Es que con lo que tú adoras Rayuela ya estás tardando en ir a París. Por cierto te recomiendo que leas la segunda entrada de este post, la del relato que ganó el famoso concurso. Estoy segura de que te entusiasmará. Un beso.
" La bue na letra " es una de esas raras novelas escritas en segunda persona, pero también es una novela escrita en primera persona. " La buena letra " es una novela en la que una mujer, una madre, se cuenta a sí misma en primera persona en un monólogo dedicado a su hijo. La vida de Ana ha estado marcada por las pérdidas . Como todas las vidas, por otra parte. Los años se van llevando sensaciones, recuerdos, historias... y muchas veces las personas que los habitaron y les dieron calor y significado se van tras ellos, nos dejan despojados y despoblados de ellos y, un poco cada vez, de nosotros mismos. Ana ha perdido mucho a lo largo de los años. Ana se ha perdido a sí misma en cada pérdida. Cuando recién muerto su marido encuentra la foto de la boda se da cuenta de que "todos habían ido muriendo a lo largo de los años que separaban el día de la boda de aquél, ya marchito, en que quemé la fotografía" . Y aunque fueron protagonistas de épocas muy du
"De pronto fue consciente de lo agotado que estaba, como sin fuerzas, tanto por las pasadas semanas de desasosiego como por los pasados treinta años anhelando y deseando ardientemente un momento así, al mismo tiempo que se repetía que no le importaba" . Jude St Francis lleva mucha vida por detrás cuando, a los treinta años, por fin consigue algo que nunca ha tenido, pero que siempre ha deseado sin atreverse siquiera a confesárselo a sí mismo. Para entonces nosotros llevamos ya una cuarta parte de la novela leída y respiramos con alivio, porque aunque no sabemos en profundidad el pasado de Jude, sí sabemos de lo que siempre ha carecido e intuimos que su pasado es turbio y muy muy triste y sórdido. Tampoco su presente es un camino de rosas, pero sabemos que ese presente deriva de aquel pasado: sus piernas débiles y doloridas que le obligan a usar silla de ruedas en ocasiones; su propensión a buscar el dolor, no sabemos bien si como sustituto del placer o como expiación de a
"¿Cuántos años de mi vida transcurrieron antes de que mi cuerpo y mi persona llegaran a ser realmente míos, para poder disponer de ellos a mi gusto? ¿Cuántos años de mi vida perdí antes de conseguir arrebatar mi cuerpo y mi persona del control de las personas que me habían mantenido sujeta desde el primer día de mi vida? A partir de aquel momento, pude decidir qué quería comer, en qué casa prefería vivir, pude rechazar al hombre que por cualquier motivo me inspiraba repulsión y escoger a aquel cuya compañía estaba dispuesta a aceptar, aunque solo fuera porque iba limpio y con las uñas bien cuidadas" . Tuvieron que pasar exactamente veinticinco años para que Firdaus pudiera disponer de apartamento propio y cuenta corriente; pudiera decidir lo que comía y tener a alguien que se lo cocinara. Hasta entonces su vida había ido saltando de la propiedad de un hombre a la de otro y a la de alguna mujer inclusive. Primero el padre y el tío, luego el marido y finalmente Sharifa. Nawal E
Y se fue: volvió a las calles. A todos los chicos de Southie les gustan las calles, pero a ninguno tanto como a los de los complejos de viviendas sociales: no soportan quedarse en casa, igual que los ricos no soportan trabajar. Quedarse en casa significa oler la comida de los vecinos a través de las paredes, oír sus peleas, sus folleteos, sus cisternas, lo que escuchan en sus radios y tocadiscos, lo que ven en la televisión. A veces jurarías que puedes olerlos: su olor corporal, su aliento a cigarrillo, el hedor de sus pies hinchados. Southie no es un barrio privilegiado de Boston y mucho menos si vives en el complejo de viviendas de protección oficial Commonwealth. Y menos aún si los planes de desegregación decididos el 21 de junio de 1974 por el juez W. Arthur Garrity Jr afectan directamente a tu hija que va a tener que abandonar su instituto para desplazarse a otro de mayoría afroamericana. Y es que el juez Garrity « resolvió que el Comité Escolar de Boston había "perjudica
Entrega 33 de Tres eran tres. Madre mía, cuántos treses. En esta ocasión traigo dos novelas españolas. Una es policíaca y la otra, más negra que policíaca (aunque me cuesta mucho clasificar cuando la cosa se mezcla tanto) y perteneciente a una serie. La tercera es policíaca y también pertenece a una serie, pero en este caso es irlandesa. Espero que alguna os tiente si es que no las habéis leído. " La soledad de Patricia ". Carlos Quílez. Patricia Bucana es una periodista de treinta y seis años y, según nos cuenta ella misma, «enferma de estrés que ya había sufrido dos crisis de ansiedad que me habían dejado varios días catatónica; pero lo más grave de todo es que estaba pasando por ello sola, sin el apoyo de nadie que de verdad valiera la pena» . Una mañana recibe una llamada de teléfono. Se trata de Andreu, su fuente en los Mossos, y ya casi amigo, que le filtra los casos más importantes. Ahora Patricia cree que le va a comunicar la detención de un sádico que anda violando y
éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano. en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas. veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos. veo los árboles y veo las hojas. y cada hoja tiene venas que la recorren. y la corteza de cada árbol tiene grietas. no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche. me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre. eme. a. erre. i griega. así es como se escribe. Éste es uno de esos libros que cuentan una historia terrible con una gran sencillez. Tanta sencillez que mientras lo estamos leyendo a veces tenemos la sensación de estar ante un relato inane de tan simple, pero algo nos mantiene enganchados. Tal vez el lenguaje, directo, carente de florituras, como si no contara nada en realidad; tal vez la inocencia que se destila de las palabras de la narradora, Mary, una niña de catorce años que vive en el campo,
A lo largo del tiempo, la procesión familiar que recorría la avenue des Français había adoptado una variedad de formas, pero nunca la de un cortejo fúnebre. Ese año, sin embargo, parecía acompañar a su última morada a la señora Pelletier, pese al pequeño detalle de que estaba viva y bien viva. Como era habitual, su marido encabezaba la marcha con paso solemne y ella lo seguía a duras penas, deteniéndose cada dos por tres para dirigir a su hijo Étienne la mirada de una moribunda que suplica que abrevien su sufrimiento. Tras ellos caminaba Jean, alias el Gordito, envarado como buen primogénito, del brazo de su esposa Geneviève, que, bajita como era, se veía obligada a trotar. Cerraban la marcha François y Hélène, los menores, codo con codo. Y si el desfile anual por las calles de Beirut hacia la fábrica de la familia parece en este caso un cortejo fúnebre es por el hecho de que la señora Pelletier está a punto de ver marchar de casa a su tercer hijo. Etienne ha decidido irse a Saigón
El avión llevaba retraso. […] Una mujer asiática elegantemente vestida salió por la puerta con un bebé en brazos. El bebé debía de tener cinco o seis meses, y ya podía mantener la espalda erguida. […] La futura mamá extendió ambos brazos y dejó que la grabadora colgara del extremo de su correa. Pero la mujer asiática se paró en seco con un aire autoritario que la protegía de cualquier aproximación. Se irguió y preguntó: —¿Donaldson? —Sí, Donaldson. Somos nosotros […] Y entonces apareció otra mujer asiática, […] Llevaba un portabebés cogido por el asa, y parecía obvio que el bebé que iba dentro no pesaba mucho. Ese bebé también era una niña […] La joven dijo algo que sonó como «¿Yaz-dan?». «Yaz-dán», la corrigió una mujer desde la parte de atrás. Dos niñas coreanas llegan a Baltimore una noche de verano. En el aeropuerto las esperan sus familias adoptivas. Una de las familias ha montado toda una fiesta en el aeropuerto, una de esas fiestas que se celebran con motivo del n
Adem se fue del pueblo ese mismo día, con una bolsa de hule por único equipaje, y dentro algo de ropa interior, tres pantalones, cuatro camisas, un cuaderno de escolar y un viejo libro de un autor ruso. No se despidió de los vecinos ni de su hermana. Tomó el primer autocar que pilló para Blida, cenó en un restaurante barato, rodeado de pobres diablos, y pasó la noche en un hammam que hacía las veces de albergue durante la noche. Cuando su mujer, Dalal, abandona a Adem el mundo del hombre se derrumba. Ni casa ni familiares ni amigos ni su trabajo como maestro tienen ningún sentido ante el descalabro de su vida doméstica y Adem renuncia a todo y se lanza a los caminos como un vagabundo. Argelia renace entre las cenizas de la Guerra de Independencia, mientras Adem se hunde; Argelia vive la borrachera de asumir las riendas de su destino, mientras Adem cede su destino al azar de los caminos y de lo que se vaya encontrando en ellos. Pero tanto una Argelia con la ilusión intacta como un
El juez McKelva era un hombre alto y robusto, de setenta y un años, que habitualmente llevaba las gafas colgadas al cuello con un cordel. Ahora las tenía en la mano, y se sentó en una silla elevada y con apariencia de trono, junto a la silla giratoria del médico, flanqueado a un lado por Laurel y al otro por Fay. Laurel McKelva Hand era una mujer enjuta, de rostro hierático, a medio camino entre los cuarenta y los cincuenta, con el pelo aún oscuro. Vestía ropa de buen corte y tejido, aunque el traje era demasiado abrigado para Nueva Orleans [...]. Fay, pequeña y pálida, embutida en su vestido con botones dorados, repiqueteaba nerviosamente con el tacón de la sandalia en el suelo. Era la mañana de un lunes de principios de marzo. Y Nueva Orleans era una ciudad extraña para todos ellos. Comienza La hija del optimista con una introducción de Félix Romeo en la que compara la novela con un cuento de hadas. Me ha encantado la comparación. El juez se ha pinchado con una espina de ro
A mí me encantaria tomarme una foto en un café de París, mientras leo. Sentirme como del Club de la Serpiente.
ResponderEliminarEs que con lo que tú adoras Rayuela ya estás tardando en ir a París. Por cierto te recomiendo que leas la segunda entrada de este post, la del relato que ganó el famoso concurso. Estoy segura de que te entusiasmará.
EliminarUn beso.