«En uno de los dos canales latinos
del cable transmitían un conteo de lo más sobresaliente del 2012 en territorio
mexicano: casi todo tenía que ver con la inseguridad, secuestros, cifras de
muertos, el regreso del PRI a la Presidencia, impunidad para gobernadores
corruptos, manifestaciones, el crimen organizado vinculado con las altas
esferas del gobierno, noticias del espectáculo y artistas que Esther no
conocía. […]
En una toma rápida Esther creyó
reconocer una figura delgada, el cabello castaño y lacio, hasta el color café
claro de los ojos y las cejas delgadas […] Vio a Irene en el grupo, con
la ropa sucia y un suéter de lana percudido. La cara angular y el flequillo en
esa mujer eran inconfundibles. Esther podría morir y volver a nacer
reconociendo esos rasgos de su hermana. […]
Esa era su hermana desaparecida,
su hermana muerta».
Estamos en Barcelona el 1 de enero de 2013 cuando Esther, una mexicana que salió de su país para alejarse de todo lo que constituía su vida allí, ve en la televisión a la que parece ser su hermana Irene cuyo cadáver apareció hace diez años en una fosa junto a los de otras mujeres. Su madre y ella nunca estuvieron muy convencidas de que el cadáver fuera el de Irene. Estaba muy desfigurado y no consiguieron que se hicieran las pruebas necesarias para una identificación definitiva. Finalmente, ante las trabas sucesivas y ante el miedo a descubrir algo aún peor, aceptaron la versión oficial y se llevaron las cenizas de la que se suponía que era Irene.
«Nosotros jurábamos que no era ella, cómo podíamos asegurarlo si ni a mi mamá ni a mí nos dejaron reconocerla, pero fue un carpetazo, como le decimos en México. Tanto mi madre como yo, incluso mi papá que llegó de Monterrey, donde vivía con su mujer y sus otros hijos, todos pedimos ver el cuerpo o los restos y nos dijeron que eso sería imposible, que se hallaba en un estado avanzado de descomposición[...] Uno de mis tíos [...] solicitó legalmente la identificación de los registros dentales y hacer la prueba de ADN, pero tampoco tuvimos buenos resultados. Primero decían que sí, luego que no, después que sí pero iba a tardar».
Es por todo eso por lo que, ante la visión de la mujer del reportaje, Esther decide emprender la búsqueda de su hermana. Contará para ello con la ayuda de Bernardo, un amigo argentino también afincado en Barcelona, y de Octavio Ayala, un periodista mexicano que ahora mantiene un perfil bajo tras haber sido amenazado de muerte por denunciar lo que a los poderosos les convenía mantener oculto. «[...]dejó de seguirle la pista a los nombres de policías y funcionarios corruptos de Veracruz y Boca del Río para hacer las notas editoriales en la sección de deportes; bajó el tono incendiario en sus clases de periodismo y se centró en orientar la redacción de aspirantes a la carrera de Comunicación en una universidad privada poco menos que mediocre a las afueras de Toluca».
Así, entre los tres, Octavio en México y Bernardo y Esther en Barcelona, comenzarán las indagaciones para encontrar a la mujer que Esther asegura que es su hermana muerta.
Pero hay mucho más en esta novela. Hay una historia, un pasado que Esther nos irá contando en primera persona y en el que hará un repaso a toda su vida. El abandono del padre que se fue a Monterrey donde formó otra familia; la enfermedad de Irene, aquejada de algún trastorno del comportamiento que terminaría por diagnosticarse como esquizofrenia infantil; el traslado al Distrito Federal tras el divorcio para vivir con un hermano de la madre; la soledad de las tres mujeres, una madre y dos niñas, que constituían todo un mundo, el único mundo, las unas para las otras. «A mi mamá le daba por hablarnos así, como si fuésemos adultas, porque éramos su única compañía, por lo menos la constante. Yo creo que de eso se trata tener hijos, que nazcan para que una no esté siempre sola. También eso debe ser tener hermanos, que una ya no vuelva a ser la única».
