"Como la sombra que se va" vs. "El invierno en Lisboa" Antonio Muñoz Molina
Parece que últimamente las historias me vienen a pares. Si en la entrada anterior fue un libro del que salió una película, en esta ocasión es una novela que evoca otra novela y así, leyendo el último libro de Antonio Muñoz Molina, "Como la sombra que se va", me he visto en la perentoria necesidad de releer, por tercera vez creo, "El invierno en Lisboa".
Eran tantas las referencias a la segunda que se hacían en la primera, que no pude resistirme y las he ido leyendo las dos a la vez.
"El invierno en Lisboa" es una novela de finales de los 80 que nos descubrió a un autor desconocido y nos entusiasmó con una historia de jazz y gánsters, de amor y engaño, de música maravillosa y maravillosos cuadros de origen incierto; con peleas sobre la plataforma de un tren y huidas nocturnas; con un músico alcoholizado que "había ingresado casi al mismo tiempo en la mitología y en el olvido" y toca la trompeta maravillosamente y otro que se ha "librado del chantaje de la felicidad" y toca maravillosamente el piano; con un aire tan cinematográfico que por sus páginas deambulan Víctor Laszlo e Ilse, despedidos en el aeropuerto de Casablanca, camino a Lisboa, por Rick Blaine en una noche neblinosa; Laura bajo el umbral de una puerta, a contraluz, con la gabardina y el pelo mojados de una pertinaz lluvia, en una noche también neblinosa.
Fue una novela que estaba pidiendo a gritos una película y, cuando por fin se hizo en 1991, la película fue un fiasco, a pesar de Dizzy Gillespie que hizo la música e interpretó a Billy Swann; a pesar de actores de la talla de Eusebio Poncela, Fernando Guillén o Fernando Guillén Cuervo; a pesar, sobre todo, de la cinematográfica historia que Muñoz Molina les había proporcionado.
La historia se ambienta en dos ciudades hermosas bañadas por el mar: San Sebastián ("...hay ciudades a las que se vuelve siempre, igual que hay otras en las que todo termina... San Sebastián es de las primeras...") y Lisboa ("...la patria de su alma, la única patria posible de quienes nacen extranjeros").
Es la historia de un amor imposible entre un músico, Santiago Biralbo, y la mujer de un estafador de poca monta, Lucrecia. A lo largo de la novela, entre ambos, solo hay media docena de encuentros (y creo que exagero), algunos más bien inciertos ("Aquí las cosas ocurren de otra manera, como si estuvieran pasando hace años y uno se acordara de ellas" le dice Billy Swann a Santiago Biralbo que cree haberla visto en un tren con el que se cruza el suyo), pero suficientes para que haya celos, engaños, pasión, olvido y todos los sentimientos que acompañan una buena historia de amor. Tras ésta, toda una trama, digna del cine negro de los años cuarenta y cincuenta, de esas que recuerdan "El tercer hombre", "Perdición", "Retorno al pasado" o las mencionadas "Laura" y "Casablanca"
En fin, un libro que rereleído 26 años después, no ha perdido su capacidad de emocionar y, si en algún momento se encuentra algún fallo de principiante, eso solo hace que aumente su frescura, la que proporcionó al mundo de la literatura en aquel final de la década de los 80, cuando obtuvo el Premio Nacional de Narrativa de España en 1988 y el Premio de la Crítica Narrativa Castellana en 1987.
"Como la sombra que se va" es uno de esos libros de Antonio Muñoz Molina que no se sabe muy bien cómo clasificarlo: novela, ensayo, biografía, autobiografía. Y es que de todo ello tiene esta obra que se lee (al menos yo la he leído) con auténtico placer; que es una de esas obras (no la mejor, ni de las mejores, pero sí una de esas) que hacen que leer sea la manera más maravillosa de pasar el rato, de entretener la impaciencia, de perder el tiempo mientras sentimos que no tenemos ni un minuto que perder si queremos leer más y más. Desde luego, ya no se aprecia en ella ningún error. A estas alturas, Muñoz Molina mezcla historias, tiempos y lugares con una maestría asombrosa; hace que sus historias, contadas como piezas sueltas, acaben encajando y formando un maravilloso puzzle. Y lo más sorprendente es que resulta fácil leerlo. A pesar de la falta total de linealidad, a pesar de los saltos continuos temporales y espaciales, las historias van encajando y nos vamos maravillando de cómo lo hacen a medida que avanzamos en su lectura.
