"Helena o el mar del verano" Julián Ayesta
«[...] parecía que Dios era injusto, porque nosotros no teníamos la culpa de haber nacido. Porque nacer era jugarnos ir al infierno por ir al cielo y si nosotros decíamos que bueno, que nos jugábamos el peligro de ir al infierno por la probabilidad de ir al cielo, muy bien, entonces Dios tenía razón en mandarnos al infierno si perdíamos, pero de otra manera no, porque nos metían como en un partido que no teníamos más remedio que jugar y además que uno no sabía por qué iba a tener la culpa de que Adán y Eva pecasen, porque uno no estaba allí para decirles que no comiesen la manzana. Pero pensar en estas cosas era pecar también porque todos los misterios son mucho más complicados de lo que uno se piensa, y, si se piensa bien, uno no sabe nada en absoluto, y sabe Dios cómo serán de verdad las cosas».
La novela está dividida en tres partes En verano, En invierno y En verano otra vez. En ese año que se supone que pasa veremos al niño cambiar, madurar, adquirir nuevas preocupaciones y nuevas ilusiones. Los siete capítulos (tres, uno y tres respectivamente en cada parte) son como siete estampas de la vida del narrador. Podrían ser relatos porque no tienen mucho que ver unos con otros salvo el estar protagonizados por el mismo narrador y la misma familia. De hecho se publicaron como tales relatos que fueron apareciendo en distintas publicaciones a lo largo de diez años.
En verano nos encontramos con un niño despreocupado. Su narración está llena de anécdotas familiares e igual nos cuenta el almuerzo familiar que la tarde en la playa o una noche en casa de sus tíos y primos. El lenguaje es sencillo como corresponde a un niño. Aunque ya hacia el final se ve que algo de la infancia se va perdiendo. El lenguaje es pretendidamente infantil con esa repetición de la "y" al principio de cada frase que se usa en varias ocasiones.
«Y después íbamos a vestirnos detrás de las rocas. Y allí la arena estaba muy fría y entraba un viento frío y los niños titiritábamos porque estaba oscureciendo.
Y luego cada cual cogía un bulto —menos las señoras— y volvíamos a casa. Y volvíamos por el camino cantando y cogiendo moras, que aún estaban calientes.
Y sentía uno la espalda pringosa y que resquemaba y empezaba a salir una luna muy grande.
Y cantaban las ranas y los sapos.
Y olía a tomillo».
En invierno las preocupaciones del niño cambian. Vuelve al colegio de Jesuitas en el que estudia y casi todo el capítulo de esta parte está presidido por su preocupación religiosa. Su angustia por el pecado, por la traición a Jesucristo que había muerto por él y por todos. Y la liberación posterior del perdón. Pero también hay tiempo de risas y felicidad, de reuniones con familiares y con amigos de los padres, con charlas de futbol. Un niño que empieza a ser aceptado en reuniones de adultos y hasta se le invita a participar en conversaciones y en ritos poco aptos para su edad «tío Arturo cogió un vaso y me sirvió coñac con seltz y me lo entregó haciéndome una reverencia diciéndome: —Eres ya un hombre».
En verano otra vez se va haciendo más alargada la sombra de Helena que ya lo ocupa todo. Llega en el primer capítulo de los tres que componen esta tercera parte y el niño va a recogerla al tren. No me puedo resistir a esta cita. es larga, pero tan hermosa, tan ilustrativa, tan sensual...
«Era por la mañana. Íbamos en carro y el carro olía a hierba seca y a manzanas maduras.
La burra se llamaba Manolina y era gris.
Gris.
Íbamos a la estación a buscar a los primos que llegaban de Madrid a veranear.
El jardinero, que es el dueño del carro, se llamaba Manuel el Jardinero y era jardinero y arreglaba el jardín para que no salieran boliche y hierba entre las flores del jardín.
Manuel el Jardinero huele a vino y nos daba un vaso cuando íbamos a su casa mientras cenaba y levantaba el vaso mirándolo al trasluz para decir muy serio: "Sangre de Cristo", y dejaba la marca de los dedos en el vaso y arreaba la burra con una vara de avellano muy brillante.
Unos prados están llenos de rocío y otros ya llenos de sol y de amapolas.
Olía a fresas de mayo y al sol azul».
La felicidad es total ante la perspectiva. «Pensaba en el verano que me esperaba junto a Helena, bajo aquel cielo, entre los prados verdes, los ríos y los árboles, sabiendo que ella me quería, y casi se me llenaban los ojos de lágrimas». Tres capítulos preciosos impregnados de Helena y de su amor por Helena. Tres capítulos en los que, casi inadvertidamente, se nos cuenta que el niño ya no es un niño y se ha convertido en un adolescente ante nuestros ojos más o menos atentos.
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Julián Ayesta |
Julián Ayesta nació en Gijón en 1019. Fue diplomático y como tal ocupó cargos en Holanda, Austria, Líbano y fue embajador en Yugoslavia entre 1984 y 1986. Como escritor se dedicó sobre todo al teatro siendo Helena o el mar del verano su única novela. Publicada en 1952 se supone que en ella el autor refleja en gran medida sus recuerdos de infancia. Las críticas fueron muy diversas y aunque algunos la consideraron una de las mejores novelas de la posguerra, otros no la apreciaron por su sentido lírico y alejado de los dramas que sí manifestaban las novelas de la época. Tomemos el ejemplo de El Jarama, Nada, La colmena o La familia de Pascual Duarte.
No, no son dramas lo que cuenta esta nouvelle, pero no por eso tiene menos valor. Es una historia ambientada antes de la Guerra Civil y antes de la República que muchos consideraban la causa de aquella. No hay historias de guerra o de disturbios. En ella se aprecia un lirismo (anunciado por la cita de Garcilaso que abre el libro) y una nostalgia por el amor adolescente y la infancia en general (hay también una cita de Aleixandre) que puede que no fueran muy del gusto de la época. De ahí las dos tendencias contradictorias de las críticas en el momento de la publicación. «Sin embargo, el tiempo pasa, las heridas sanan y los corazones rotos vuelven a estar completos. Ahora es el momento en el que las dos partes están preparadas para una relación: la crítica actual de la nouvelle de Ayesta no tiene nada en común con la de hace 70 años. La obra fue reeditada por Arión en 1958, por Seix Barral en 1974, por Sirmio en 1987, por Planeta en 1996 y por Acantilado en los 2000 y en 2021, cosechando opiniones cada vez más amables». Esto leemos en un artículo que recomiendo porque es bastante interesante.
Como también recomiendo la novela porque es una verdadera delicia que nos transporta al verano de la infancia, a los amores adolescentes, a un mundo desaparecido como siempre son desaparecidos los mundos del pasado. Lo dicho una nostálgica delicia.
Este libro lo he leído recomendado por Mar en su blog Leyendo con Mar. Dicha recomendación me llegó a través del Reto Serendipia Recomienda 2025. Si queréis saber cuáles son las otras dos que he elegido y las que he recomendado a mi vez podéis verlo en esta entrada de mi blog.
Ay, Rosa, qué maravilla de novela traes hoy. Una belleza. Y qué bonito lo has contado. Me has despertado el gusanillo de volverla a leer. Igual la recupero estos días. Una historia de pérdida y de nostalgia, sencilla pero honda también. Me ha gustado muchísimo tu reseña. Un beso.
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