"Mejor la ausencia" Edurne Portela.
"Jugamos a los papelitos. Aita escribe Kepa en uno, Aitor en otro, Aníbal en otro y Amaia en otro. Los hace bolitas y los mete en la gorra. Ama se pone un pañuelo en los ojos y aita mueve la gorra y ama no la encuentra. Nos reímos mucho. Ama coge la gorra y mete la mano dentro y saca la primera bolita. Se la da a aita y aita abre la bolita y grita ¡Aitor!, y el tato salta y dice ¡me toca, me toca!".
También Amaia será afortunada esta vez y le tocará acompañar a sus padres de excursión. Van en coche y tienen que pasar por donde están los señores con las metralletas a los que aita les enseña unos cuadernitos. Finalmente llegan a su destino, a casa del tío Josu, donde están también sus amigos de barbas y donde aita saca del maletero muchas cosas que le llevan al tío. Amaia no sabe lo que todo ello significa porque solo tiene cinco años, y nosotros tan solo podemos intuirlo porque Amaia habla en presente, todo lo que nos transmite es lo que ella entiende y sabe en el momento en que lo cuenta.
¿Qué sabe Amaia? Sabe que aita a veces llama leona a ama por su pelo largo y rojo. Entonces ama se ríe, pero otras veces que aita le llama cosas malas, ama llora. Ama suele estar con un vaso en la mano, a veces adormilada y a veces tiene marcas de golpes y los ojos hinchados de llorar.
Los Gorostiaga viven en un pueblo en la margen izquierda de la ría del Nervión. El padre es abogado y la familia vive desahogadamente. Pero estamos en los años ochenta y aún nos queda ver comenzar los noventa; la vida familiar de Amaia se va a ir deteriorando a lo largo de esos años y la de su entorno se va a resolver en pintadas, paro, drogas, muertos por sobredosis, violencia, violencia, violencia. Violencia explícita y violencia soterrada, escondida en una sonrisa burlona, en una insinuación maliciosa, en una pintada; violencia de un lado y de otro; violencia que divide las familias, que destruye los afectos; que descompone el destino de las vidas.
"En esta casa cada uno sobrevive como puede" le dice a Amaia su hermano Aníbal. Y en efecto, cada uno tratará de sobrevivir al margen de los otros, cada uno como puede o como sabe o como le dejan: en brazos del alcohol o de la heroína; quemando coches, cajeros y contenedores hasta sacar toda la rabia y todo el resentimiento que no se ha sabido gestionar de otra manera; enlazando una juerga con otra, a este o al otro lado del Puente, hasta perder el sentido de la realidad; ayudando a los que están más allá de la legalidad, al otro lado de la frontera, o sucumbiendo a la tortura y al dolor de tener que delatarlos. Alguno empeñará la vida en el intento, porque a veces la única forma de sobrevivir pasa por desprenderse de la vida.
Aníbal también le decía otras cosas a su hermana pequeña y cuando muchos años después ella recuerde la infancia, volverá a imaginar lo que podría decirle Aníbal. "Me diría que el monstruo ya no está debajo de la cama, que él mismo lo ha matado con sus propias manos". Y es cierto en parte. Es cierto que el monstruo (los monstruos) no está debajo de la cama; nunca lo estuvo; el monstruo (los monstruos) siempre estuvo encima de la cama, fuera, bien visible. Pero no es cierto que Aníbal lo matara con sus propias manos porque sigue vivo y sigue persiguiendo a Amaia hasta más allá de la adolescencia, de la casa familiar y del pueblo de la margen izquierda. La perseguirá en su vida de estudiante y de trabajadora en Madrid, y la seguirá persiguiendo a su vuelta. La perseguirá hasta hacer que, en su afán por huir y esconderse, encuentre las mismas estrategias que su madre años antes. "Me he bebido una botella de vino blanco. Me gusta la sensación de empezar a perder la conciencia de las cosas, la sensibilidad de mis propios miembros, a confundir la distancia entre mi cuerpo y los objetos que me rodean".
