"La hija del fotógrafo" Víctor Navajo

Hace un tiempo, el autor de esta novela se puso en contacto conmigo a través del formulario de contacto del blog. Víctor Navajo se definía a sí mismo como "un escritor independiente (76 años, primera obra), con una novela que acabo de publicar y que ha sido premiada con el  
sello «Talento Caligrama». Su título es «La hija del Fotógrafo» y está actualmente en la feria del libro de Madrid".
Me decía también que había tardado más de diez años en terminarla y me hacía una pequeña sinopsis. Para finalizar, me pedía contestación "aunque no haya despertado tu curiosidad". Por supuesto que habría contestado de todos modos, pero es que además despertó mi curiosidad. Un niño que a los diez años lee "Corazón" de Edmundo de Amicis no podía por menos que llamar poderosamente mi atención porque no sería yo mucho más mayor cuando leí dicho libro por primera vez. Después lo leí varias más. No sé qué tiene la infancia que el tiempo se dilata como si no tuviera límites ni extremos. Hay muchos libros que leí varias veces en aquellos años y "Corazón" fue uno de ellos.
Sebastián lo leyó a los diez años y el mundo cambió para él. "El libro provocó en mi ánimo los sentimientos más intensos. [...] ¿Qué tenían aquellas historias para afectarme de esa manera? Pues tenían solamente palabras que el autor había seleccionado muy bien y acomodado en el lugar conveniente. Fue entonces cuando nació la idea de coleccionarlas".

Así comenzó una colección que fue organizando en carpetas; una colección de palabras clasificadas por colores, sabores, sentimientos: juntas las de miedo, o las de alegría o las de amor. Así descubrió que las palabras tenían vida propia y establecían relaciones de amistad o enemistad entre ellas; que podían ser muy tímidas y juntarse con muy pocas palabras o se enormemente amistosas y hacer migas con medio diccionario. Así consiguió suplir con las palabras, y todo lo que estas pueden ofrecer, su falta de otras cualidades más masculinas que hubieran hecho a su padre sentirse más orgulloso de él. Ya que no tenía músculos, al menos tenía palabras.
En 2006, Sebastián, que ha dedicado su vida a escribir con cierto éxito, está pasando una crisis creativa y, siguiendo una frase leída en una revista literaria, «A un novelista al que le ha abandonado la inspiración siempre le queda el recurso de explorar en su propia vida», decide buscar aquella colección de palabras y el diario de la infancia, regalo, al igual que el ejemplar de "Corazón", de su padrino. Junto al diario y la colección de palabras, entre los tesoros del pasado, también guarda desde la infancia "una pluma que me regaló mi padrino, una caja de galletas hecha de latón donde guardaba los sentimientos, [y] un considerable montón de papeles con informes y noticias de toda índole que, poco antes de morir, me entregó la comadrona de la familia". 
Con todo ello, cuando lo encuentre, planea escribir su nueva novela, una novela autobiográfica que le saque del vacío creativo en que se ha visto metido desde que publicó la última hace ya varios años.
Con todo ello, cuando por fin lo encuentra, comienza a contarnos su historia que empieza el 20 de mayo de 1954 cuando don Laurentino, uno de los fotógrafos de Jarana, cae muerto en plena calle. Tal suceso no habría tenido mayor repercusión en la vida de Sebastián de no haber sido porque a sustituir a don Lauren llega poco tiempo después don Florencio, un fotógrafo de Madrid que viene acompañado de su hija Amelia, y Amelia se convertirá a partir de ese momento en la causa de todas las alegrías y desvelos de Sebastián. La primera impresión, ya antes de conocer a Amelia, es de desconcierto porque ¿qué puede andar buscando en Jarana alguien de Madrid? Jarana es un pueblo, aunque sea un pueblo grande y Sebastián en sus sueños de lo que la capital puede ofrecer, no entiende que nadie la cambie voluntariamente por el pueblo prosaico y aburrido en el que se ha desarrollado toda su vida. Aunque, piensa, tal vez no sea voluntario, "podría ocurrirle como a dos de mis profesores que están aquí castigados. [...] Antes daban clases en la universidad, pero ahora lo hacen en mi instituto porque son rojos, eso sí, una miaja nada más, pues a los que son muy rojos y, por tanto, muy malos los meten en la cárcel para que no hagan daño a nadie". 
Pero no es ese el caso de don Florencio. Pocos días después, cuando su amistad con Amelia haya comenzado, cómo no a base de palabras, de libros, de lecturas (no en vano comienza en la biblioteca del pueblo), ella le irá contando poco a poco la vida de su padre. Así sabrá Sebastián que muy lejos de ser rojo el fotógrafo había huido de Madrid a Segovia para luchar con los sublevados al iniciarse la Guerra Civil. Después de la guerra se alistó en la División Azul y fue hecho prisionero por los rusos... pero dejaré que sea Amelia la que cuente su historia y la de su padre a todos los que quieran acercarse a "La hija del fotógrafo".
A lo largo de los años, por culpa propia, pero sobre todo ajena, Sebastian y Amelia se verán separados, unidos de nuevo y vuelto a separar en una serie de circunstancias que nos llevarán de Jarana a Madrid, y de vuelta a Jarana y otra vez a  Madrid, para llegar hasta Rhode Island en Estados Unidos. Sebastián tras Amelia, buscando un amor que se le escapa mientras ambos van creciendo y dejando atrás los adolescentes que fueron para encontrarse con los adultos en los que se van convirtiendo.
Pero no solo de Amelia y de su accidentado amor, nos habla esta novela. Sebastián tiene amigos y su amistad sufrirá pruebas y pasará por las distintas etapas a las que va llevando el paso de los años, pero serán de esas amistades que duran hasta la muerte.

