Tres eran tres 44
La entrega cuarenta y cuatro de Tres eran tres nos trae a tres autores españoles que recomiendo sin dudar. Dos de ellos ya son viejos amigos de este blog y de mis lecturas. Empar Fernández viene con otra novela policíaca protagonizada por Mauricio Tedesco. Guillermo Galván nos ofrece la tercera entrega de su tetralogía sobre Carlos Lombardi, ambientada en 1942 sigue siendo tan interesante como las novelas anteriores de la serie. Mónica de Cristóbal es la autora desconocida que acabo de descubrir. Esta es su primera novela para adultos, aunque ya tiene un buen bagaje en literatura infantil.
En esta novela, la tercera en la que participa, el inspector Mauricio Tedesco adquiere un protagonismo que no había tenido en las dos anteriores, Será nuestro secreto y El miedo en el cuerpo.
Estamos en una noche lluviosa en Barcelona. Hay un accidente de tráfico en el que un coche, a toda velocidad, se salta un semáforo y embiste a un taxi. Después abandona el coche de alta gama que conducía y se da a la fuga a pie. El taxista muere en al acto, la pasajera ingresa gravemente herida en el Hospital Clínic y como su bolso ha quedado entre los hierros retorcidos del taxi, nadie sabe quién es ni a quien avisar.
Esa misma noche un hombre muere en el interior de un contenedor de basura y su cadáver será descubierto al día siguiente por los empleados municipales. «Al caer en el camión la carga, ha hecho más ruido de lo habitual y el hombre se ha alarmado. Afortunadamente, ha podido parar el mecanismo antes de que se confundiera con el resto de la basura».
En una Barcelona conquistada por una lluvia que se empecina con la ciudad de forma inusual, pasarán los días de toda una semana mientras Tedesco trata de resolver ambos casos. La identidad de la mujer herida se descubrirá cuando la policía rescate su bolso. La identidad del hombre muerto en el contenedor será algo más difícil de averiguar y Tedesco trabajará en ello con empeño. Una vez averiguadas las dos identidades, trabajará también en descubrir qué es lo que ha pasado en ambos casos. ¿Quién se dio a la fuga en una noche lluviosa tras embestir a un taxi? ¿Por qué terminó en un contenedor de basura un hombre sin aparentes muestras de violencia?
Como es habitual en las novelas de Empar Fernández, hay una visión de la realidad muy certera, con unos análisis precisos y contundentes. La lucha diaria por conseguir unos euros que permitan no morirse de hambre, ni tener que pensar en cómo conseguir un techo para pasar la noche. La soledad y la tristeza consiguiente que dejan tras de sí los que se van antes de tiempo. Los mafiosos rusos que no perdonan el más mínimo error. Muchos errores, más de los que debería ser razonable encontrarse en una semana de lluvia.
«Las malditas crisis sucesivas han llenado la ciudad de competidores. Gente como él que rivaliza por las migajas a cambio de unos euros, tan pocos que no llegan para nada. Desde luego, no llegan para un techo, ni para ropa, ni para… Gente de cualquier origen, edad y condición que se echa a la calle con el anochecer y busca entre los desperdicios para tener algo que llevarse a la boca».
Y conoceremos un poco más a Tedesco que, como digo, gana mucho protagonismo en esta entrega. Sabremos de su amor por la lluvia y de su preferencia por esa hora de la tarde en la que el día se precipita hacia la noche, el preciso instante en que se encienden las farolas; y sabremos de su soledad, de sus amigos, de su forma de trabajar un tanto especial, como pasada de moda.
Una magnífica novela como ya es sello habitual en la obra de Empar Fernández.
Dos mujeres frente a frente. Tienen poco en común en apariencia. Una, Celia, es una abogada viuda con tres hijos. Tras la baja laboral consecuencia de haber visto morir a su marido de una forma traumática, decide seguir trabajando, recuperar su vida normal y tratar de pasar página. La otra, Zuima, es una mujer inmigrante, procedente de Mozambique con casa, trabajo y dos hijos gemelos.
Celia y Zuima tenían pocas probabilidades de coincidir. Sus vidas son muy diferentes, su extracto social, más diferente si cabe. Pero Celia trabaja en el turno de oficio y Zuima acaba de matar a sus dos hijos. Así es como se conocen tras haber llamado Zuima a la policía para denunciar que sus hijos están muertos. Tras haber sustituido Celia a una compañera en su guardia nocturna del turno de oficio.
«No podía entender cómo tenía delante a una mujer, madre como ella, de hijos pequeños como ella, a los que había matado con un matarratas, y posaba así, templada y serena»
A la inicial repulsa de Celia por el crimen cometido por su cliente se une la nula cooperación de Zuima que se niega a hablar. Frente a todas las explicaciones que se da Celia a sí misma sobre su propia vida, Zuima se niega a explicar nada sobre la muerte de sus hijos. Frente a la aparente ausencia de sentido de culpabilidad en Zuima, Celia se siente culpable de muchas cosas y frente a muchas personas. Frente a su madre, frente a su esposo muerto, frente a su suegra, frente a su trabajo y, sobre todo, frente a sus hijos.
