"Mañana acabará todo" Susana Rodríguez Lezaun


«De lejos parecía una casa más, uno de los muchos edificios abandonados que salpicaban el camino, mausoleos más o menos grandes, más o menos agujereados, pero siempre vacíos, sin vida. […]

Volvió a mirar la casa. Desde donde estaba parecía conservar buena parte del tejado, aunque tendría que inspeccionar la zona trasera. Puertas y ventanas estaban clausuradas con enormes tablones de madera. Igual que cuando salió de allí, hacía ya cinco años. Una eternidad.

Caminó despacio, atento a cualquier movimiento alrededor del edificio, pero, por no haber, no había ni pájaros. Aparte de las cigüeñas, claro, que remontaron mansamente el vuelo y pusieron rumbo a las torres y los postes eléctricos sobre los que habían construido sus nidos».


Hasta ahora Susana Rodríguez Lezaun era para mí una autora de novela policíaca con dos series de lo más interesante: la protagonizada por David Vázquez, inspector de la Policía Nacional de Pamplona, y la que tiene como protagonista a Marcela Pieldelobo, inspectora en la misma comisaría de David Vázquez quien hará algún cameo en esta serie. Ahora nos ofrece una historia con mucha Historia y con pinceladas negras (qué guerra no las tiene), pero nada policíaco.

Fiódor Dominović llega a la casa que abandonó hace cinco años. La cita con la que inicio esta entrada es también el inicio del libro y da idea de cómo se encuentran la casa y los alrededores. Al empezar a leer una piensa que está ante una distopía futurista, pero enseguida se da cuenta de que no. Poco a poco vamos situando la acción y el momento. 

«La comunidad internacional se llenaba la boca condenando esas acciones, supuestamente ilegales y fuera de lugar después de firmarse el tratado de paz y con cien mil efectivos de los cascos azules desplegados en el país, o países, no sabía bien, pero la realidad era otra bien distinta, sobre todo en las zonas de exclusión».

Una fecha soltada como al azar, «Marzo de 1991. La fecha en la que comenzó su éxodo», completa la información que ya inició la mención a los cascos azules y de ese país que ya no se sabe si son varios países, y nos deja ya ubicados en el espacio, el momento y la terrible situación que se nos está narrando. Si abandonó la casa cinco años atrás (1991) la acción transcurre en 1996. La guerra en la antigua Yugoslavia había terminado o al menos había terminado la parte de la guerra que disolvió el país y lo convirtió en varios países con distintas religiones y ¿razas? «—¿Sería usted capaz de distinguir a un macedonio de un bosnio, un serbio o un croata? ¿Sería alguno de sus mandos capaz de distinguirlos sin un papel en la mano?».

Pronto los recuerdos de Fiodor se remontarán al año 1989 cuando llegó por primera vez a la casa. Así sabremos que la casa era un prostíbulo en el que él empezó a trabajar de cocinero. En 1991 él fue el último en dejar la casa que abandonada parece seguir cinco años después, aunque como comprobará poco a poco no se ha librado de los saqueos. No obstante, la casa no está tan desierta como le pareció en un principio. La ocupan dos mujeres muy jóvenes, una con un bebé a punto de morir de inanición. Fiodor se hará cargo de la situación visitando el puesto de los cascos azules y consiguiendo leche maternizada, pañales y varios suministros más, comestibles o no. 

«Todos los destacamentos de Naciones Unidas estaban muy bien surtidos de provisiones que repartían sin hacer demasiadas preguntas. Sin embargo, tenían prohibido interponerse entre los contendientes, intervenir para detener los bombardeos o a los francotiradores apostados en las ruinas de los edificios y que disparaban sin piedad a cualquiera que apareciese en su punto de mira. Repartían comida y contemplaban impasibles cómo se mataban entre ellos, cómo pueblos enteros eran aniquilados, exterminados».

Pronto llegará a la casa Rita, la antigua dueña del burdel. Viene con heridas muy graves, tanto físicas como psicológicas, y con un perro dispuesto a matar por ella. Poco después, los habitantes se completarán con la llegada de Dunja, una antigua prostituta del burdel que vive en el campamento de los cascos azules con la esperanza de que un novio británico que se ha echado la saque del país y se la lleva a Reino Unido cuando por fin vuelva a su país.

