"El francotirador paciente" Arturo Pérez Reverte

Sniper es un grafitero, pero por encima de todo, Sniper es una leyenda. Y no sólo en el mundo de los grafiteros, sino en todos los ambientes que alguna vez han tenido algo que ver con ellos: policías, periodistas, estudiosos del arte, autores de libros y catálogos para museos y algún que otro editor mega pijo. 
Han pasado veinte años desde que Sniper se inició en el mundo del grafiti y ahora ya tiene los cuarenta pasados, pero salvo personas muy íntimas y cercanas, nadie le ha visto la cara, nadie sabe cual es su identidad y, mucho menos, donde se esconde. Lo que todo el mundo ha visto son sus obras, variadas, muy evolucionadas a lo largo del tiempo, pero con una constante: la "i" de su firma lleva un punto convertido en la mira  de un rifle. De ahí su apodo: el francotirador.


Sniper comenzó estampando su firma en las paredes como una simple rúbrica a la que enseguida añadió la característica mira telescópica sobre la "i"; más tarde, empezó a introducir, entre las letras, figuras que poco a poco empezaron a adquirir más importancia, quedando el nombre como simple firma, a la vez que empezaba a añadir
frases enigmáticas ("Las ratas no bailan claqué"). Tras un viaje a Méjico sumó a la mira telescópica las calacas, pequeñas calaveras, como segunda muestra identitaria de sus grafitis.
"El francotirador paciente", la última novela de Arturo Pérez Reverte (por poco tiempo; el día doce sale la siguiente: "Hombres buenos") nos introduce en un tema apasionante y poco conocido: el del Grafiti y los grafiteros, esos seres con sudadera y capucha, cargados de mochilas con aerosoles de colores que atraviesan la noche dejando su impronta de frustración, sus ansias de resarcimiento y su rabia confesa, a lo largo y ancho de las ciudades, allí donde más se ve y donde es más difícil borrar: fábricas abandonadas, vagones de tren parados (a veces parados a la fuerza tras tirar de la palanca del freno de emergencia) edificios oficiales, etc.
La trama se presenta con cierta intriga y con mucho interés: Sniper hace ya muchos años que es un mito en el mundo del grafiti internacional. Convoca por internet acciones arriesgadas y muy mediáticas, a las que acuden grafiteros de todo el mundo, en lugares icónicos y a veces en fechas señaladas. En algunas de estas acciones ha habido accidentes con heridos e incluso algún muerto. Uno de éstos era hijo de un empresario con mucho dinero y más poder que ha puesto precio a la cabeza de Sniper. 
Retrato del autor hecho
por Francisco Navarro
A partir de ese principio, el planteamiento es en apariencia sencillo, pero muy interesante: una historiadora de arte (Lex, de Alejandra), con una tesis doctoral sobre Arte urbano recibe el encargo de un editor de libros y catálogos para tiendas de museos de buscar a Sniper y ofrecerle lo que pida. Se trata de encumbrarle "...un catálogo completo de ese tío. Una gran obra en varios volúmenes, los que hagan falta"; se trata de convertirlo en "...historia del Arte. Lo vamos a coordinar con una retrospectiva monstruo en algún sitio de los grandes: la Tate Modern, el MoMA"; se trata de venderlo al mejor postor... y cobrar mucho por ello. 
Es un tarea ardua pues los verdaderos grafiteros, Sniper en especial, tienen a gala no participar en ninguno de esos proyectos. Cuando el Ayuntamiento, por presiones, declaró sus obras de interés cultural, amanecieron emborronadas de negro con el círculo de la mira telescópica encima. Prefirió boicotearse antes que poner sus obras a disposición de las instituciones para solaz de conciencias indecisas y condescendientes.
Bajo el lema "Si es legal, no es grafiti", desprecian a todos los que se dejan domesticar; los que se avienen a participar en concursos y certámenes convocados por las autoridades para decorar superficies graciosamente cedidas; los que aceptan trabajos de decoración y de pintura de exteriores o de interiores, públicos o privados; los que trabajan para ciertos negocios, decorando los cierres metálicos u otras superficies de bares, tiendas, talleres, etc, en un intento del dueño por defenderse de grafiteros incontrolados  porque ya se sabe, mejor elegir lo que te ponen. 
Se supone que son rompedores, radicales, incorruptibles: "Yo no busco denunciar las contradicciones de nuestro tiempo; yo busco destruir nuestro tiempo" dice Sniper. Cuentan que en una ocasión el Ayuntamiento de Barcelona le ofreció "... una pared junto al MACBA con la garantía de conservar la pieza, y no quiso... dos semanas después bombardeó sin piedad el Parque Güell: calacas y miras de francotirador por todas partes."
El interés radica en averiguar si el personaje es en realidad tan puro como se vende. Sobre todo tras las declaraciones de un antiguo compañero de correrías nocturnas y grafiteras: Topo, reconvertido en empresario, dueño de una tienda de aerosoles y toda la parafernalia del colectivo, cuyo nombre, Radikal, es la única reliquia de pasadas glorias. "Nadie puede ser honrado tanto tiempo, a menos que esté loco. Fui amigo suyo durante diez años, y te aseguro que está perfectamente cuerdo... Es muy listo. Ha sabido mantenerse en apariencia digno, sin venderse aunque el mercado lo habría acogido de forma espectacular. Eso ha aumentado su cotización... creo que es un plan... al final aceptará y en una subasta sus obras se venderán millonarias"