"Como la sombra que se va" es el relato de fragmentos de dos vidas. Por una parte, nos muestra al asesino de Martin Luther King durante los diez días que pasó en Lisboa con pasapote canadiense y bajo el nombre de Ramón George Sneyd; por otra, el autor recuerda algunos de sus viajes a la misma ciudad ( en ningún momento dice que haya habido más viajes que los que describe, pero uno se imagina que han tenido que ser muchos más y que estos, los mencionados, son solo los que por unas u otras razones han dejado más huella o son más pertinentes).
Por lo que se refiere al primer apartado, se nos va mostrando al asesino (James Earl Ray) deambulando por la ciudad portuguesa en su huida descabellada y sin futuro a la vez que se nos va dando a conocer su vida, una vida de pobreza, abandono y desamor; con una madre que bebía tanto que se desplomaba en el suelo sin sentido, un suelo al que le faltaban las tablas que su padre quemaba para encender la estufa; una vida que comenzó en Illinois, en lo más profundo del medio oeste americano y que estaba predestinada a la cárcel como la de su padre y hermanos (de hecho, cuando asesina al Dr. King el 4 de Abril de 1968, era un fugitivo que había huido de prisión en un camión escondido entre los restos del pan)
Y a pesar de todas estas circunstancias en contra, tenía desde pequeño "... desde que tuvo conciencia de que existía un mundo exterior a su familia", tal ansia por saber y por acumular información, que cualquier soporte con letra impresa era un regalo para él: enciclopedias médicas y manuales de derecho; revistas o almanaques con mujeres desnudas y, especialmente, ejemplares de National Geographic o mapas y cualquier cosa en que se mostraran paisajes y gentes exóticas, desde dirigibles aterrizando en el Polo Norte, hasta "... nativos desnudos y pintados que pertenecían a tribus ya extinguidas, habitantes de selvas de las que no quedaban ni los nombres"
De mayor admiraba a Joe McCarthy y despreciaba a los negros, musulmanes, indios y todo lo que no fuera claramente WASP. Despreciaba especialmente a Martin Luther King "...el negro de raza tan turbia que tenía boca y nariz de negro de África y ojos de asiático, ... el profeta de los trajes de seda cortados a medida y los gemelos de oro y los alfileres de corbata de oro..." y quizás era esto lo que menos podía soportar, que un negro vistiera con elegancia y hubiera disfrutado desde la infancia de todos los lujos que él nunca había conocido.
La segunda parte, cuyos capítulos se van alternando con los de la anterior, llegando a compartir capítulo en algunas ocasiones, nos muestra al autor joven viviendo en Granada dos vidas, la que transcurre entre semana, de trabajo, escritura y farras nocturnas y la de los fines de semana en que viene su mujer (maestra en otra ciudad) con su niño de tres años y embarazada del segundo. Nos lo muestra en su primer viaje a Lisboa, desertando de su oficio de padre y marido y dejando a su familia el día de Año Nuevo, en plenas vacaciones y con un hijo de un mes. Sale huyendo hacia Lisboa porque "Tenía esa convicción enfermiza... de que la vida verdadera estaba en alguna otra parte". Se va en busca de sus personajes y de sus escenarios y los va encontrando poco a poco, a medida que deambula por la ciudad, pisando, sin saberlo, los mismos adoquines que veinte años antes habían pisado los pies de un asesino.
