"La piel del invierno" Luisa Ferro


«La monjita miró a aquel hombre de arriba abajo. Yo también lo miré, aunque tuve que levantar mucho la cabeza y ponerme de puntillas porque, por entonces, era muy bajito. Lo conocía. Los húngaros lo llamaban "Sötét szellem" y los gitanos y quinquis "Bengorré". Lo primero que pensé fue que, si me llevaba con él, me esperaba la muerte. Al menos eso decía mi abuela Rosa, que los espíritus oscuros y los demonios del folclore gitano se alimentaban de otras almas para vivir agazapados entre los vivos. Si bien con los años he dejado de creer en esas antiguas leyendas, por entonces me asustaban. O sea que, en ese momento, me mantenía tras la enorme retaguardia de sor Inés para que él no me viera y se buscara otro niño al que asesinar. Estaría bueno que no me hubiera matado la guerra y ahora viniera ese gachó para darme el finiquito».

Y es que en el poblado decían que el bengorré quería vengarse con sangre por lo ocurrido La Noche de la Furia. Pero ese gachó, el bengorré, que en realidad se llamaba Julio, terminó siendo un padre para el niño al que recogió de la inclusa en 1939, cuando ya llevaba allí tres años, proporcionándole una familia, el apodo de Anguila y mucho más. No es Julio un personaje cualquiera. Él volvió de la muerte aquella Noche de la Furia.

«Ese era el motivo por el cual la gente de los poblados cercanos a Norría Ocanilla llamaban a Julio Sötét szellem y, otros, Bengorré. Los más ancianos contaban que cuando uno se salva de la muerte, quien regresa no es el hombre, sino una especie de espíritu ancestral que espera agazapado en algún lugar de ese otro mundo tenebroso al que todos llegaremos tarde o temprano, y que se adueña del vehículo que es nuestro cuerpo para regresar 
a la tierra de los vivos».

Tras la introducción en la que se nos cuenta cómo Julio sacó a Anguila de la inclusa, la narración en primera persona por parte del niño salta a 1947, cuando el joven, a pesar de su tamaño,  «de los cuatro palmos que levantaba del suelo mi cuerpecillo —de púber que abultaba ocho años—»debe rondar ya los catorce o quince años. Y se nos lleva a una tarde en la que los dos personajes, padre e hijo adoptivo, se dirigen a alguna actividad no muy legal que el lector descubrirá que, aunque no legal, es más lícita de lo que podría parecer. De camino, Anguila nos deja entrever cómo es su vida desde que salió de la inclusa. «en Norría Ocanilla, la casita donde vivíamos con la vieja María, éramos felices [...] lo de pasar por el aro se inventó para los tigres del Circo Price. Antes muerto que verse encajonado en una colmena de cemento, por mucha etiqueta de "casas baratas" que tuviera». También nos dejará entrever su pasado, antes de terminar en la inclusa. Recordará a su abuelo, el Patillas, que «no merecía mi memoria ni yo llevar su nombre y apellidos»; a su abuela Rosa quien antes de morir le dio a conocer con sus historias a la que había sido su madre. 

El asunto de aquella tarde nos permitirá conocer a personajes importantes para la historia como Elisa, la preciosa joven un poco mayor que Anguila y de la que se enamorará perdidamente y por mucho tiempo, o el doctor Don Aniceto. También conoceremos a otros que aparecerán menos aunque su presencia sobrevolará la historia en boca de algunos otros personajes, como Use, el hermano de Elisa, o el Tuerto. Esos estarán presentes en los hechos de esa noche, pero hay otro al que Anguila recuerda en esos momentos y que no veremos actuar hasta más tarde, aunque con bastante importancia: el padre Tomás que tiene entre sus muchas tareas la educación escolar del niño. Una educación que choca con las actividades que la banda, por así llamarla, de Julio realiza y en las que Anguila es colaborador necesario.