Víctor Navajo

No estamos ante una novela que abra nuevos caminos a la literatura, no tiene la originalidad de las grandes obras, pero es una historia emotiva, perfectamente escrita, con un lenguaje que se adapta a la época y que, en ocasiones, me ha recordado al de Edmundo de Amicis en "Corazón". La ambientación, tanto del pueblo como de Madrid, nos sumerge en lo que fueron aquellos años del franquismo, muy diferentes en la capital y en el pueblo, pero a la vez tremendamente similares en su triste y escuálida situación social, económica y cultural. 
La novela consta de dos partes. La primera la constituye el diario de Sebastián y comprende dos años de su vida, desde mayo de 1954 hasta julio de 1956; desde poco antes de la llegada de Amelia a Jarana, hasta poco después de que se vuelva a Madrid. La segunda continúa con la historia, pero utilizando otras fuentes como los papeles que le dejó la comadrona familiar o documentos que recibió a la muerte de don Florencio. 
"La hija del fotógrafo" engancha y se lee muy bien porque además de la historia de las peripecias y amores de los jóvenes, cuenta otras muchas cosas con un genial sentido del humor (descacharrante la escena de la confesión de Sebastian antes de cometer el pecado); con su parte de intriga, su costumbrismo, sus acertados y convincentes diálogos, sus personajes bien descritos y trazados a los que vemos crecer con total verosimilitud, a la vez que cambia su lenguaje y su manera de pensar (no olvidemos que la primera mitad la ha escrito un niño de entre trece y quince años). Y para terminar, con unas descripciones tan certeras que no cuesta nada imaginarse las escenas y las situaciones más rocambolescas y aparentemente complejas.
Víctor Navajo ha sido un hombre polifacético que se ha dedicado a casi todo: desde campesino a camarero; de dependiente en un ultramarinos a vendedor de tricotosas; de recortador de repuestos de goma a ejecutivo de una compañía de vídeo promocional; de militar y piloto de aviación a director y propietario de un colegio; de propietario de una librería a gerente de una empresa de vinos; fotógrafo digital, miembro del equipo de acrobacia aérea en el campeonato del mundo de Moscú... (hay más cosas, pero no es plan de alargar la lista), aunque yo añadiría que también es escritor. Esta parece ser su primera novela al menos, de las que ha escrito y no ha destruido. Espero que escriba más (y que tampoco las destruya)