Nos va contando estados de ánimo (tanto los provocados por su situación personal y familiar, como los que se desprenden del hecho de escribir una novela, una determinada novela), peripecias personales (su nueva vida cuatro años después de escribir "El invierno en Lisboa", cuando ya es famoso y se dedica a la escritura por completo y tiene otra hija; su encuentro con su actual pareja, a la vuelta de su segundo viaje a Lisboa) y, en fin, episodios de su vida relacionados con la ciudad en la que acabó viviendo su hijo pequeño y a la que vuelve varias veces, la última cuando escribía el libro que el lector tiene entre las manos.
Pero en el libro también aparece el Dr. King como un personaje más, en un capítulo memorable que recrea los minutos previos a su muerte cuando, acodado sobre la barandilla en la que le sorprenderá el disparo, hace recuento de su vida y de su cansancio y uno piensa que está escuchando a un hombre viejo, en el final de su vida, no porque sepamos que está a punto de morir, sino porque parece un anciano acabado y agotado, y entonces nos sorprendemos porque se nos recuerda que solo tiene 39 años.
También se nos cuenta un viaje del autor con su pareja a Memphis, Tennessee, buscando los escenarios del crimen, el ambiente húmedo y caluroso, a orillas del Misisipi, en otro atardecer más de 40 años después.
Se nos cuentan muchas cosas y al final se confunden en la mente del autor que, de vuelta en Lisboa en 2014, ahora sí consciente de estar en la misma ciudad que su personaje asesino, nos confiesa "...vivo en dos mundos y en dos tiempos, en la misma ciudad... podría ser él... en esa Lisboa conjetural de ahora mismo y de hace cuarenta y seis años en la que tengo atrapada la imaginación", en la que nos tiene atrapados a todos nosotros pues si él, va escribiendo una novela a la vez que descubre una ciudad, nosotros vamos descubriendo una ciudad a la vez que leemos una novela. Aunque, como en mi caso, ya se conozca la ciudad, es otra la Lisboa que descubrimos, esa en la que se le iba acabando el dinero a un asesino que no conseguía su visado para Angola o Sudáfrica; esa en la que un escritor, subido a un tranvía en el que ha encontrado asiento, llega a una conclusión definitiva "Sentarse en un tranvía en Lisboa y acodarse en el marco de la ventanilla es uno de los placeres en prosa que le da a uno la vida"
Eran tantas las referencias a la segunda que se hacían en la primera, que no pude resistirme y las he ido leyendo las dos a la vez.
"El invierno en Lisboa" es una novela de finales de los 80 que nos descubrió a un autor desconocido y nos entusiasmó con una historia de jazz y gánsters, de amor y engaño, de música maravillosa y maravillosos cuadros de origen incierto; con peleas sobre la plataforma de un tren y huidas nocturnas; con un músico alcoholizado que "había ingresado casi al mismo tiempo en la mitología y en el olvido" y toca la trompeta maravillosamente y otro que se ha "librado del chantaje de la felicidad" y toca maravillosamente el piano; con un aire tan cinematográfico que por sus páginas deambulan Víctor Laszlo e Ilse, despedidos en el aeropuerto de Casablanca, camino a Lisboa, por Rick Blaine en una noche neblinosa; Laura bajo el umbral de una puerta, a contraluz, con la gabardina y el pelo mojados de una pertinaz lluvia, en una noche también neblinosa.
Fue una novela que estaba pidiendo a gritos una película y, cuando por fin se hizo en 1991, la película fue un fiasco, a pesar de Dizzy Gillespie que hizo la música e interpretó a Billy Swann; a pesar de actores de la talla de Eusebio Poncela, Fernando Guillén o Fernando Guillén Cuervo; a pesar, sobre todo, de la cinematográfica historia que Muñoz Molina les había proporcionado.
La historia se ambienta en dos ciudades hermosas bañadas por el mar: San Sebastián ("...hay ciudades a las que se vuelve siempre, igual que hay otras en las que todo termina... San Sebastián es de las primeras...") y Lisboa ("...la patria de su alma, la única patria posible de quienes nacen extranjeros").