Sí, Celia podría decir muchas cosas acerca de la culpabilidad, pero esa mujer que tiene delante no parece sentir nada. Y sin embargo hay cosas que las unen. Hay pérdidas, hay sufrimiento y, tal vez, también comparten la culpabilidad.
«—Zuima, mírame, por favor.
Mirada arriba.
Mirada de frente.
Ojos contra ojos. Ojos de viuda contra ojos de asesina. Ojos de tristeza que se mezclan, historias cargadas de lágrimas que una cree ver en la otra. Su helado, sus fresas, su puré, su matarratas».
Celia se irá sintiendo cada vez más comprometida con la defensa de Zuima y tratará de encontrar algo en lo que poder basar su defensa, y el lector, mediante la historia y los pensamientos de Zuima llegará a entender la terrible historia que se esconde en su pasado, la terrible historia que ha hecho que envenene a sus hijos y sea incapaz de sentirse culpable.
Con la luz encendida (el título se entiende cuando se lee la novela) es una historia que sorprende y atrapa y que además está muy bien escrita, con una prosa sencilla que deja más al descubierto la desolación en la que viven estas dos mujeres tan distintas, pero que terminan por tener más en común de lo que parecía en un principio.
La tercera entrega de la serie protagonizada por Carlos Lombardi ha resultado tan apasionante como las dos primeras (Tiempos de siega y La virgen de los huesos) y el relato de menos de cincuenta páginas que inicia la historia a modo de precuela de la primera entrega (Tiempos de siega).
Ni siquiera un año ha pasado desde que, en vísperas de la Navidad de 1941, Carlos Lombardi fue sacado de Cuelgamuros donde cumplía condena por haberse mantenido fiel a la República frente a los golpistas. Perder una guerra es lo que tiene. No importa de qué lado caiga la legalidad, los ganadores hacen que sea legal lo que a ellos les conviene.
Casi un año después, en noviembre de 1942, Carlos Lombardi mantiene la libertad de forma un tanto precaria y siempre con miedo a que cualquier desliz lo devuelva a su condena a trabajos forzados en el monumento que se construye a mayor gloria del dictador.
«Lo que importa es que estás bien.
Bien jodido, matiza él para sí: midiendo el aire que respiras para no llamar la atención, mordiéndote la lengua y agachando la cerviz. Y rogando que el día de mañana sea un poco menos doloroso que el de hoy. Es lo que tiene el miedo, ese miedo oscuro que sobrevuela las cabezas como un aura de plomo».
Ya no trabaja para la policía sino para una agencia de detectives privada. Y allí le llega el encargo de buscar a Luis Kramer, un alemán que ha desaparecido, según la mujer que sirve en su casa y que lleva seis días sin tener noticias suyas.
Poco después es la policía, concretamente «Fernando Fagoaga, comisario jefe de la Brigada de Investigación Criminal» quien reclama los servicios de Lombardi. Han aparecido dos cadáveres sin aparente relación entre sí, pero con aparentes muestras de haberse suicidado. Y algún misterio planea sobre ellos porque el caso (y los cadáveres) se lo ha quedado «—La tercera sección del Alto Estado Mayor —aclara—. Usted no tiene por qué saberlo, pero de sus tres secciones, la tercera es la de información. Así que todo está en manos de la inteligencia militar», le explican a Lombardi.
Enseguida aparecerán indicios que relacionan el caso de la desaparición de Kramer con los suicidios de los cadáveres encontrados.
En esta tercera entrega se trata el mercado negro y el estraperlo, la explotación de mujeres que, queriendo ser actrices, terminan aceptando labores menos gratificantes que prometen ayudarlas a cumplir sus sueños, chantajes, corrupciones, extorsiones...
Como en entregas anteriores, los hechos y personajes reales se mezclan con la ficción de la novela dando mayor credibilidad a una trama que si no tal y como se cuenta sucedería de formas muy similares. Así, se habla de los problemas internos en la Falange que dieron lugar al atentado en la Basílica de Begoña en el que hubo varios heridos y que pretendía terminar con el General Varela que era entonces Ministro del Ejército. Por dicho atentado fue fusilado el falangista Juan José Domínguez Muñoz.
También en esta entrega la vida personal de Carlos Lombardi y su pasado adquieren más protagonismo y dejan hilos que se podrán tejer en la cuarta entrega que espero no tardar en leer.
Tres buenas propuestas para el verano que ya está aquí y en el que tendré más tiempo para leer. Muchas gracias, Rosa. Las tres nos presentan una realidad social que este tipo de novelas reflejan tan bien. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenas tardes, Rosa.
ResponderEliminarComo ocurre siempre con esta sección de tu blog, la edición 40 de tu Tres eran tres se presenta muy interesante. Esta vez me apetece conocer la obra de Mónica de Cristóbal, a ver cómo se defiende su narrativa entre el público adulto.
Un abrazo, y muy feliz domingo!!