"LLamada para el muerto" John Le Carré
Para ser tan aficionada a la novela negra llegué muy tarde a John Le Carré. Es cierto que después sus novelas fueron cayendo una detrás de otra y con esta son ya trece las que aparecen en mi lista de leídos. También es verdad que hacía mucho que no lo visitaba, concretamente desde principios de 2014, por lo que no tiene ninguna reseña en mi blog que se abrió a finales del mismo año.
Mi lectura de este autor ha sido un poco errática y he ido saltando de unas a otras novelas; de las recién publicadas a las antiguas, sin criterio lógico. A Smiley lo había ido encontrando en unas y otras; en algunas como protagonista, en otras como personaje accesorio, pero nunca me había planteado leer la serie en orden como hago con otros y es que cuando empecé con el autor, allá por 2001, las series no estaban tan de moda como han llegado a estarlo después.
Smiley aparece en el mundo de la literatura a la vez que su creador, John Le Carré, en 1961 con "Llamada para el muerto". En el primer capítulo titulado Breve historia de George Smiley se nos cuenta cómo, al final de la Segunda Guerra Mundial, se casó con lady Ann Sercomb que se lo describió a sus amigos como "tremendamente vulgar" y es que Smiley "sin haber ido a una buena escuela, sin padres importantes, sin glorias militares ni profesión conocida, sin ser rico ni pobre, viajaba sin etiquetas en el furgón de equipajes del expreso social". Eso por lo que a su origen y posición social se refiere, porque en lo relativo a su aspecto físico, "bajo, gordo y de carácter apacible, parecía gastar mucho dinero en trajes francamente mal cortados, que colgaban alrededor de su rechoncha figura, como la piel de un sapo encogido" lo que hizo que alguien afirmara "en un momento de la boda que «Sercomb se unía a una rana con impermeable». Y Smiley, que ignoraba este comentario, avanzó anadeando por la nave de la iglesia, en busca del beso que le convertiría en un lord".
No he podido resistirme a abusar de las citas porque creo que con la pluma del autor es cómo mejor descritos quedan ambos, Le Carré y Smiley. Como podemos apreciar, el primero posee un afilado sentido del humor y una notable calidad literaria, y el segundo responde con creces a la tremenda vulgaridad que su esposa le achacaba.
Pero no solo hay vulgaridad en Smiley que de su paso por Oxford (no por uno de sus mejores colegios, es cierto) conserva cierta devoción por poetas alemanes poco conocidos del siglo XVII y es todo un filósofo de la vida cuyo discurso (nunca muy prolijo) suele estar adornado con citas de Goethe o de Herman Hesse.
Durante los años treinta trabajó infiltrado en una universidad alemana desde la que buscaba jóvenes susceptibles de ser captados para el Servicio Secreto inglés. Allí asistió al auge del nazismo y, aunque en ningún momento se nos habla de su posible ideología política, "hubo una noche, una terrible noche del invierno de 1937, en que Smiley, tras la ventana, observó una gran hoguera en el patio de la Universidad. [...] Y a esa pira pagana arrojaron centenares de libros. Él sabía de quiénes eran esos libros: de Thomas Mann, de Heine, de Lessing, y muchos otros más. Y Smiley, protegiendo con su húmeda mano el extremo del cigarrillo, observaba lleno de odio, pero sintiéndose triunfante porque, al menos, sabía quién era su enemigo". Y es que no se puede sentir sino odio frío y vengativo hacia los pirómanos cuando ves a tantos autores amados, a tantos libros con los que has disfrutado, aprendido, dudado, con los que te has emocionado o con los que te has identificado, siendo asesinados delante de tus ventanas; porque asesinato y no otra cosa es para un escritor que quemen sus obras y para un lector que le priven del placer y de la libertad de su lectura.
Al inicio de la novela, finales de los años cincuenta, Smiley está trabajando para el Servicio Secreto, para el que, a su vez, fue reclutado a finales de los años veinte, mientras estudiaba en Oxford, y para el que ha trabajado intermitentemente desde entonces. Hace ya muchos años que lady Ann "lo abandonó por un cubano, campeón de carreras automovilísticas" y vive solo en una casita del barrio londinense de Chelsea.
