[...] la ceniza venía del centro de la
tierra. La península había sentido de golpe toda la sangre que iba a recoger
durante la guerra que acababa de comenzar y estalló de dolor: sacudió las
placas y agrietó su centro geográfico, que se encontraba cerca de Madrid, justo
debajo del cerro de los Ángeles. Se tragó todo el monumento al Sagrado Corazón
que había erigido allí el exiliado Alfonso XIII —cuyo Cristo había sido
fusilado por los republicanos días atrás—. En lo alto del cerro se abrió una
sima que descendía hasta el centro del planeta —casi tan grande como la de
Jinámar, en Gran Canaria, donde encontraron la muerte cientos de milicianos—,
de la que aquella madrugada brotó una inmensa nube de ceniza.
Con el paso de los meses, los
bordes de la sima crecerían hasta formar el cráter de un inmenso volcán. Pero
la erupción no llegaría hasta bien entrado el conflicto porque el volcán estaba
aún vacío. No podía expulsar sangre hasta que la tierra no se empapase del todo
con ella.

Comienza la península de las casas vacías en una noche primaveral de 1936, mientras Odisto Ardolento espera el nacimiento de otro hijo. Ya tienen el nombre elegido, pero nadie se atreverá a pronunciarlo hasta que el neonato abra los ojos. Si es que llega a abrirlos porque eran tiempos de muertes infantiles y si no que se lo digan a Odisto «Siete hijos sanos, cuatro abortos y tres criaturas nacidas sin vida. Catorce historias más tarde, Odisto y María rezaban para recibir sano al octavo».
Comienza La península de las casas vacías, un relato de la Guerra Civil en clave de realismo mágico y, como he leído en algún lugar que soy incapaz de encontrar, que recuerda a Cien años de soledad. Me interesa, siempre me ha interesado, lo relativo a la guerra civil, me gusta el realismo mágico, me entusiasma Cien años de soledad que he leído tres veces y pretendo releer. Todo ello hace que empiece el libro con ciertas expectativas y mucho escepticismo. Me voy a Jándula, pueblo jienense imaginario que recrea a Quesada, pueblo real del que proviene la familia del autor y, como anécdota, donde nació Josefina Manresa, la mujer de Miguel Hernández.
La novela empieza y se alarga mucho en algunos episodios, y el realismo mágico me parece un poco forzado, y veo magia porque hay sucesos inverosímiles y que solo a la magia se pueden deber, pero me falta la magia en la prosa y, pensando en Cien años de soledad, me faltan tantas cosas y me sobran tantas otras (y veo ante mí las setecientas páginas que restan) que estoy decidida a abandonar. Hasta que leo una reseña de Lorena en su blog, El pájaro verde, y en ella veo que Lorena también tuvo tentaciones de abandonar, pero empezada la guerra civil se enganchó. Le hago caso (nunca me arrepiento de hacerle caso a Lorena) y, efectivamente, una vez empieza la guerra el libro me atrapa.
Gana para mí mucho interés ver contada la Guerra Civil de una forma didáctica; ver cómo avanzan los frentes; entender ciertas tácticas militares: por qué atacar aquí para distraer tropas del enemigo de allá. Me empieza a apasionar con la supuesta partida de ajedrez de Franco en la que planea cómo ir deshaciéndose de los líderes que podrían hacerle frente y quedar como amo supremo del cotarro.
Me parece muy ilustrativo cómo señala las tropelías cometidas por uno u otro bando en los lugares en los que quedaron en manos de cada cual. Pero también tiene la precaución de señalar las actitudes de los dirigentes de los hunos y de los hotros:
«Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen. Estamos decididos a actuar con arreglo a la ley, con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros, que, si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad».
Queipo de Llano en una de sus arengas radiofónicas.
«La brutalidad de lo que aquí acaba de ocurrir —en la Cárcel Modelo, a manos de nuestros hombres— significa, nada menos, que con esto hemos perdido la guerra… Me asquea la sangre, estoy hasta aquí; nos ahogará a todos».
Indalecio Prieto.
«Hay que matar, matar y matar a todos los rojos; exterminar un tercio de la población masculina y limpiar el país de proletarios».
Gonzalo de Aguilera, jefe de prensa de Franco.
«No quiero ser presidente de una república de asesinos».
Manuel Azaña.
También aumenta mi interés por seguir las peripecias de los Ardolento y sus vecinos de Jándula durante la esos sangrientos años. Tanto de los que permanecieron en el pueblo como de los que se vieron arrastrados por el vendaval de la guerra lejos del mismo. Pablito, reconvertido en Pablo, con las tropas rebeldes. José, en persecución de su enamorado, con los republicanos. Dos hermanos luchando en bandos distintos, una buena metáfora de lo que aquella guerra significó.