«—Anguila, no siempre estoy de acuerdo con las formas que utilizan Julio y don Aniceto, ya sabes; con los chanchullos que se traen y en los que te meten a ti, e incluso a mí en cuanto me descuido, pero hay que reconocer que no hacen daño a nadie y benefician a los necesitados. Ellos recuperan piezas que fueron robadas durante la guerra o que se extraviaron. Las devuelven a sus lugares de origen y a sus verdaderos dueños, sean quienes sean. No hacen distinciones de credo, estatus o creencias políticas. No se lucran. Y si a veces reciben una recompensa, la donan para caridad. Por eso el viejo profesor te dice eso. No quiero que creas que todo vale, ¿eh?».

El asunto de aquella noche, se complicará mucho. Habrá un muerto, un paquete que se encuentra y se vuelve a perder, una persecución a través de unos túneles, que termina con Anguila herido de bala en un muslo y perdido de sus amigos. Y unos zapatos italianos que tendrán en la historia mucho más protagonismo que el que podría pensarse. Cuando Anguila se reencuentra con Julio y Don Aniceto, estos deciden apartarlo de la actividad y mandarlo a pasar unos días en casa de Violeta, lejos de su hogar habitual en Norría Ocanilla y, sobre todo, lejos de las actividades de sus mayores para las que los dos adultos han comprendido que aún es muy niño. «Vas a pasarte una larga temporada en casa de Violeta, en Tetuán de las Victorias. Allí podrás jugar con tus amiguitos. Tienes que recuperarte de la herida. Mientras este lío del Relojero no se aclare un poco, estarás fuera de cualquier misión».

Pero incluso allí, en el burdel que regenta Violeta, entre las chicas y los amigos con los que tan solo pretende jugar, le seguirán los negocios turbios. No sabemos si Anguila los atrae hacia su persona o si lo ilegal le persigue sin tregua. A espaldas de Julio, de Don Aniceto y de Manuel, un personaje que aparece por el burdel tras haber pasado unos años en Argentina (?) y que es amigo de Julio desde la inclusa (sí, también Julio pasó su infancia en la inclusa), el niño conocerá a un personaje que lo meterá en un asunto muy oscuro.

También allí, tomando de cada testigo lo que cada uno le puede otorgar, irá completando el puzle de lo que fue La Noche de la Furia, y la información que se le ha dado como versión oficial irá variando a medida que va sabiendo más y sus amigos van descubriendo más aún. «El Irlandés era el culpable de "La Noche de la Furia", como llamaban todos a la paliza que por poco se lleva a Julio al otro barrio. Era su mejor amigo. Más que eso; casi un hermano antes de aquello». Y es que empiezan a aparecer nombres del pasado, y cada vez la culpa del Irlandés empieza a estar menos clara. Pero no solo irá sabiendo cosas sobre aquella Noche en la que Julio estuvo a punto de morir antes de que él naciera, también irá descubriendo cosas sobre su madre, muerta al nacer él, y sobre quién podría ser su padre. 

La narración, en primera persona, corre a cargo de Anguila unos años después de los hechos que se exponen, en 1953. 

«Han pasado seis años desde La Estafa Von Bamberger; veintiuno, desde La Noche de la Furia. Y los recuerdos comienzan a tomar ese halo de sueño o pesadilla que la mente se empeña en conferirlos antes de quedarse a vivir para siempre con nosotros. Todavía los tengo muy presentes en mi memoria, tal vez jamás se borren o puede que terminen por desdibujarse y dentro de dos décadas consiga revivir las imágenes más escabrosas sin que me den ya escalofríos».

Luisa Ferro

Es La piel del invierno una novela entre la picaresca, el costumbrismo, la novela negra y la crónica de un tiempo oscuro en la historia de España. Transcurre en 1947 y su escenario principal es un burdel de los de antes, de aquellos en los que no había yonquis ni mujeres inmigrantes explotadas. Tan solo la miseria y la necesidad de supervivencia, o el engaño de un novio que desaparecía tras dejar un embarazo tras de sí, empujaban a las mujeres a desempeñar un oficio indeseado. Una historia de niños que se crían en la inclusa y que juegan en la calle, porque son niños, y delinquen por su cuenta o bajo supervisión de adultos, porque tienen que sobrevivir. 