Cuando Samuel Fennan, miembro del Foreing Office, se suicida y deja una carta explicando su decisión por las sospechas que sobre él tiene el Servicio Secreto acerca de sus simpatías comunistas, Smiley no entiende nada. Fue él quien se encargó de entrevistarle como parte de la investigación, y fue él mismo quien le dijo que no había nada de qué preocuparse pues las sospechas quedaban totalmente descartadas. Además antes de suicidarse llevó a cabo acciones y actividades que no cuadran con quien piensa quitarse la vida momentos después. Pero el caso es que Fennan se ha pegado un tiro y Smiley decide saber el por qué de tan innecesario acto.
A lo largo de su investigación se encontrará enfrentado a su propia conciencia y a sus contradicciones. Porque una cosa son los fríos expedientes con los que trabaja y otra las personas de las que tratan, y a veces, como le reprocha la esposa de Fenan, "a los expedientes les nacen cabezas y brazos y piernas, y es un momento terrible, ¿verdad? Los nombres tienen familias, además de informes, y razones humanas que explican sus tristes expedientes y sus pecados ficticios. Lo que ocurre entonces lo siento por usted". Y, aunque Smiley no llega a sentirse culpable porque al fin y al cabo cree que Samuel Fennan fue asesinado, no puede dejar de pensar en esas palabras y en lo que Fennan le había contado acerca de la situación equívoca de los intelectuales comunistas durante los años treinta (entre los que de hecho sí se había contado); una situación en la que se dieron cuenta de que al partido no le interesaban demasiado, porque frente a los mineros galeses y sus acuciantes e indiscutibles necesidades, se sentían avergonzados de sus comodidades y de su talento; "estaban avergonzados de tener lápices y papel. Pero no sirve para nada tirarlos, ¿verdad? Eso es lo que acabé por aprender. Supongo que por eso dejé el partido". Y Smiley le creyó y le exculpó y se lo dijo y por eso ahora, aunque sabe que no debe sentirse culpable, no puede evitar un cierto resquemor que le hace pensar que no siempre su trabajo está libre de miserias, injusticias y ejecuciones, aunque sean vicarias y por agente interpuesto.
Una investigación, por otra parte, que nos tiene con el alma en vilo, porque Smiley se encontrará con algunos fantasmas de su pasado, habrá más muertos, varias hipótesis hasta llegar a la verdadera y, en resumen, una novela negra con todos y cada uno de los ingredientes de la mejor novela negra.
Y es que John Le Carré es uno de los grandes, uno de los mejores. No en vano trabajó para el MI5 y el MI6, por lo que cuando escribe sobre espías, guerra fría, contraespionaje... etc, sabe bien de lo que habla. Fue solo en 1963, tras el éxito de su tercera novela, "El espía que surgió del frío", cuando pudo abandonar el Servicio Secreto británico para dedicarse en exclusiva al Servicio Secreto literario.
Como él mismo ha declarado “La gente que tuvo una infancia infeliz es muy buena para inventarse a sí misma”. Y eso ha sabido hacer él cuya infancia no fue desde luego feliz y que, tras escribir acerca de la Guerra Fría, supo superar el fin de la misma para abordar otros problemas que fueron surgiendo, o que se hicieron más patentes, cuando la amenaza comunista dejó de ser tal para hundirse lentamente en las ondas de la Historia.
Sus novelas posteriores a la caída del Muro abordan la actualidad más convulsa y conflictiva. Desde las dificultades que supuso el propio desmembramiento de la maquinaria soviética con la nueva configuración de los países surgidos y las mafias de todo tipo que florecieron en los mismos, hasta la corrupción de la industria farmaceútica o el terrorismo fundamentalista islámico, cualquier tema de interés y actualidad ha tenido cabida en las novelas de este escritor, y siempre tratados con profundidad y sin sectarismos. Y sobre todo con una humildad no muy acorde con un escritor de tanta fama, porque es la humildad, que no la soberbia o la prepotencia, lo que le ha llevado a rechazar honores y premios y a no conceder entrevistas; una humildad que le ha contagiado a su personaje, George Smiley; esa misma humildad que solo a los grandes les hace darse cuenta de que es más lo que se ignora que lo que se sabe. "No sabemos nada unos de otros, nada, reflexionaba Smiley. Por muy estrechamente que vivamos, en cualquier momento del día o de la noche en que nos sondeemos mutuamente con los más profundos pensamientos, no sabemos nada".
