"Cáscara de nuez" Ian McEwan
"Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito" (William Shakespeare; Hamlet).
Con esta frase el genial Ian McEwan tiene suficiente para reescribir Hamlet y meter a su protagonista y narrador en una peculiar cáscara de nuez. Desde ella verá pasar el mundo y opinará sobre todo lo que oye en las noticias de la BBC o en los podcats a los que su madre es muy aficionada: las ventajas de nacer en Inglaterra en lugar de Corea del Norte (aunque hubiera preferido Noruega); el deshielo de los polos y la desaparición de los bosques; los conflictos mundiales y las ansias de venganza de los que se sienten, con razón o sin ella, postergados e históricamente humillados. Hasta coquetea con nociones de teorías evolutivas y el gen egoísta.
Pero lo que realmente preocupa a nuestro narrador es todo lo que, desde su cáscara de nuez, va percibiendo de su vida familiar. Y podría intentar no revelar más de la cuenta; lo haría, dificultando así, y mucho, la escritura de este comentario, pero ya que la Editorial Anaya lo hace en su sinopsis y todos los periódicos en sus críticas, y ya que casi todo aparece en la novela desde el principio, voy a hacer un poco de destripatramas y contar lo que se vislumbra desde la cáscara de nuez de nuestro narrador.
Su adorada y angelical madre, Trudy, y su poético y despistado padre, John, viven separados porque se han dado un tiempo de respiro. O eso es lo que cree John porque lo que no sabe es que ha sido desterrado de su casa para siempre y que Trudy ya lo ha sustituido por otro con el que tiene planes muy rentables, "he escuchado atentamente y ahora presumo lo siguiente: que él no sabe nada de Claude, que sigue locamente enamorado de mi madre, que confía en volver a su lado pronto, que cree todavía en la historia que ella le ha contado de que la separación les dará «tiempo y espacio para madurar» y renovar sus lazos".
Claude, el nuevo amante de Trudy, es además el hermano de John y a nuestro narrador no le gusta nada. Es egoísta, aburrido, previsible, poco inteligente, tan estúpido que termina sus frases con un "pero" al que nada sigue más que un punto y aparte... o así lo ve él, aunque nadie vería con muy buenos ojos al amante de su madre y usurpador de su padre. Y menos aún cuando descubre que ambos planean matar a su cándido progenitor. El motivo no es un reino sino una mansión georgiana, sucia y destartalada (pero valorada en ocho millones de libras) que John heredó de su familia y que, a su muerte, heredará Trudy.
El narrador asiste impotente a los planes de su madre y su tío Claude; impotente o cobarde cuando piensa en lo que le puede convenir más; culpable cuando, como testigo, se siente cómplice. Menos cobarde, menos cómplice y más impotente cuando sabemos donde se encuentra. Y es que la cáscara de nuez en la que es rey de un espacio infinito, en la que es rey, emperador y hasta dios, no es otra cosa que el vientre de su madre en el que está colocado cabeza abajo, a punto de salir, pero aún confinado en un espacio cada vez más finito para su cuerpo en crecimiento. Desde allí es desde donde ve el mundo y a "mi risueño padre, [...] La madre a la que estoy atado, y condenado a amar y a aborrecer. El priápico y satánico Claude. [...] Y mi cobarde yo, que se ha eximido a sí mismo de ejercer la venganza, de todo menos del pensamiento. [...] No tengo autoridad para dirigir la acción. Solo puedo observar. Las horas pasan".
Nuestro narrador aún no tiene nombre. No tiene nada porque nadie se preocupa por él. A punto de nacer, nadie ha preparado su habitación, comprado su ropa, decidido su nombre. Tan solo ha escuchado planes que no cuentan con él. Un Hamlet nonato, que no tiene que esperar a que el fantasma de su padre le cuente los hechos porque él está asistiendo a ellos en directo, como testigo olvidado y despreciado por todos.
Ian McEwan ha creado una historia de traición, desamor, codicia, lujuria. También de culpabilidad, pero este sentimiento corre a cargo exclusivamente de quien tiene menos motivos para sentirlo, de quien desde el vientre de su madre solo tiene el recurso de dar patadas cuando quiere interrumpir algo o llamar la atención. Pero su culpabilidad radica en el sentimiento ambivalente de no saber si quiere que les descubran e ir a la cárcel con su madre o seguir en libertad. Su culpabilidad está en su incapacidad para odiar a su madre a pesar de lo que sabe. "Trato de verla y de amarla como debo y luego imagino sus cargas: el granuja que ha tomado como amante, el santo que ha repudiado, el acto al que ha dado su conformidad, el querido niño que piensa entregar a unos extraños. ¿La amas todavía? Si no, no la has amado nunca. Pero sí la he amado. La amo".