Aunque muchas veces Esther habría querido ser la única, no tener que cuidar de aquella hermana pequeña que, cada vez más, se fue convirtiendo en un lastre del que deseaba poder deshacerse. Y así, Niebla ardiente nos narra una historia de amor y resentimiento. Una relación en la que Esther lucha por desprenderse del fardo que para ella supone cargar a todas partes con Irene, mientras se siente acribillada por el sentimiento de culpabilidad que todo ello le causa. Un sentimiento de culpabilidad que aumenta hasta hacerse insoportable cuando la hermana desaparece y después aparece muerta. Tan insoportable que la obliga a viajar al otro extremo del mundo para tratar de atenuarlo.
«Yo vine porque trataba de olvidar, no soportaba el Distrito Federal, odiaba cada espacio del departamento, mi colonia, los lugares por donde tenía que pasar a diario, que se nos hubiese perdido Irene. No sé cómo le hace la gente a la que se le mueren los hijos, los hermanos, a los que les matan parientes o un día salen a trabajar y no regresan, nunca los encuentran. No sé cómo le hacen ellos, que no pueden dejar la casa porque es lo único que tienen, nadie les soluciona la vida ofreciéndoles trabajos del otro lado del mundo, y tienen que lidiar con regresar a un espacio donde falta alguien. Esa gente conserva las habitaciones como el último día que pasaron ahí sus hijos. Cuando me fui, mi madre aún tenía en el cuarto la cama de Irene, [...] le dije que no soportaba dormir ahí con esa cama vacía a la que ella no le quería cambiar la colcha rosa y las dos almohadas por jurar que eran las últimas que usó Irene en la casa. Obviamente no era cierto. Nos volvimos a pelear por ese tema, hasta que al final ya no le di importancia, y comencé a planear irme a vivir sola, pero no lo cumplí, hasta que sucedió este viaje».
Es comprensible que Esther se empeñe en encontrar a su hermana. No es solo recuperar a un ser querido que se creía desaparecido para siempre, es también poder deshacerse del terrible peso de la culpabilidad. Poder recuperar a esos seres queridos a los que creemos que ya nunca podremos resarcir de nuestro mal comportamiento, real o imaginario, es algo que tan solo en casos muy especiales se puede conseguir y tal vez éste sea uno de ellos.
 |
Laura Baeza |
Niebla ardiente es otra de esas primeras novelas escritas por autoras hispanoamericanas que sorprenden por su calidad. No es novata la autora en esto de la literatura. Tres libros de relatos preceden a esta su primera novela, pero sin haber leído ninguno creo que la compleja estructura de esta obra poco tiene que ver con formatos más cortos como es el relato.
Niebla ardiente compagina el momento presente (2013) con el pasado. Pero ese pasado, a su vez, se reparte, en capítulos alternos, entre los momentos vividos en Martínez de la Torre y los que acontecen en el Distrito Federal. Las partes del pasado las narra Esther en primera persona mientras que el presente está contado por un narrador omnisciente en tercera persona. No hay que asustarse. En ningún momento la lectura se hace compleja, aunque sí, apasionante. A la trama, dura e impactante, con alusiones a cómo ha ido evolucionando la situación en México, se une una prosa, sobre todo en lo narrado por Esther, sencilla, pero muy cuidada y capaz de transmitir todo un mundo de sensaciones y sentimientos.
Esta es una novela que me ha sorprendido muy gratamente. Supe de ella por las reseñas que en Instagram publicaron Marian, del blog Marian lee más libros, y Marianna, de Los libros de Mava. Pinchando en los enlaces accederéis a esas reseñas por si os interesa. O también podéis pasar directamente a leer la novela porque os aseguro que merece la pena.
Comentarios
Publicar un comentario
Con tus comentarios reflexionamos, debatimos y aprendemos más.