Es la historia de un amor imposible entre un músico, Santiago Biralbo, y la mujer de un estafador de poca monta, Lucrecia. A lo largo de la novela, entre ambos, solo hay media docena de encuentros (y creo que exagero), algunos más bien inciertos ("Aquí las cosas ocurren de otra manera, como si estuvieran pasando hace años y uno se acordara de ellas" le dice Billy Swann a Santiago Biralbo que cree haberla visto en un tren con el que se cruza el suyo), pero suficientes para que haya celos, engaños, pasión, olvido y todos los sentimientos que acompañan una buena historia de amor. Tras ésta, toda una trama, digna del cine negro de los años cuarenta y cincuenta, de esas que recuerdan "El tercer hombre", "Perdición", "Retorno al pasado" o las mencionadas "Laura" y "Casablanca"
En fin, un libro que rereleído 26 años después, no ha perdido su capacidad de emocionar y, si en algún momento se encuentra algún fallo de principiante, eso solo hace que aumente su frescura, la que proporcionó al mundo de la literatura en aquel final de la década de los 80, cuando obtuvo el Premio Nacional de Narrativa de España en 1988 y el Premio de la Crítica Narrativa Castellana en 1987.
"Como la sombra que se va" es uno de esos libros de Antonio Muñoz Molina que no se sabe muy bien cómo clasificarlo: novela, ensayo, biografía, autobiografía. Y es que de todo ello tiene esta obra que se lee (al menos yo la he leído) con auténtico placer; que es una de esas obras (no la mejor, ni de las mejores, pero sí una de esas) que hacen que leer sea la manera más maravillosa de pasar el rato, de entretener la impaciencia, de perder el tiempo mientras sentimos que no tenemos ni un minuto que perder si queremos leer más y más. Desde luego, ya no se aprecia en ella ningún error. A estas alturas, Muñoz Molina mezcla historias, tiempos y lugares con una maestría asombrosa; hace que sus historias, contadas como piezas sueltas, acaben encajando y formando un maravilloso puzzle. Y lo más sorprendente es que resulta fácil leerlo. A pesar de la falta total de linealidad, a pesar de los saltos continuos temporales y espaciales, las historias van encajando y nos vamos maravillando de cómo lo hacen a medida que avanzamos en su lectura.
"Como la sombra que se va" es el relato de fragmentos de dos vidas. Por una parte, nos muestra al asesino de Martin Luther King durante los diez días que pasó en Lisboa con pasapote canadiense y bajo el nombre de Ramón George Sneyd; por otra, el autor recuerda algunos de sus viajes a la misma ciudad ( en ningún momento dice que haya habido más viajes que los que describe, pero uno se imagina que han tenido que ser muchos más y que estos, los mencionados, son solo los que por unas u otras razones han dejado más huella o son más pertinentes).
Por lo que se refiere al primer apartado, se nos va mostrando al asesino (James Earl Ray) deambulando por la ciudad portuguesa en su huida descabellada y sin futuro a la vez que se nos va dando a conocer su vida, una vida de pobreza, abandono y desamor; con una madre que bebía tanto que se desplomaba en el suelo sin sentido, un suelo al que le faltaban las tablas que su padre quemaba para encender la estufa; una vida que comenzó en Illinois, en lo más profundo del medio oeste americano y que estaba predestinada a la cárcel como la de su padre y hermanos (de hecho, cuando asesina al Dr. King el 4 de Abril de 1968, era un fugitivo que había huido de prisión en un camión escondido entre los restos del pan)
Y a pesar de todas estas circunstancias en contra, tenía desde pequeño "... desde que tuvo conciencia de que existía un mundo exterior a su familia", tal ansia por saber y por acumular información, que cualquier soporte con letra impresa era un regalo para él: enciclopedias médicas y manuales de derecho; revistas o almanaques con mujeres desnudas y, especialmente, ejemplares de National Geographic o mapas y cualquier cosa en que se mostraran paisajes y gentes exóticas, desde dirigibles aterrizando en el Polo Norte, hasta "... nativos desnudos y pintados que pertenecían a tribus ya extinguidas, habitantes de selvas de las que no quedaban ni los nombres"
De mayor admiraba a Joe McCarthy y despreciaba a los negros, musulmanes, indios y todo lo que no fuera claramente WASP. Despreciaba especialmente a Martin Luther King "...el negro de raza tan turbia que tenía boca y nariz de negro de África y ojos de asiático, ... el profeta de los trajes de seda cortados a medida y los gemelos de oro y los alfileres de corbata de oro..." y quizás era esto lo que menos podía soportar, que un negro vistiera con elegancia y hubiera disfrutado desde la infancia de todos los lujos que él nunca había conocido.