Esta novela entra además en el II reto "Nos gustan los clásicos" por estar publicada antes de 1990. "Llamada para el muerto" está escrita en 1961.
Mi lectura de este autor ha sido un poco errática y he ido saltando de unas a otras novelas; de las recién publicadas a las antiguas, sin criterio lógico. A Smiley lo había ido encontrando en unas y otras; en algunas como protagonista, en otras como personaje accesorio, pero nunca me había planteado leer la serie en orden como hago con otros y es que cuando empecé con el autor, allá por 2001, las series no estaban tan de moda como han llegado a estarlo después.
Smiley aparece en el mundo de la literatura a la vez que su creador, John Le Carré, en 1961 con "Llamada para el muerto". En el primer capítulo titulado Breve historia de George Smiley se nos cuenta cómo, al final de la Segunda Guerra Mundial, se casó con lady Ann Sercomb que se lo describió a sus amigos como "tremendamente vulgar" y es que Smiley "sin haber ido a una buena escuela, sin padres importantes, sin glorias militares ni profesión conocida, sin ser rico ni pobre, viajaba sin etiquetas en el furgón de equipajes del expreso social". Eso por lo que a su origen y posición social se refiere, porque en lo relativo a su aspecto físico, "bajo, gordo y de carácter apacible, parecía gastar mucho dinero en trajes francamente mal cortados, que colgaban alrededor de su rechoncha figura, como la piel de un sapo encogido" lo que hizo que alguien afirmara "en un momento de la boda que «Sercomb se unía a una rana con impermeable». Y Smiley, que ignoraba este comentario, avanzó anadeando por la nave de la iglesia, en busca del beso que le convertiría en un lord".
No he podido resistirme a abusar de las citas porque creo que con la pluma del autor es cómo mejor descritos quedan ambos, Le Carré y Smiley. Como podemos apreciar, el primero posee un afilado sentido del humor y una notable calidad literaria, y el segundo responde con creces a la tremenda vulgaridad que su esposa le achacaba.
Pero no solo hay vulgaridad en Smiley que de su paso por Oxford (no por uno de sus mejores colegios, es cierto) conserva cierta devoción por poetas alemanes poco conocidos del siglo XVII y es todo un filósofo de la vida cuyo discurso (nunca muy prolijo) suele estar adornado con citas de Goethe o de Herman Hesse.
Durante los años treinta trabajó infiltrado en una universidad alemana desde la que buscaba jóvenes susceptibles de ser captados para el Servicio Secreto inglés. Allí asistió al auge del nazismo y, aunque en ningún momento se nos habla de su posible ideología política, "hubo una noche, una terrible noche del invierno de 1937, en que Smiley, tras la ventana, observó una gran hoguera en el patio de la Universidad. [...] Y a esa pira pagana arrojaron centenares de libros. Él sabía de quiénes eran esos libros: de Thomas Mann, de Heine, de Lessing, y muchos otros más. Y Smiley, protegiendo con su húmeda mano el extremo del cigarrillo, observaba lleno de odio, pero sintiéndose triunfante porque, al menos, sabía quién era su enemigo". Y es que no se puede sentir sino odio frío y vengativo hacia los pirómanos cuando ves a tantos autores amados, a tantos libros con los que has disfrutado, aprendido, dudado, con los que te has emocionado o con los que te has identificado, siendo asesinados delante de tus ventanas; porque asesinato y no otra cosa es para un escritor que quemen sus obras y para un lector que le priven del placer y de la libertad de su lectura.
Al inicio de la novela, finales de los años cincuenta, Smiley está trabajando para el Servicio Secreto, para el que, a su vez, fue reclutado a finales de los años veinte, mientras estudiaba en Oxford, y para el que ha trabajado intermitentemente desde entonces. Hace ya muchos años que lady Ann "lo abandonó por un cubano, campeón de carreras automovilísticas" y vive solo en una casita del barrio londinense de Chelsea.