La novela consta de dos partes. La primera nos llega en primera persona por boca de una Amaia que, como dije, habla siempre en presente no pudiendo darnos más información que la que ella misma tiene en cada momento. Nos iremos componiendo un cuadro de la realidad a partir de los datos que ella nos va dando y que, como es lógico, son cada vez más explícitos a medida que crece. Trata de los hechos ocurridos entre los años 1979 y 1992.
La segunda parte salta a 2009, cuando Amaia regresa de Madrid, se instala en una buhardilla en Portu e intenta escribir una novela que tiene atragantada.
"—Es que ese argumento es una mierda, Amaia. ¿Cuándo me vas a hacer caso? Déjate de novelitas y escribe esa crónica de una puta vez.
—No quiero escribir sobre el rollo vasco, ¿vale?
—Con tu familia tienes un filón. Y te vendría muy bien para superar todas esas neuras que tienes".
En esta segunda parte se mezclan los capítulos en que la propia Amaia nos sigue relatando su vida y aquellos, contados en tercera persona y también en presente, donde un narrador omnisciente nos revela los hechos del pasado que han quedado oscuros; esos hechos que ni siquiera la propia Amaia nos podría contar porque ella misma los ignora. Así, iremos sabiendo con certeza aquellos episodios que pudimos imaginar del relato de la vida familiar; sobre todo lo relativo al padre, pero también a la madre, al tío Josu... y veremos si nuestras intuiciones estaban o no acertadas o hasta qué punto lo estaban.
"Mejor la ausencia" es una novela sobre la problemática vivida en el País Vasco durante las décadas de los ochenta y noventa: terrorismo, guerra sucia, violencia callejera, drogas..., pero también es una historia de celos, maltrato, culpabilidad, abandono, añoranza de lo que fue y, sobre todo, de lo que pudo ser; mucha frustración y mucho sufrimiento vano, gratuito, evitable.
Cuando leemos la novela no podemos dejar de pensar que Edurne Portela nos está contando sus propias experiencias. Estuve casi convencida de ello, hasta que algún detalle me hizo dudar. Procuro no indagar acerca de autores y argumentos hasta que no he terminado los libros; a veces no lo consigo y la curiosidad me hace acercarme antes a los datos, pero esta vez pude esperar hasta haber leído la novela completa. Tuve que releer varias veces y de distintas fuentes la biografía de Edurne Portela para convencerme de que pocas cosas hay más alejadas de la realidad de su vida que esta novela. Esto, normalmente, ni le quita ni le añade mérito a lo leído, pero en este caso he tenido que descubrirme ante ella, porque su forma de meterse en el personaje y en los hechos, su manera de empatizar con Amaia, incrustarse en su piel y sentir con ella todos los sentimientos que nos transmite, me ha parecido de una gran belleza, de una enorme dificultad y, por lo tanto, de un enorme mérito.
En la página Web de la autora, en la entrada correspondiente a su ensayo "El eco de los disparos", me topo con estas palabras de la propia Edurne Portela en las que encuentro un reflejo de lo que yo pienso, pero dicho como yo jamás sabría decirlo. Y decido terminar con ellas este comentario de "Mejor la ausencia":
"“Somos cómplices de lo que nos deja indiferentes”, señalaba George Steiner. Cuando el testigo del abuso y la violencia mira hacia otro lado, cuando prefiere no ver ni saber, cuando esgrime el “algo habrá hecho”, cuando una vez pasada la violencia exige el olvido, y cuando este testigo representa a una mayoría, nos encontramos ante una sociedad enferma. Lo hemos visto en nuestro país con las heridas de la guerra civil, también en otros conflictos europeos, como la guerra de los Balcanes, o la Irlanda del IRA. Y la historia se repite".