Espolea mucho mi interés la aparición del narrador que cada vez se va haciendo más frecuente. Nos cuenta cómo altera fechas o sucesos para adecuarlos a lo que conviene a la trama, los personajes lo mencionan como autor de las cosas que les suceden e incluso le piden que pasen unas cosas en vez de otras; comentan entre ellos sus gustos y el porqué habla de unas cosas y no de otras.
«¿No ves que el narrador está contra la fiesta?
—¿Y eso cómo lo sabes tú?
—¡Lo intuyo! ¿Acaso has visto alguna corrida hasta la fecha? Si no, preguntémosle a una persona del bar qué piensa de los toros. Lo que diga será lo que piensa el narrador».
La novela avanza mezclando realidad y ficción y en ambas sobresale la magia. Tanto en una como en otra adquiere importancia lo inverosímil, lo que tan solo gracias a la magia se puede entender: acelgas que anuncian la guerra, plantas que congelan todo lo que las roza, personas que se vuelven invisibles, volcanes llenos de sangre que erupcionan, «Ahora había un enorme volcán dormido en mitad del país. No había erupción porque no tenía lava que soltar, pero la sangre que empezó a regar la tierra aquel mes de julio se fue acumulando». Por poner tres ejemplos de los innumerables que llenan la novela. Y no, no es Cien años de soledad (qué daño le hacen a las novelas las comparaciones fraudulentas), la prosa de Uclés no alcanza la magia de García Márquez, ni Jándula es el lugar mítico que es Macondo. Pero finalmente La península de las casas vacías me convence.
No es una novela redonda, tiene sus fallos o yo atribuyo a fallos lo que no termino de entender (luego hablaré de ellos), pero supone una labor de documentación exhaustiva. Hay que tener en cuenta que el autor tiene apenas 34 años, todo lo conoce por relatos familiares o por documentos históricos. Pero es que además no solo habla de la guerra y de la vida en los pueblos en los años treinta (no lo he dicho, pero hay mucho costumbrismo en esta novela). La historia está llena de referencias literarias, musicales, cinematográficas. Algunas explícitas, otras que descubro escondidas, como sin querer (por ejemplo un nombre que me suena y que enseguida imagino, con razón, que es el protagonista de la novela de Hemingway, Por quien doblan las campanas).
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David Uclés |
El autor menciona a sus familiares, desde tatarabuelos hasta abuelos pasando por bisabuelos, todos ellos testigos de la guerra y a quienes dedica el libro «Y, aunque nacieron después de la guerra: a Pedro y a Ángeles, mis padres, por haberme inventado, y a Mariángeles, mi hermana, por cuidarme tanto». Todos ellos provenientes de Quesada. Y esa familia del autor está representada por los Ardolento de manera ficticia y real, aunque no sepamos bien que pertenece a una cosa u otra. Sí sabemos desde el principio que los Ardolento, han desaparecido al final de la guerra. La familia «pasó de contar con una cuarentena de miembros en 1936 a desaparecer apenas tres años después. Nunca más nacería un Ardolento». Y el lector se pregunta ¿y entonces el narrador? Porque el narrador nació y lo hizo de una biznieta de Odisto. ¿O es que al descender de una hija de Odisto no se le considera Ardolento?
Pero no es la única contradicción que encuentro. Cuando termino el libro, vuelvo sobre el prólogo, sobre aquel soldado que muere en la Segunda Guerra Mundial y pide «que el nombre grabado en su tumba sea el de su padre: Odisto Ardolento. Dice que lo mataron en la guerra civil íbera y nadie pudo encontrar su cuerpo». Y una no sabe quien puede ser ese hijo de Odisto que ha llegado hasta 1944 porque todos quedaron por los caminos de la guerra de España cinco años antes. Aunque puede que sea parte de lo inverosímil y yo busque realismo donde solo hay magia. O que algo se me haya escapado.
No es una novela para cualquiera. Su extensión, su temática y la forma de contarla no son del gusto más actual siempre tendiendo a lo rápido y trepidante, pero para quien no tema enfrentarse a la Historia bien contada, aunque sea en tono de realismo mágico (o precisamente por ello), para quien no se asuste ante los libros gruesos y llenos de letras, esta novela terminará por resultarle cautivadora.
«He aquí pues la historia
de la descomposición total de una familia,
de la deshumanización de un pueblo,
de la desintegración de un territorio
y de una península de casas vacías».
Título del libro: La península de las casas vacías
Autor: David Uclés
Nacionalidad: España
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2025
Año de publicación original: 2025
Nº de páginas: 700
Cabe poner en el mérito del autor que consiga levantar y enganchar al lector cuando citas que hay personas que tuvieron la tentación de abandonar la novela. Quizás en el debe se podría poner una excesiva mezcla de páginas, "realismo mágico" un tanto forzado y todo el entramado que conllevó la Guerra Civil. Lo mejor es que el conjunto ha acabado por convencerte y pase de novela casi abandonada a novela con una moderada recomendación.
ResponderEliminarBesos, Rosa.