Cuando Samuel Fennan, miembro del Foreing Office, se suicida y deja una carta explicando su decisión por las sospechas que sobre él tiene el Servicio Secreto acerca de sus simpatías comunistas, Smiley no entiende nada. Fue él quien se encargó de entrevistarle como parte de la investigación, y fue él mismo quien le dijo que no había nada de qué preocuparse pues las sospechas quedaban totalmente descartadas. Además antes de suicidarse llevó a cabo acciones y actividades que no cuadran con quien piensa quitarse la vida momentos después. Pero el caso es que Fennan se ha pegado un tiro y Smiley decide saber el por qué de tan innecesario acto.
A lo largo de su investigación se encontrará enfrentado a su propia conciencia y a sus contradicciones. Porque una cosa son los fríos expedientes con los que trabaja y otra las personas de las que tratan, y a veces, como le reprocha la esposa de Fenan, "a los expedientes les nacen cabezas y brazos y piernas, y es un momento terrible, ¿verdad? Los nombres tienen familias, además de informes, y razones humanas que explican sus tristes expedientes y sus pecados ficticios. Lo que ocurre entonces lo siento por usted". Y, aunque Smiley no llega a sentirse culpable porque al fin y al cabo cree que Samuel Fennan fue asesinado, no puede dejar de pensar en esas palabras y en lo que Fennan le había contado acerca de la situación equívoca de los intelectuales comunistas durante los años treinta (entre los que de hecho sí se había contado); una situación en la que se dieron cuenta de que al partido no le interesaban demasiado, porque frente a los mineros galeses y sus acuciantes e indiscutibles necesidades, se sentían avergonzados de sus comodidades y de su talento; "estaban avergonzados de tener lápices y papel. Pero no sirve para nada tirarlos, ¿verdad? Eso es lo que acabé por aprender. Supongo que por eso dejé el partido". Y Smiley le creyó y le exculpó y se lo dijo y por eso ahora, aunque sabe que no debe sentirse culpable, no puede evitar un cierto resquemor que le hace pensar que no siempre su trabajo está libre de miserias, injusticias y ejecuciones, aunque sean vicarias y por agente interpuesto.
Una investigación, por otra parte, que nos tiene con el alma en vilo, porque Smiley se encontrará con algunos fantasmas de su pasado, habrá más muertos, varias hipótesis hasta llegar a la verdadera y, en resumen, una novela negra con todos y cada uno de los ingredientes de la mejor novela negra.
John Le Carré |
Como él mismo ha declarado “La gente que tuvo una infancia infeliz es muy buena para inventarse a sí misma”. Y eso ha sabido hacer él cuya infancia no fue desde luego feliz y que, tras escribir acerca de la Guerra Fría, supo superar el fin de la misma para abordar otros problemas que fueron surgiendo, o que se hicieron más patentes, cuando la amenaza comunista dejó de ser tal para hundirse lentamente en las ondas de la Historia.
Sus novelas posteriores a la caída del Muro abordan la actualidad más convulsa y conflictiva. Desde las dificultades que supuso el propio desmembramiento de la maquinaria soviética con la nueva configuración de los países surgidos y las mafias de todo tipo que florecieron en los mismos, hasta la corrupción de la industria farmaceútica o el terrorismo fundamentalista islámico, cualquier tema de interés y actualidad ha tenido cabida en las novelas de este escritor, y siempre tratados con profundidad y sin sectarismos. Y sobre todo con una humildad no muy acorde con un escritor de tanta fama, porque es la humildad, que no la soberbia o la prepotencia, lo que le ha llevado a rechazar honores y premios y a no conceder entrevistas; una humildad que le ha contagiado a su personaje, George Smiley; esa misma humildad que solo a los grandes les hace darse cuenta de que es más lo que se ignora que lo que se sabe. "No sabemos nada unos de otros, nada, reflexionaba Smiley. Por muy estrechamente que vivamos, en cualquier momento del día o de la noche en que nos sondeemos mutuamente con los más profundos pensamientos, no sabemos nada".
Esta novela entra además en el II reto "Nos gustan los clásicos" por estar publicada antes de 1990. "Llamada para el muerto" está escrita en 1961.
Está novela la recuerdo de siempre en casa de mis padres. Fue la primera que leí del escritor y me gustó.Tu reseña me ha hecho recordarla.
ResponderEliminarLa trayectoria vital de Le Carré y su íntima relación con la creación literaria que cuentas en tu entrada me ha resultado muy interesante.