El interés, por lo tanto, es saber si está dispuesto a pagar el impuesto que requiere la pureza o si prefiere pagar el otro impuesto, más fácil, más barato, pero más complicado de casar con la conciencia, quizás más oneroso a la larga, que es el de romper con tus ideales y dejarte corromper.
La búsqueda del personaje recorre paisajes variados (Lisboa, Verona, Roma, Nápoles) y personajes curiosos (las grafiteras hermanas Sim y Nao; el inspector jefe Luis Pachón que tiene en la pared de su despacho en comisaría un grafiti con el que un detenido pagó su libertad) y el interés se mantiene o aumenta a medida que se avanza... 
Y, de pronto, todo esto se nos desmorona entre las manos, ante nuestros ojos incrédulos y asombrados ("no puede ser" me decía) cuando la novela empieza a rezumar episodios inverosímiles; personajes caricaturescos (un gordito rubio con bigote y ojos azules y una zorra con abrigo de visón que persiguen a Lex); cuando nuestra historiadora del arte se convierte poco menos que en la Beatrix Kiddo de Kill Bill y empieza a repartir mamporros que nos dejan atónitos y desasosegados; cuando se precipita un final que no pega, para el que no se han dado claves. Un final además que, no por inesperado, añade valor o interés a la trama, sino que la convierte en algo sin coherencia, desvinculado de lo anterior; un final que, en medio de frases muy bonitas, pero un tanto huecas, y artificiales, se acelera de un modo poco natural, precipitado, como si de pronto el autor hubiera sentido la necesidad de acabar con aquello de cualquier manera y cuanto antes. 
Y nos quedamos con cara de lelos, con el libro entre las manos preguntándonos en qué momento nos lo cambiaron; cuando y por qué decidió el autor dejar de lado sus premisas esenciales y convertir la novela en una de tantas con final epatante; cuando decidió pagar el tributo de la calidad como precio por la novela fácil, por la novela engañosa para lectores poco exigentes (el tributo que no llegamos a saber del todo si habría llegado a pagar Sniper). Juro que me quedé con el libro entre las manos, a las dos de la madrugada de un domingo y me sentí, como diría Serrat, "chupando un palo sentada sobre una calabaza". 
Y lo sentí mucho porque he sido incondicional de Pérez Reverte durante más de veinte años, y  nunca me había defraudado. He llorado con alguno de sus finales y se me han erizado los pelos porque me ha emocionado que fuera tan bueno. Leeré su próximo libro. Sé que aún tiene muchas alegrías que darnos. Confío en ello.

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