La segunda parte, cuyos capítulos se van alternando con los de la anterior, llegando a compartir capítulo en algunas ocasiones, nos muestra al autor joven viviendo en Granada dos vidas, la que transcurre entre semana, de trabajo, escritura y farras nocturnas y la de los fines de semana en que viene su mujer (maestra en otra ciudad) con su niño de tres años y embarazada del segundo. Nos lo muestra en su primer viaje a Lisboa, desertando de su oficio de padre y marido y dejando a su familia el día de Año Nuevo, en plenas vacaciones y con un hijo de un mes. Sale huyendo hacia Lisboa porque "Tenía esa convicción enfermiza... de que la vida verdadera estaba en alguna otra parte". Se va en busca de sus personajes y de sus escenarios y los va encontrando poco a poco, a medida que deambula por la ciudad, pisando, sin saberlo, los mismos adoquines que veinte años antes habían pisado los pies de un asesino.
Nos va contando estados de ánimo (tanto los provocados por su situación personal y familiar, como los que se desprenden del hecho de escribir una novela, una determinada novela), peripecias personales (su nueva vida cuatro años después de escribir "El invierno en Lisboa", cuando ya es famoso y se dedica a la escritura por completo y tiene otra hija; su encuentro con su actual pareja, a la vuelta de su segundo viaje a Lisboa) y, en fin, episodios de su vida relacionados con la ciudad en la que acabó viviendo su hijo pequeño y a la que vuelve varias veces, la última cuando escribía el libro que el lector tiene entre las manos.
Pero en el libro también aparece el Dr. King como un personaje más, en un capítulo memorable que recrea los minutos previos a su muerte cuando, acodado sobre la barandilla en la que le sorprenderá el disparo, hace recuento de su vida y de su cansancio y uno piensa que está escuchando a un hombre viejo, en el final de su vida, no porque sepamos que está a punto de morir, sino porque parece un anciano acabado y agotado, y entonces nos sorprendemos porque se nos recuerda que solo tiene 39 años.
También se nos cuenta un viaje del autor con su pareja a Memphis, Tennessee, buscando los escenarios del crimen, el ambiente húmedo y caluroso, a orillas del Misisipi, en otro atardecer más de 40 años después.
Se nos cuentan muchas cosas y al final se confunden en la mente del autor que, de vuelta en Lisboa en 2014, ahora sí consciente de estar en la misma ciudad que su personaje asesino, nos confiesa "...vivo en dos mundos y en dos tiempos, en la misma ciudad... podría ser él... en esa Lisboa conjetural de ahora mismo y de hace cuarenta y seis años en la que tengo atrapada la imaginación", en la que nos tiene atrapados a todos nosotros pues si él, va escribiendo una novela a la vez que descubre una ciudad, nosotros vamos descubriendo una ciudad a la vez que leemos una novela. Aunque, como en mi caso, ya se conozca la ciudad, es otra la Lisboa que descubrimos, esa en la que se le iba acabando el dinero a un asesino que no conseguía su visado para Angola o Sudáfrica; esa en la que un escritor, subido a un tranvía en el que ha encontrado asiento, llega a una conclusión definitiva "Sentarse en un tranvía en Lisboa y acodarse en el marco de la ventanilla es uno de los placeres en prosa que le da a uno la vida"
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