Ian McEwan ha creado también una historia divertida porque su feto es un ser culto que entiende de vinos, se emborracha con su madre y con ella padece las resacas; se emociona con el "Ulises" de Joyce, aunque a su madre la duerma; deplora con gracia las escenas sexuales de las que es involuntario testigo: "No todo el mundo sabe lo que es tener a unos centímetros de la nariz el pene del rival de tu padre" (desde luego que no).
Y ha creado una historia de venganza, pues aunque nuestro feto narrador ponga en boca de su avatar que la venganza ya no está de moda en el mundo moderno, que es algo "propio de ancianos albaneses enemistados y de subsecciones del islam tribal", finalmente, la venganza es lo único que le queda, aunque sea comprometiendo su futuro. Tal vez, la honradez, la sinceridad, el heroísmo son, en este mundo decadente, patrimonio de los no nacidos. Tal vez la vida termina con los buenos sentimientos.
Otra vez Ian McEwan, tras la estupenda "La ley del menor", pone el bisturí en el punto justo para hacer una disección certera e incisiva en la condición humana. Otra vez resulta un autor incómodo en esta historia en que se conculcan los sentimientos más atávicos y tradicionales: el amor al hermano, el amor al hijo. Otra vez hace alarde de su genialidad al hacer protagonista y narrador a un feto y llevar a buen puerto, al mejor puerto, una novela con tan inesperado e inusual recurso.
Una novela en la que hay thriller y suspense, pero el interés, en este caso, no está en llegar al final y encontrar un desenlace inesperado o sorprendente. El verdadero interés está en el camino recorrido porque las claves, las sorpresas van apareciendo en cada página, con cada reflexión, con cada escena, porque esta es una novela de aprendizaje. El narrador aprende, desde el vientre de su madre, a enfrentarse al dolor, un dolor que nos hace tener conciencia de nosotros mismos, un dolor que es imprescindible para la supervivencia, aun antes de empezar a vivir. "Dios dijo: Que haya dolor. Y hubo poesía. Al final".
Con esta frase el genial Ian McEwan tiene suficiente para reescribir Hamlet y meter a su protagonista y narrador en una peculiar cáscara de nuez. Desde ella verá pasar el mundo y opinará sobre todo lo que oye en las noticias de la BBC o en los podcats a los que su madre es muy aficionada: las ventajas de nacer en Inglaterra en lugar de Corea del Norte (aunque hubiera preferido Noruega); el deshielo de los polos y la desaparición de los bosques; los conflictos mundiales y las ansias de venganza de los que se sienten, con razón o sin ella, postergados e históricamente humillados. Hasta coquetea con nociones de teorías evolutivas y el gen egoísta.
Pero lo que realmente preocupa a nuestro narrador es todo lo que, desde su cáscara de nuez, va percibiendo de su vida familiar. Y podría intentar no revelar más de la cuenta; lo haría, dificultando así, y mucho, la escritura de este comentario, pero ya que la Editorial Anaya lo hace en su sinopsis y todos los periódicos en sus críticas, y ya que casi todo aparece en la novela desde el principio, voy a hacer un poco de destripatramas y contar lo que se vislumbra desde la cáscara de nuez de nuestro narrador.
Su adorada y angelical madre, Trudy, y su poético y despistado padre, John, viven separados porque se han dado un tiempo de respiro. O eso es lo que cree John porque lo que no sabe es que ha sido desterrado de su casa para siempre y que Trudy ya lo ha sustituido por otro con el que tiene planes muy rentables, "he escuchado atentamente y ahora presumo lo siguiente: que él no sabe nada de Claude, que sigue locamente enamorado de mi madre, que confía en volver a su lado pronto, que cree todavía en la historia que ella le ha contado de que la separación les dará «tiempo y espacio para madurar» y renovar sus lazos".
