«A la una en punto de la tarde, el escritor Eliseo Samaniego
abandonaba la urbanización en la que vivía, conduciendo su nuevo vehículo: un
imponente GLS, rojo metalizado, que le había seducido por entrar en él sin
tener que agacharse, capricho que se instaló, en ese rincón del cerebro donde
se guardan los deseos incumplidos, la primera vez que subió a un taxi
londinense. Ninguna mano misteriosa de hombre, movida por algún dios, había
escrito con letras de fuego, Mane, Tecel, Fares en su garaje; ningún gato negro
se entrecruzó en su camino; ningún astro misterioso le envió señales
refulgentes desde el firmamento. Ni la religión, ni la superstición, ni la
astrología acudieron en su ayuda, anunciándole lo que le esperaba.
Mala
la habrás Eliseo en esa de Peraleda».
Y no sabía Eliseo la que se le venía encima. Había terminado su última novela y se dirigía a Peraleda. Era su costumbre antes de la entrega definitiva de un manuscrito al editor: retirarse unos días a un hotel del pueblo y allí, tranquilamente, terminar «de pulir y enriquecer el vocabulario de la obra, una labor artesanal a la que llamaba lijado fino». Pero esta vez, sin necesidad de gato negro o de un Mane, Tecel, Fares que lo amenace cual rey de Babilonia, la suerte no va a estar de su parte. A veces las circunstancias se alían de una forma que no parece casual para llevarnos por un camino inesperado e indeseado.
Una tormenta que se desata cuando ya está llegando al pueblo; una mujer que busca refugio en el coche de Eliseo; un accidente con otro vehículo con el resultado de lo que Eliseo cree que son dos muertes y una mala decisión, de la que se arrepiente tarde, serán las circunstancias que alejarán a Eliseo de sus intenciones de tranquilidad y lijado fino y lo harán volver a Majadahonda, frecuentar a la policía más de lo que desearía y visitar a una paciente en un hospital muchas veces, cosa que para nada preveía.
Estamos así ante un policíaco en el que hay alguna sorpresa adicional, porque en el coche contra el que chocó Eliseo, cuyo conductor ha muerto, aparece algo que hace sospechar a la policía que hay de por medio una trama mafiosa en la que el difunto, de alguna manera, estaba implicado. Guardia Civil y Policía Nacional se verán colaborando en el caso y Eliseo, presumiblemente, terminará por estar en el foco de los mafiosos que tal vez piensen que les ha robado lo que es suyo.
«O sea que inicio una tontería estrafalaria de las mías y el destino se dedica a castigar mi insolencia, forzándome a sufrir un rosario de acontecimientos inauditos, cuya amenaza principal, la mafia, me acojona. Vengo a mi casa, me siento en el sofá, tomo vino, unas lonchas de jamón y mi mollera se abre de par en par. ¡Joder!, ¡lo que hace un ibérico regado con un buen tinto!, si estoy viviendo una de las aventuras más estrambóticas que imaginarme pueda, ¡escríbela gilipuertas!, haz borrón y cuenta nueva, ten confianza en la policía, investiga hasta los cotilleos de las hormigas de Peraleda y ponte a trabajar porque tienes una historia cojonuda con la ventaja de que te la escribe el albur y, cuando la publiques, nadie te va a demandar acusándote de plagio».
Pero no sólo la historia de Eliseo y su indeseada relación con la mafia, la policía y los enfermos se nos cuenta en esta novela. Hay otra historia que sucede cuarenta y tres años antes, en 1976. También aquí interviene la policía, pero es un caso totalmente distinto. En esta ocasión, la historia se vuelve más negra. Un hombre ha sido asesinado en su casa de un tiro con su propia pistola. El hombre «Tenía en la mano derecha un cinturón de goma elástica cogido por el extremo contrario a la hebilla». En el suelo, su mujer, llorosa, se abraza a la cabeza inerte del marido muerto mientras su hijo trata de consolarla «—Madre, no llores, ¡no llores más!, te lo suplico. Se me rompe el corazón de verte sufrir. ¡Él merecía lo que le ha pasado! ¡Nunca te volverá a pegar!».
Y así, en capítulos alternos, los impares para 2019 y los pares para 1976, ambas historias se irán alternando. Al inicio de cada capítulo se nos pone la fecha y el lugar en el que acontece por lo que en ningún momento corremos el peligro de perdernos, aunque eso sería imposible porque estamos ante dos historias muy diferentes, no solo en la trama, sino también en la forma. Más desenfadada, con toques de humor, con una acción más activa por parte de la policía la ambientada en 2019; más seria, sin sitio para el humor, mucho más negra, como decía, la que sucede en 1976. Sabemos que algo terminará por unirlas, por relacionarlas, pero no sabemos qué es y, permítaseme decir que tampoco me ha importado. El salto de una historia a otra se hace siempre en un punto crucial, uno de esos cliffhanger que nos dejan literalmente colgando del acantilado, deseando seguir adelante. Y, como digo, se nos corta y se nos lleva a otra historia, pero no importa porque ésta nos engancha rápidamente. De hecho, cuando llega la relación entre ambas tramas, creo que me había olvidado de que tal cosa tenía que suceder y me he llevado una sorpresa.
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Víctor Navajo |
Conocí a Víctor Navajo hace varios años con su novela anterior, La hija del fotógrafo. Era 2018 y la novela me gustó mucho. Hace un año publicó esta su segunda novela que lleva escribiendo seis años y que nada tiene que ver con la anterior. Se ve que en su actividad literaria es un hombre tan versátil y con tanta variedad de ideas como en sus actividades profesionales o vocacionales. Aunque no, sus actividades son lo más variado que nuca he visto en una vida humana. Cuando publicó La hija del fotógrafo, en mi reseña tengo una cita de la web penguinlibros en la que dice: «Víctor Navajo ha sido por orden cronológico: agricultor, granjero, dependiente de una tienda de ultramarinos, camarero, operador de tricotosas, recortador de repuestos de goma, cabo escribiente del Ejército del Aire, cadete de la Academia General de Aviación, teniente profesor de vuelo en la Base Aérea de Matacán, miembro del equipo español de acrobacia aérea en los campeonatos del mundo de Moscú, capitán del Ejército del Aire, director de una fábrica de muebles, piloto de líneas aéreas, director y propietario de un colegio, ejecutivo de una compañía de video promocional, instructor de DC-8, instructor de DC-10, instructor y Jefe de Flota de DC-9, titulado en Gestión Empresarial, inventor (dos patentes), promotor de viviendas, propietario de una librería, cogerente de una empresa de vinos y fotógrafo digital diplomado».
A todo eso hay que añadir que es escritor de dos novelas publicadas y de alguna destruida pues como también se nos dice en esa web que cito, «La hija del fotógrafo es su primera novela no destruida». Pero os remito a la web del propio Víctor Navajo, donde nos cuenta más cosas y donde podremos ver sus libros que ahora publica de forma independiente.
Víctor Navajo con esta su segunda novela me confirma que es un autor al que seguir de cerca. Tarda años en terminar de pulir sus novelas, no sé si lo hace en Peraleda, pero se toma su tiempo. Un tiempo que merece la pena esperar porque el resultado es siempre muy satisfactorio.
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