobras. No obstante, por primera (y acaso última) vez, Morton tenía una oportunidad. Todo dependía de que supiera moverse rápida y convenientemente. Y ese hecho, el hecho de estar tan cerca del triunfo y que, no obstante, todo pudiera echarse a perder si metía la pata, le ponía nervioso. Muy nervioso» .  Daniel Morton acaba de llegar a Marksonville, Dakota del Sur. Viene con dinero fresco que acaba de conseguir después de traicionar a los suyos, asesinar a un compañero y hundir en aguas pantanosas la misión en

Tres eran tres 24

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Tres novelas muy distintas. Una policíaca, una de espías y una historia de madres e hijas. Dos españolas y otra noruega. Muy recomendables las tres. " El caso de las japonesas muertas ". Antonio Mercero. Cinco años hizo ya que leí la primera entrega de la serie protagonizada por Sofía Luna, una inspectora transgénero de la Policía Nacional. En la novela anterior, El final del hombre , Carlos Luna acababa de conseguir su cambio legal de género y pudo por fin tener un DNI a nombre de Sofía Luna. Cuando empieza esta segunda, Sofía se reincorpora al trabajo después de un año de convalecencia tras su operación de reasignación de sexo biológico. Sofía ya no es mujer solo en los papeles y en lo que siente de sí misma, también su cuerpo es ahora el de una mujer.  La reincorporación al trabajo no es fácil. Físicamente se siente cansada y somnolienta, efecto secundario del tratamiento con hormonas. Pero el balance general es bueno. El año de convalecencia ha sido muy positivo «Ha podid

"Personas decentes" Leonardo Padura

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«Reynaldo Quevedo, o Quevedo a secas, como se le conoció, había sido en los oscuros años de la década de 1970 la encarnación del Maligno para los medios artísticos del país. Poeta mediocre, con algún grado militar menor, pertenecía al sector de los intransigentes políticos y a la horda de los enfermos de ese odio voraz que engendran la envidia y los fundamentalismos y cuyos efectos se multiplican desde el pedestal del poder.  Estalinista confeso, de personalidad oscura y agazapada, había sido escogido por su vocación de inquisidor y tal vez por su maldad genéticamente codificada como la cabeza rectora del proceso de persecución, hostigamiento y marginación que sufrieron demasiados escritores y artistas cubanos durante los años en que ejerció su compacto reinado » .  Ahora Reynaldo Quevedo ha aparecido muerto. Asesinado y mutilado. De su casa han desaparecido algunos cuadros «obras de los pintores a los que persiguió, censuró, les jodió la existencia» . Estamos en 2016 y el viaje de Oba

"Salvo mi corazón, todo está bien" Héctor Abad Faciolince

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«Lo que no tiene sentido a estas alturas, Lelo, es hablar mal de los curas. Estos ya están caídos, jodidos, y no tienen cómo defenderse. ¿Al caído caerle? Jamás. Hasta un ateo como yo puede sentir compasión y nostalgia por la fe y por los curas. [...] Últimamente los curas, y hasta el Papa, no hacen otra cosa que pedir perdón con humildad por todos los errores de la Iglesia en la historia, y cuanto más perdón piden, más los atacan y desprecian. [...] Ahora resulta que todos ustedes, todos sin excepción, son unos abusadores de niños, unos pervertidos, unos seres asquerosos y lascivos, malolientes y sucios. Y no es así, no. Al menos vos y el Gordo nunca han sido así. [...]Ahora a los curas, además de caídos, odiados y derrotados, les piden que se entierren con sus propias manos. Víctimas de los mitos de la Iglesia   ustedes dos,   sin duda, y de esa locura del celibato obligatorio, también, pero pervertidos no, perversos, jamás. Yo por ti y por el Gordo no siento sino cariño y compasión,