Claude, el nuevo amante de Trudy, es además el hermano de John y a nuestro narrador no le gusta nada. Es egoísta, aburrido, previsible, poco inteligente, tan estúpido que termina sus frases con un "pero" al que nada sigue más que un punto y aparte... o así lo ve él, aunque nadie vería con muy buenos ojos al amante de su madre y usurpador de su padre. Y menos aún cuando descubre que ambos planean matar a su cándido progenitor. El motivo no es un reino sino una mansión georgiana, sucia y destartalada (pero valorada en ocho millones de libras) que John heredó de su familia y que, a su muerte, heredará Trudy.
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Nuestro narrador aún no tiene nombre. No tiene nada porque nadie se preocupa por él. A punto de nacer, nadie ha preparado su habitación, comprado su ropa, decidido su nombre. Tan solo ha escuchado planes que no cuentan con él. Un Hamlet nonato, que no tiene que esperar a que el fantasma de su padre le cuente los hechos porque él está asistiendo a ellos en directo, como testigo olvidado y despreciado por todos.
Ian McEwan ha creado también una historia divertida porque su feto es un ser culto que entiende de vinos, se emborracha con su madre y con ella padece las resacas; se emociona con el "Ulises" de Joyce, aunque a su madre la duerma; deplora con gracia las escenas sexuales de las que es involuntario testigo: "No todo el mundo sabe lo que es tener a unos centímetros de la nariz el pene del rival de tu padre" (desde luego que no).
Y ha creado una historia de venganza, pues aunque nuestro feto narrador ponga en boca de su avatar que la venganza ya no está de moda en el mundo moderno, que es algo "propio de ancianos albaneses enemistados y de subsecciones del islam tribal", finalmente, la venganza es lo único que le queda, aunque sea comprometiendo su futuro. Tal vez, la honradez, la sinceridad, el heroísmo son, en este mundo decadente, patrimonio de los no nacidos. Tal vez la vida termina con los buenos sentimientos.
Otra vez Ian McEwan, tras la estupenda "La ley del menor", pone el bisturí en el punto justo para hacer una disección certera e incisiva en la condición humana. Otra vez resulta un autor incómodo en esta historia en que se conculcan los sentimientos más atávicos y tradicionales: el amor al hermano, el amor al hijo. Otra vez hace alarde de su genialidad al hacer protagonista y narrador a un feto y llevar a buen puerto, al mejor puerto, una novela con tan inesperado e inusual recurso.
Una novela en la que hay thriller y suspense, pero el interés, en este caso, no está en llegar al final y encontrar un desenlace inesperado o sorprendente. El verdadero interés está en el camino recorrido porque las claves, las sorpresas van apareciendo en cada página, con cada reflexión, con cada escena, porque esta es una novela de aprendizaje. El narrador aprende, desde el vientre de su madre, a enfrentarse al dolor, un dolor que nos hace tener conciencia de nosotros mismos, un dolor que es imprescindible para la supervivencia, aun antes de empezar a vivir. "Dios dijo: Que haya dolor. Y hubo poesía. Al final".
Una vez más, Ian MacEwan nos sorprende escogiendo como narrador a un personaje inesperado.
ResponderEliminarLa novela me ha gustado, pero... Quiero decir que este autor me tiene acostumbrada a planteamientos sorprendentes que, a veces, te descolocan y te hacen pensar; y, en este caso, al menos conmigo, no lo ha conseguido. Espero que el siguiente me guste más.
Así todo, me ha gustado tu reseña y me ha recordado la novela que ya había olvidado. Un beso
Pues a mí me ha parecido un planteamiento de lo más sorprendente. No ya por el hecho del feto narrador, sino por todo lo que el feto va descubriendo y nos va contando. Los planes de asesinato, los motivos para ello, los sentimientos de los asesinos antes y después, los del feto entre la culpa y la impotencia.
EliminarCreo que el autor es un genio capaz de hacer magia con la literatura. No voy a decir que sea la novela que más me ha gustado de las suyas, pero me ha gustado mucho.
Un beso.
Sé de esta novela desde que salió y aunque la perspectiva del narrador escogido me pareció muy original tampoco me animó a leerla aunque no la descarté pues había leído 'La ley del menor' hacía poco y me había gustado mucho. Ahí se quedó y no indagué más sobre ella, así que desconocía todo lo que nos cuentas en tu reseña. Para mí no has destripado la trama, sino que me has dado un empujoncito para que la lea. La cuestión será hacerle un hueco con tanto por leer y tan poco tiempo.