«[...] en aquellos años donde la hambruna anidaba como los cuervos en los tejados de cualquier hogar, todo aprendizaje era poco. Cada niño, niña, abuela y madre eran maestros en el arte de jugar al escondite con su sombra. Ser más listos que ella conllevaba aprender cualquier truco para engañarla. El canguelo de tenerla hospedada en las casas era peor que la miseria misma; su prima hermana. Aunque había algunos —traperos con aires imperiales— que se nutrían de ella igual que las moscas. Con sus mulas y sus carros atestados de trapos viejos y toda clase de enseres que ahijaban, cual padres postizos, a las gentes de Madrid. En Tetuán de las Victorias ellos eran los ricos. Los que tenían patios con cerdos y pollos a los que arrojaban las sobras de sus mesas».

La piel del invierno es una novela deliciosa en la que triunfan, por encima de todo, la amistad, la lealtad y el cariño. Pero hay misterio e intriga. Hay en el presente una trama que se va desarrollando ante nuestros ojos y que no sabemos muy bien cómo terminará o qué es lo que realmente se pretende con ella. Y hay una investigación que nos lleva al pasado, a esa Noche de la Furia que recorre toda la historia y en la que se esconden muchas claves también del presente. 

Había leído tres novelas de Luisa Ferro, la bilogía Donde mueren los dragones de jade, que está formada por dos novelas, El Pozo de las Luciérnagas y La sanadora del emperador, ambientadas en la época en que los ejércitos mongoles de Kublai Khan conquistaron toda China, entre 1274 y 1279 y El círculo del alba, que sucede en Madrid en los primeros años del siglo XX. Con La piel del invierno, se traslada a mediados del siglo XX y nos entrega la que creo que es hoy por hoy su mejor novela. Y es que con haberme gustado mucho las otras tres, ésta me ha atrapado por la calidad ética de sus personajes principales, los valores que predica en torno a la amistad, la inocencia de los niños que se mantiene aun en las duras condiciones a las que se ven sometidos y a pesar de que rozan, o directamente golpean con fuerza, la delincuencia. Los personajes están muy bien retratados y nos cautivan desde el principio. Todos tienen sus luces y sus sombras. Ni la maldad absoluta ni la bondad sin tacha aparecen en esta novela. La prosa, como ya es signo de la autora, es bella y muy cuidada y acompaña perfectamente la acción y la época. Respecto a la ambientación, diré que es magnífica. Sin mencionar la guerra civil más que una o dos veces y tan solo como dato cronológico, sobrevuela la historia por las condiciones de miseria y abandono en la que hundió a algunos barrios de Madrid y a sus habitantes. 

Poco más se puede añadir. Si no conocéis las novelas de Luisa Ferro, estáis tardando.

Comentarios

  1. Hola, Rosa.
    Pues sí, soy de las que está tardando. Aunque esquive la guerra civil parece que sus consecuencias sí que tienen mucho peso. A mí estos delincuentes bienintencionados siempre me causan cierto recelo, por un lado bien, porque su causa es noble aunque el método no, pero por otro, pienso que si se saltan la ley para eso, lo harán para otra cosa menos loable. Pero también está bien que tengan esa mezcla de virtudes y defectos, hace los personajes más humanos.
    Aunque me gusta mucho los valores que defiende como la amistad y la lealtad, creo que pinta demasiado oscura para mí.
    Besos

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    Respuestas
    1. Las acciones de estos personajes, los principales, tratan de corregir ilegalidades cometidas durante la guerra. En ese sentido creo que no entran en lo ilegal. Ahora, hay otros personajes que sí que entran de lleno.
      Se ven las consecuencias de la guerra, pero no de una forma que agobie. Toda la novela rezuma un aire muy positivo en el que predominan sentimientos de cariño y amistad. Y una traición del pasado que se intenta resolver.
      Un beso.

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