Un beso
Para ser una primera novela, es muy buena. No me he podido resistir a abusar de las citas porque dan una idea de la elevada calidad formal de la literatura del autor.
EliminarMe gusta mucho como trata los temas, con profundidad y a la vez entreteniendo con tramas ágiles, intrigantes y bien llevadas.
Un beso.
Solo he leído una novela del autor, Una verdad delicada, así que voy a tener que hacerte caso y leer más... la vida de Le Carré me parece muy interesante.
ResponderEliminarBesos
“Una verdad delicada” fue la última que leí antes de esta. Es muy buena, con esa historia que es todo falsedad y esa sensación de culpa del agente que se vio implicado en ella. Me quedan, aparte de muchos de los antiguos, los dos últimos libros del autor: “Volar en círculos”, un libro de memorias que tiene buenísima pinta por cuanto además la vida de este hombre es muy interesante, y la última novela “El legado de los espías”
EliminarUn beso.
Aun no leo nada de este autor, pero he visto algunas de las películas que han adaptado al cine.
ResponderEliminarEs otro pendiente mas que tengo en mi vida de lectora.
Como siempre muy buena reseña.
Los autores pendientes no se acaban nunca. Yo intento ir conociéndolos, pero siempre queda alguno y algún otro se va sumando. Este es de los que no me gustaría haberme perdido.
EliminarUn beso.
Ay yo soy ultrafan de John Le Carré, me encanta y desde que lo descubrí, en mi caso hace mcuhísimo, me pasó como a ti, fue una obra detrás de otra.
ResponderEliminarBesos.
Se ve que hemos seguido una trayectoria similar con John Le Carré. Entre 2001 y 2014, leí un montón de libros suyos. Pero, como le digo a Ayla, aún me quedan muchos de los antiguos. Intentaré leerlos alternando con los últimos que ha escrito.
EliminarNo voy a extenderme más con los elogios que ya le he dedicado en la reseña y en mi respuesta a Juan Carlos, pero… qué bueno es.
Un beso.
Yo descubrí a John Le Carré por mi padre y creo recordar que esta si la he leído pero no estoy segura,de modo que no me importara volver a coger entre manos a Carré.
ResponderEliminarComo siempre muy buena reseña.
Besos
Un autor al que siempre se puede volver. Además (no lo dije en la reseña porque ya me estaba saliendo muy larga) tiene un montón de películas llevadas al cine con bastante acierto, al igual que Graham Greene (otro de los grandes) al que no se puede perder de vista.
EliminarUn beso.
Tengo pendiente al autor desde hace mil!
ResponderEliminarBesotes
Pues si te gusta el género negro y, en especial, el subgénero de espías (que no sé si existe o lo acabo de inventar), este autor, junto a Graham Greene, es de lo mejor.
EliminarUn beso.
Hola, Rosa.
ResponderEliminarCreo que he dicho alguna vez que me fascinan los libros basados en hechos reales, de la Historia sobre la Primera y Segunda Guerra Mundial, además de la Historia de España, pero el suspense se lleva la palma. Creo recordar que en Portugal era un nido de espías, y de éste autor nació el personaje de James Bond, si mal no recuerdo.
La chica del tambor (The Little Drummer Girl) es una novela del escritor británico John le Carré publicada en 1983. Es lo único que he leído de él. Tomaré nota, apreciada Rosa para leerlos en cualquier biblioteca (el que compra los libros es mi esposo)
Un gran abrazo.
En realidad James Bond pertenece a otro autor, Ian Fleming, que también fue espía antes que escritor. De hecho, George Smiley, el detective estrella de Le Carré, bajito y gordo, es como el antihéroe y una contrarréplica a James Bond.
EliminarNo hay que irse a Portugal. En Madrid paseaban a su antojo los espías británicos tras la Guerra Civil y durante la Segunda Guerra Mundial. El Embassy de La Castellana que tú como madrileña conocerás, era su cuartel general por así decirlo.
Y no solo en Madrid. En León tuvimos nuestra propia red de espías al servicio de los británicos comandada por Lorenzo San Miguel. La red fue desmantelada por la Guardia Civil a pocos metros de esta casa donde escribo en León, parece ser (aunque esto último podría ser leyenda) que por una cuestión de celos, cuernos y traiciones.
Un beso.