Pero luego encuentro un artículo en "El País", concretamente en Babelia, que complementa esas palabras de Edurne Portela y tampoco me resisto a citarlo: "Mejor la ausencia, sin embargo, aspira a ello, (a incomodar al lector con lo que no sabe, en lugar de ratificarle en lo que sabe) a la autocrítica individual y colectiva, a conocer el modo de participación que cada cual y cada familia tuvo porque fue asunto de todos".
También Amaia será afortunada esta vez y le tocará acompañar a sus padres de excursión. Van en coche y tienen que pasar por donde están los señores con las metralletas a los que aita les enseña unos cuadernitos. Finalmente llegan a su destino, a casa del tío Josu, donde están también sus amigos de barbas y donde aita saca del maletero muchas cosas que le llevan al tío. Amaia no sabe lo que todo ello significa porque solo tiene cinco años, y nosotros tan solo podemos intuirlo porque Amaia habla en presente, todo lo que nos transmite es lo que ella entiende y sabe en el momento en que lo cuenta.
¿Qué sabe Amaia? Sabe que aita a veces llama leona a ama por su pelo largo y rojo. Entonces ama se ríe, pero otras veces que aita le llama cosas malas, ama llora. Ama suele estar con un vaso en la mano, a veces adormilada y a veces tiene marcas de golpes y los ojos hinchados de llorar.
Los Gorostiaga viven en un pueblo en la margen izquierda de la ría del Nervión. El padre es abogado y la familia vive desahogadamente. Pero estamos en los años ochenta y aún nos queda ver comenzar los noventa; la vida familiar de Amaia se va a ir deteriorando a lo largo de esos años y la de su entorno se va a resolver en pintadas, paro, drogas, muertos por sobredosis, violencia, violencia, violencia. Violencia explícita y violencia soterrada, escondida en una sonrisa burlona, en una insinuación maliciosa, en una pintada; violencia de un lado y de otro; violencia que divide las familias, que destruye los afectos; que descompone el destino de las vidas.
"En esta casa cada uno sobrevive como puede" le dice a Amaia su hermano Aníbal. Y en efecto, cada uno tratará de sobrevivir al margen de los otros, cada uno como puede o como sabe o como le dejan: en brazos del alcohol o de la heroína; quemando coches, cajeros y contenedores hasta sacar toda la rabia y todo el resentimiento que no se ha sabido gestionar de otra manera; enlazando una juerga con otra, a este o al otro lado del Puente, hasta perder el sentido de la realidad; ayudando a los que están más allá de la legalidad, al otro lado de la frontera, o sucumbiendo a la tortura y al dolor de tener que delatarlos. Alguno empeñará la vida en el intento, porque a veces la única forma de sobrevivir pasa por desprenderse de la vida.
Puente Colgante de Portugalete. El Puente de Amaia. |
La novela consta de dos partes. La primera nos llega en primera persona por boca de una Amaia que, como dije, habla siempre en presente no pudiendo darnos más información que la que ella misma tiene en cada momento. Nos iremos componiendo un cuadro de la realidad a partir de los datos que ella nos va dando y que, como es lógico, son cada vez más explícitos a medida que crece. Trata de los hechos ocurridos entre los años 1979 y 1992.
La segunda parte salta a 2009, cuando Amaia regresa de Madrid, se instala en una buhardilla en Portu e intenta escribir una novela que tiene atragantada.
"—Es que ese argumento es una mierda, Amaia. ¿Cuándo me vas a hacer caso? Déjate de novelitas y escribe esa crónica de una puta vez.
—No quiero escribir sobre el rollo vasco, ¿vale?
—Con tu familia tienes un filón. Y te vendría muy bien para superar todas esas neuras que tienes".
En esta segunda parte se mezclan los capítulos en que la propia Amaia nos sigue relatando su vida y aquellos, contados en tercera persona y también en presente, donde un narrador omnisciente nos revela los hechos del pasado que han quedado oscuros; esos hechos que ni siquiera la propia Amaia nos podría contar porque ella misma los ignora. Así, iremos sabiendo con certeza aquellos episodios que pudimos imaginar del relato de la vida familiar; sobre todo lo relativo al padre, pero también a la madre, al tío Josu... y veremos si nuestras intuiciones estaban o no acertadas o hasta qué punto lo estaban.
