El libro que me cambió la vida o "Como empezó todo" II

Como sabéis, hace poco más de un mes participé en un concurso de relatos de la Universidad de León. El tema era "El libro que cambió mi vida" y os dejé aquí el relato que había mandado.
Ya os comenté que no tenía esperanzas de ganar pues hay gente que escribe muy bien y encima tiene imaginación para hacer algo original.
Pues bien, hace unos días apareció en la página literaria de la Universidad de León el fallo con el relato ganador.

Cuando empecé a leerlo (Me enamoré de la Maga...) pensé: "Vaya, Rayuela. Así cualquiera", pero seguí leyendo y cuando acabé pense: "Caray, qué bonito. Así cualquiera" y volví a empezar desde el principio. Y después, varias veces más, he vuelto a empezar desde el principio porque me parece un texto bellísimo, me sumerge en el París de mis mitos más profundos (el que tuve que deconstruir hace muchos años, el que el propio Cortázar ayudó a crear hace aún más años), me trae a la cabeza personajes inolvidables que quizás tenía un poco olvidados y me ha convencido de que debo leer Rayuela una vez más.
Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis tanto como yo.

Me enamoré de la Maga y todavía la busco en el Pont des Arts. Siempre quise tocar en el piano de Berthe Trépat los tres movimientos discontinuos de Rose Bob. A menudo me despierta el llanto del niño Rocamadour, su tristeza clava sus agujas en mis labios y no puedo decir nada. Saint-Germain-des-Prés llena mis pasos del áspero bebop y de las tristes promesas que enmudecen las esquinas de la Rue Guenegaud. Horacio Oliveira me traicionó (permítanme la discreción) y nunca se lo perdoné. En el boulevard de Sébastopol un clochard me dio un sobre con la fecha de mi muerte. Si no fuera porque un día me arrinconaron con sus pedanterías y risas que mermaron mi sentido común, nunca les hubiera quemado sus discos de vinilo; por si no lo saben estoy hablando del Club de la Serpiente. Al final acabaron echándome del piso y me alegré, así tuve más tiempo para pasear por el cementerio de Montmartre. Todas las noches alimento mi insomnio con la lectura de Voltaire, un librito que “distraje” a los bouquinistas. Siempre estaré agradecido a Gregorovius, que me enseñó dos cosas: «el jazz es un modesto ejercicio de liberación y París una enorme metáfora».
“Star dust” suena en mi cerebro y mi corazón escucha el ruido de los vasos cuando bailaban los muchachos en la ‘cave’. Por más que lo intenté, fui incapaz de aprender el gíglico, ese idioma que oculta el vuelo de los pájaros al amanecer.Una noche estuve en la casa del escritor Morelli, quien me preguntó si leía a Spinoza; tenía un gato y muchísimos libros. «Solo viviendo absurdamente se puede romper este absurdo infinito»: ¿a quién escuché estas palabras con hilo de cometa? No se me ha olvidado el sabor del mate ni de las historias de pendencieros, «porque el recuerdo es el idioma de los sentimientos, cada vez iré sintiendo menos y recordando más». Talita, con sus bolsillos llenos de piolines, me susurraba las causas perdidas que todavía podíamos ganar, y Traveler, perdido en su melancolía, me regalaba entradas para ver al gato calculista en el circo del Señor Ferraguto.
De eso hace ya tanto tiempo.
Hoy, por fin, me he decidido a escribir sobre Rayuela, el libro que me arruinó la vida.
Juan Carlos Carbajo Larsen

Mi más sincera enhorabuena también desde aquí y gracias por tu texto. Te sobraron más de seiscientas palabras para ganar con todos los honores.

Comentarios

  1. Hola!!!!! La verdad es que el texto es maravillosos Ahora voy a leer el tuyo a ver qué tal. Besitos.

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    Respuestas
    1. Un texto metaliterario precioso. Era difícil competir contra algo así.
      Un beso.

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