Más que moderada recomendación. Creo que es muy recomendable. Es una visión de la Guerra Civil muy curiosa. El realismo mágico, que me pareció un tanto forzado al principio, va cobrando entidad a medida que avanza la novela. La única pega que le pongo es que tarda un poco en meterse en el meollo de la guerra. Pero al final me ha gustado como para recomendarla. No es para cualquiera, pero los afortunados que sabemos disfrutarla la disfrutamos mucho.
EliminarUn beso.
Hola, Rosa.
ResponderEliminarNo es para mí, hace poco me pasó con una novela, por tres veces (todas en distintas épocas) y se me hizo imposible terminar, y mira que cuando algo no es, no se tiene que forzar, pero si tú, con el super poder que tienes de agilidad en lectura, valoraste abandonarla, en mi caso, seguro que estaría décadas forzándolo.
Y no sé la razón, qué me pasó con ese libro, lo tengo enquistado, qué extraño.
Como terminas la reseña, es sin duda el resumen de la guerra. Descorazonador y realista.
Un beso, y feliz fin de semana.
Yo también tengo libros enquistados que he intentado dos o tres veces y he sido incapaz de leer. No sé a qué se debe porque he leído otros muchísimo más extensos y aparentemente difíciles, pero los hay que no y es que no.
EliminarTambién me ha pasado abandonar un libro, retomarlo unos días después y devorarlo con sumo gusto. Este no llegué a abandonarlo, pero ya tenía tomada la decisión de hacerlo cuando la reseña de Lorena lo salvó in extremis. Menos mal porque me habría perdido una novela sumamente interesante y que terminó por atraparme.
Un beso.
Hola, Rosa. ¡Ya por aquí! A ver, voy por partes. Entiendo perfectamente lo que comentas, que no es una novela para todos los gustos y, quizá, no para los gustos actuales. Yo no le hago asco a nada literario pero sí debo admitir que mucha profundidad en un tema me puede llegar a abrumar. Máxime cuando estamos hablando de 700 páginas. Me parece que, de esta novela, me gustaría especialmente esos relatos familiares que sirven para construir una realidad pasada. En fin, no me veo yo ahora con este libro pero se agradece igualmente la reseña. Besos
ResponderEliminarLos relatos de las peripecias familiares y de los habitantes del pueblo son geniales. La narración de los acontecimientos de la guerra está abordada de una forma muy distinta a lo que se ha visto hasta ahora. Sí que hay realismo mágico. Entiendo que con todo lo que tú tienes para leer y el trabajo, no te animes con novelas tan extensas si percibes que no te van a interesar lo suficiente. Ta te pillaré con otra, ja, ja.
EliminarUn beso.
A ver, a mí me gusta el realismo mágico al estilo de Cien años de soledad y la mezcla entre realismo y ficción, pero leído lo leído, con el añadido de su longitud, yo diría que esta novela no es para mí.
ResponderEliminarMe parece que nunca he sido tan breve al dejar un comentario en este blog, je, je.
Un beso.
Pues creo que es un libro que podría gustarte. No es Cien años de soledad, pero su realismo mágico es evidente y da una visión de la guerra curiosa porque a la vez que, por una parte, desdramatiza los hechos, por otra los deja más en evidencia como contraste. Pero de todas formas no podemos leer todo. En algún sitio y momento hay que poner la frontera.
EliminarUn beso.
Me interesa todo lo que venga de la Guerra Civil, llevo un año entero leyendo de esta temática para empaparme de esa época, principalmente de la posguerra por motivos de un proyecto ya iniciado del que todavía no tengo fecha de finalización. De ahí que últimamente haya leído a Galván gracias también a tu recomendación. Así que, de nuevo, agradezco la interesante información que traes a tu blog.
ResponderEliminarAbrazos!
En cuanto a las contradicciones que señalas haber encontrado en esta novela, personalmente lo de que no nacería ningún Ardolento más me lo tomé como que el apellido se había extinguido con esa última muerte que yo creo que es la de Pablo, Pablito, Paulo o como quiera llamarse. Creo que, además, lo del apellido se menciona en alguna parte.
ResponderEliminarBueno, ya sabes que a mí también terminó por ganarme esta novela y que, aun con sus tibios comienzos, la disfruté mucho, especialmente todo la metaliteratura surrealista que contiene y las incursiones del autor, pero también todo lo que, como bien señalas, tiene de didáctico en cuanto a la Guerra Civil. Y sí, las comparaciones muchas veces hacen flaco favor y ni esta novela es Cien años de soledad ni David Uclés es García Márquez, de hecho, sigo sin tener muy claro si realmente escribe bien, pero lo que sí que tengo claro que hace muy bien es documentarse, fusionar esa documentación, aderezarla con inventiva y jugar con todo ello.
Me alegra mucho saber que, tras los recelos iniciales, no solo has disfrutado de esta novela sino que también te ha convencido, por lo que también me alegro de haber contribuido de alguna manera a animarte a perseverar en su lectura.
Besos