"Mejor la ausencia" es una novela sobre la problemática vivida en el País Vasco durante las décadas de los ochenta y noventa: terrorismo, guerra sucia, violencia callejera, drogas..., pero también es una historia de celos, maltrato, culpabilidad, abandono, añoranza de lo que fue y, sobre todo, de lo que pudo ser; mucha frustración y mucho sufrimiento vano, gratuito, evitable.
Edurne Portela |
En la página Web de la autora, en la entrada correspondiente a su ensayo "El eco de los disparos", me topo con estas palabras de la propia Edurne Portela en las que encuentro un reflejo de lo que yo pienso, pero dicho como yo jamás sabría decirlo. Y decido terminar con ellas este comentario de "Mejor la ausencia":
"“Somos cómplices de lo que nos deja indiferentes”, señalaba George Steiner. Cuando el testigo del abuso y la violencia mira hacia otro lado, cuando prefiere no ver ni saber, cuando esgrime el “algo habrá hecho”, cuando una vez pasada la violencia exige el olvido, y cuando este testigo representa a una mayoría, nos encontramos ante una sociedad enferma. Lo hemos visto en nuestro país con las heridas de la guerra civil, también en otros conflictos europeos, como la guerra de los Balcanes, o la Irlanda del IRA. Y la historia se repite".
Pero luego encuentro un artículo en "El País", concretamente en Babelia, que complementa esas palabras de Edurne Portela y tampoco me resisto a citarlo: "Mejor la ausencia, sin embargo, aspira a ello, (a incomodar al lector con lo que no sabe, en lugar de ratificarle en lo que sabe) a la autocrítica individual y colectiva, a conocer el modo de participación que cada cual y cada familia tuvo porque fue asunto de todos".
hola Rosa! fantastica reseña y a nosotras nos ha pasado lo que a ti, leyendote pensamos que era la autora( por el nombre lo atribuimos a un hombre) la que infiltraba datos de su infancia, inmejorable cierre con esa frase espectacular que llega al alma, gracias y un abrazobuho!!
ResponderEliminarEl nombre de la autora es un nombre vasco que me imagino que por esas vuestras tierras es desconocido. No me extraña que hayáis pensado que era autor. Aquí nadie se confundiría.
EliminarY sí, es difícil pensar que no nos cuenta su vida por la forma de meterse en el personaje y en los hechos que relata.
Un beso.
Qué buena reseña, Rosa, como siempre.
ResponderEliminarY la reflexión final es tan buena, tan certera...y es que al final la mayoría miramos para otro lado o nos mantenemos indiferentes, y muchas veces nos asustamos y no queremos remover viejas heridas y claro, así cicatrizan en falso y cuando se abren sangran aún más.
Una novela sin duda interesante.
Besos.
Cuando oigo hablar de que no hay que abrir viejas heridas, siempre pienso que cuando una herida se ha cerrado sin curar hay que abrir y drenar bien todo el pus para que pueda curar de verdad. Ciertamente, el silencio y el olvido solo sirven para pudrir las viejas heridas sin que nunca lleguen a cicatrizar. Ese buenismo de no escarbar en el pasado, solo me lo explico por ignorancia, papanatismo o interés (o sea que de buenismo, nada)
EliminarUna novela muy digna de tener en cuenta.
Un beso.
Eso de que la autora te haya hecho creer que estaba contando cosas de ella misma y luego no fuera verdad dice mucho de su calidad. Te "engañó" y eso quiere decir que escribe muy bien.
ResponderEliminarDe todas formas no creo que lea esta novela, porque mezcla demasiadas cosas para mi gusto (violencia doméstica, callejera, terrorismo, drogas...) Puede que estén ligadas unas a las otras, no digo que no, pero esa variedad me parece que dispersa la lectura. Aunque el verdadero motivo para no leerla es porque no leo nada que cuente el terrorismo de ETA, tengo enquistadas en la mente y en el alma ciertas experiencias vividas por culpa de él y no puedo, me cabrea y me enfurece saber más cosas (aunque sean inventadas como en una novela) de esa gente.
