Henning Mankell, In memoriam


Últimamente, se nos mueren como del rayo y no nos da tiempo a hacernos a la idea. Yo ni siquiera era consciente de que estaba enfermo. Y no es que no lo supiera, tengo su última novela, que aún no he leído, pero sí lo suficiente (la faja, la contraportada, esas cosas que se leen antes de leer) como para saber que es una especie de toma de contacto con su enfermedad.
Lo pienso y me doy cuenta de que lo sabía, pero no lo tenía asimilado, no había caído en la dimensión auténtica, no lo había considerado como un estado definitivo (sobrevive tanta gente, cada vez más por fortuna, a la enfermedad...). Sea como sea, al igual que Chirbes, "se me ha muerto como del rayo". Porque además, como pasó con Chirbes, no son años para morirse.
Y se nos ha muerto Kurt Wallander. Aunque enfermo de Alzheimer desde "Un hombre inquieto" ambientada en 2008, Wallander estaba ahí. Podíamos esperar verle en
El primer libro de
Wallander
alguna nueva entrega protagonizada por su hija, Linda, como ya lo habíamos visto en "Antes de que hiele". Podíamos verle más joven de nuevo en alguna nueva entrega ambientada en el pasado como "Huesos en el jardín" donde Mankell nos regala un inspector Wallander sano y en plenas facultades tras dar un salto en el tiempo y volver a 2002.

Me daba igual, sano o enfermo, pero quería seguir disfrutando de él porque el inspector es uno de los personajes con los que más me he encariñado a lo largo de mis peripecias literarias. Y no por haberlo seguido a lo largo de doce novelas y más de un decenio (cuando lo descubrí, ya hacía casi diez años que Wallander pululaba por la literatura sueca, siendo uno de los pioneros si no, el pionero, de lo que acabaría siendo el boom de la novela negra nórdica); no sólo por eso, sino porque se trata de uno de los personajes más entrañables que he conocido. Provocaba las ganas de cuidarle; de hacerle comiditas para que dejara la comida basura que tan mal le iba a su diabetes; de insistirle para que dejara de fumar y de beber y adelgazara unos cuantos kilos; de lavarle la ropa y planchársela y mandarle a la comisaría hecho un pincel. Nunca entendí por qué Mona había dejado a un hombre tan encantador (olvidando lo terribles que pueden resultar los hombres encantadores), ni por qué se rompió su relación con Baiba, la novia que se echó en Riga y que le duró dos o tres novelas nada más. Me dolían los desplantes que le hacía su padre, pintor incansable del mismo paisaje: un bosque con
El último libro de
Wallander
o sin urogallo. Me dolían los desplantes presentes y los pasados que Wallander recordaba.

En definitiva, que yo quería a Wallander y ahora nos tendremos que acostumbrar a prescindir de él. 
Pero, de quien prescindirá mucha gente y muchas causas justas es de Henning Mankell porque él no sólo era un gran escritor sino un escritor comprometido. Vivía gran parte del tiempo en Maputo cuyo Teatro Nacional dirigió durante años. Era un gran defensor de la Causa Palestina y formó parte de La Flotilla de la Libertad que trataba de romper el bloqueo a la franja de Gaza y fue atacado por la Marina Israelí, con el triste resultado de diez muertos y varios heridos.
Una triste pérdida para la novela negra, para la literatura y para las causas perdidas.
Sit tibi terra levis.




Comentarios

  1. Es una làstima que no haya leìdo nada de este señor.

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    1. Bueno, pero aún estás a tiempo. Aunque él se ha ido, nos ha dejado el regalo de sus libros que nos seguirán acompañando.

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