Conviven pues en la casa un hombre, cuatro mujeres, un bebé y un perro. No sabemos de dónde procede cada uno, no sabemos si son bosnios, croatas, serbios, eslovenos; musulmanes, católicos, ortodoxos. No sabemos dónde están, en qué parte de lo que fue Yugoslavia se encuentra ese antiguo burdel, en qué país de los que recientemente han nacido de la desintegración del gigante. Sí sabemos que los serbios siguen siendo una terrible amenaza aunque la paz se haya firmado recientemente y los cascos azules repartan comida y satisfagan las demás necesidades. Como se dice en la cita anterior, tenían prohibido intervenir.

Cada uno de los habitantes de la casa lleva de forma más o menos visible los horrores de la guerra: está el soldado que ha visto morir y ha tenido que matar y quién sabe cuántas barbaridades más; está quien ha sufrido horribles torturas que se prolongan en el tiempo en forma de dolor y secuelas varias; y, como siempre, están las mujeres como botín de guerra, de cualquier guerra.

«Las mujeres solo eran carne. Tetas. Una vagina. Daba igual la edad y la raza. Musulmanas, croatas, serbias, bosnias... Si tenían lo que había que tener, servían para apaciguar a los soldados en cualquier momento del día o de la noche».

Y están los soldados de Naciones Unidas entre los que hay de todo y no faltan los que se utilizan la guerra para hacer sus propios negocios o aprovecharse de la población indefensa.

Susana Rodríguez de Lezaun

En una Nota de la autora que aparece al final de la novela, Susana Rodríguez de Lezaun nos explica el por qué de esta novela que se sale de sus típicas historias policíacas o de suspense y nos traslada a unos años, los que van de 1989 a 1996, y a un lugar en plena guerra. En 1992 ella era una periodista licenciada poco antes que acababa de empezar a trabajar en un periódico de SoriaAllí le llegó la guerra en forma de «un pequeño contingente de refugiados bosnios y macedonios» que llegó a la ciudad. Se hizo amiga de la traductora que viajó con ellos y por ella supo poco después del destino de una de aquellas refugiadas:

«Me contó que Sabina, una de las refugiadas bosnias, se había quitado la vida.
Sabina estaba sentada con el resto de los refugiados en las dependencias del hospital. Sin decir nada, se levantó, se dirigió hacia el hueco de la escalera y saltó. Murió poco después. Tenía treinta y siete años y había sido testigo de cómo degollaban a nueve miembros de su familia en Foča, su localidad natal, en Bosnia.
Lo que no me cabía en la cabeza era cómo había decidido suicidarse ahora que estaba a salvo, que ya nada la amenazaba, que lo peor había pasado, que nada malo podía sucederle. Lo que no entendí entonces es que los fantasmas siempre te acompañan, viven en tu mente, detrás de tus ojos, y Sabina los veía día y noche, y no podía más».

Ese salto de Sabina, nos dice la autora, fue la semilla de Mañana acabará todo. Creo que poco más se puede añadir. Poco más hay que añadir. Creo que esta primera historia fuera de su acostumbrada novela policíaca es una perfecta disquisición sobre la guerra. No hay buenos ni malos porque en todas partes la bondad y la maldad se reparten con curiosa equidad. En cualquier parte brillan los héroes y en el mismo lugar, al lado, anidan los villanos, y, como dijo Arturo Pérez-Reverte, corresponsal de aquella esperpéntica locura, a veces en la misma persona.

Una muy buena novela que confirma a Susana Rodríguez de Lezaun como una escritora de las de seguir de cerca más allá del género policíaco o de suspense. 

Estas son las novelas de Susana Rodríguez de Lezaun que he leído con el año de lectura entre paréntesis. Dos de las reseñas se publicaron en la revista MoonMagazine:
"Sin retorno" (2019)
"Bajo la piel" (2021)
"En la sangre" (2023)
"Mejor muerto" (2024)
"Mañana acabará todo" (2025)


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