Genial reseña.
Besos.
Es cierto que la novela mezcla varias cosas, pero también es cierto que así estaban mezcladas y no por casualidad. Unas eran la causa de otras y, así como en otras novelas me chirría que se quiera hablar de toda la problemática actual, en esta no he tenido esa sensación para nada de tan bien integrado que está todo. Y es que, como dices, la autora es muy buena.
EliminarYo nunca dejaré de leer sobre ciertos temas. No pierdo la esperanza de llegar a entender algo. Tengo otro libro de la misma temática esperando en mi estantería de pendientes.
Un beso.
Me gusta como la cuentas me he metido en tus letras Con eso me basta...
ResponderEliminarLa siento como una gran escritora
ya que no sabes si es de verdad o de mentira lo que sientes
cuando la lees y lo que es de lo que sientes...
un abrazo enorme
gracias
Es muy buena, efectivamente. Sus letras merecen la pena mucho más que las mías para meterse en ellas.
EliminarUn beso.
Le tengo echado el ojo hace tiempo, así que caerá casi seguro =)
ResponderEliminarBesotes
No lo demores. Creo que no te arrepentirás. Si te dejas llevar, lo devoras en una tarde.
EliminarUn beso.
Me pasó lo mismo que a ti. No podía dejar de imaginarme mientras que leía que Amaia era Edurne. Y eso que yo sí sabía desde el principio que no se trataba de una novela autobiográfica. Pero es que se siente todo tan real...
ResponderEliminarMaravillosa la forma de escribir de Edurne Portela y de combinar la intimidad personal de su protagonista y su familia con el contexto social y político de aquellos años en el País Vasco. Consigue conmover sobremanera a través de Amaia y a la vez poner el dedo en la llaga en esa dualidad víctima-culpable con una gran sutileza. Una historia tremenda e inolvidable.
Besos
Una gran novela, sin duda. Me maravilla esa forma de ponerse en el personaje de Amaia en cada edad: desde la niña de cinco años, hasta la adulta; su forma de transmitirnos lo que en cada edad se es capaz de percibir y, como dices, la habilidad para mezclar o más bien ubicar su vida familiar en el contexto externo.
EliminarMaravillosas reflexiones sin equidistancia, pero sin ocultar todas las facetas... Y, encima, lo ha sabido hacer tan ágil y ameno, que te lo lees en una tarde. Tengo que hacerme con su ensayo "El eco de los disparos".
Un beso y gracias de nuevo por la recomendación.
¡Hola Rosa! Muy buena reseña, siempre me han llamado la atención los libros que tratan temas como el terrorismo, la violencia y el abandono. La frase de George Steiner es fantástica, no podemos simplemente mirar a un costado, como si nada hubiera pasado, pues un pueblo que olvida su historia ,está condenado a repetirla. Gracias por tan buena reseña. ¡Un besito!
ResponderEliminarMe temo que los pueblos están condenados a repetir su historia aunque la conozcan y la recuerden. Creo que más bien, ni los pueblos ni las personas aprendemos nada del horror pasado. Pero sí, hay que recordar y ser conscientes y cargar cada uno con su parte de culpa que, en este tema está en muchos factores. Primero y principal, el que apretaba el gatillo, pero también el que decía refiriéndose a las víctimas "algo habrán hecho" (yo lo he oído con espanto de gente a la que quería), el que aplaudía cuando en la televisión oía la noticia de un atentado (lo he presenciado en un bar), el que les jaleaba por la calle, el que les apoyaba en las urnas... y hasta los que, desde el poder y la Inteligencia Nacional los utilizaron para sus propios fines. Demasiados factores para un solo y terrible producto.
EliminarUn beso.