ResponderEliminarBesos
Pues me alegro mucho, Lorena. Creo que te alegrarás si la lees. McEwan, para mí, es un autor fantástico. Ha sido más duro y caústico (creo que los años todo lo suavizan), pero sigue poniendo el dedo en las llagas más sangrantes de nuestro tiempo y nuestra sociedad.
EliminarUn beso.
hola! ya puestos tu haces todo un relato aparte de la lectura recomendada, genial! como siempre , muy original la idea de un feto narrador. te compartimos y queda anotado. gracias y abrazosbuhos.
ResponderEliminarhay autores que me ponen fácil la reseña. Cuanto mejor es la novela, más me transmite y más material y sentimiento tengo para explayarme. Con Ian McEwan, es un placer.
EliminarGracias por vuestras palabras.
Un beso.
Hola Rosa, de este autor leí " La ley del menor", muy buena. Me gusta su escritura, es un narrador extraordinario. La verdad que este que nos traes me atrae mucho, un feto que nos narra desde el vientre de su madre...original sin duda. Lo anoto Rosa.
ResponderEliminarAbrazos.
Es muy original y toda una proeza haberlo llevado a buen término. No creas que, en principio, lo del feto me daba un poco de pereza. Pensaba ¿qué nos va a poder contar un feto? Pues es increíble la de cosas que puede contar; y lo bien que las cuenta.
EliminarYo he leído mucho del autor, aunque también me queda mucho. A ver si voy completándolo, aunque con el poco tiempo que tenemos...
Un beso.
Me llama mucho la atención, como casi todas las novelas de Mcewan. La apunto sin duda por lo interesantísimo del argumento.
ResponderEliminarBesos, Rosa.
Espero que la disfrutes tanto como yo y que nos lo cuentes.
EliminarEs, como todas las novelas del autor, muy buena. Realmente, no le conozco novelas mediocres. Aunque me quedan unas cuantas por leer, todo lo leído me ha resultado de una calidad muy notable.
Un beso.
¡Hola!
ResponderEliminarComo siempre una reseña de diez, y el planteamiento muy muy original, desde luego este autor nunca defrauda.
Besos y feliz velada de domingo.
Nunca defrauda, en efecto. Tiene libros que a cada uno le pueden gustar más o menos, pero siempre alcanza una gran calidad.
EliminarFeliz semana.
Un beso.
"El narrador no nacido aún, aprende desde el vientre a enfrentarse al dolor" Tus reseñas invitan a leer, Me dejo sorprendida este señor, Lunes de compras, libro a visor. Besos Rosa, Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, Marijose. No me extraña que te sorprenda porque es un autor estupendo y muy original.
EliminarEstaré encantada si te animas a leerlo.
Un beso.
Cómo he disfrutado con la disección que haces de esta novela, Rosa. ¿Será por eso que ya me está gustando antes de leerla?
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Es que un Hamlet nonato opinando sobre el mundo y asistiendo impotente al asesinato de su padre es mucha novela. Ian McEwan es mucho escritor. Ya lo hemos comentado en la tertulia un par de veces y gusta a todo el mundo.
EliminarUn beso.
Como no me atrae la temática demasiado, a pesar de la originalidad de que el narrador sea un feto, me viene bien que hayas destripado algo la novela, porque así me hago una idea bastante completa del argumento.
ResponderEliminarEste lo dejo pasar, y que me perdonen los seguidores de McEwan.
Besos.
Te perdonamos, pero poco. Entiendo que es cuestión de gustos... pero hay autores que son objetivamente geniales. 😂😜
EliminarHay que dejar pasar muchas cosas, para dar cabida a otras.
Un beso.
No se puede decir que no sea original! La verdad que es un autor que tengo pendientísimo y no sé si empezaría con esta novela precisamente, porque tengo más interés en leer Expiación, aunque sin duda alguna tomo nota del título porque tiene una pinta increíble. Un saludo!
ResponderEliminarYo le conocí con un libro de relatos y luego con "Expiación". "Expiación" es mucho más denso, pero es una historia alucinante.
EliminarMuy bueno cualquiera por el que te decidas, aunque los hay algo más difíciles de leer. También es muy bueno "La ley del menor".
Ya me contarás.
Un beso.
Una muy buena reseña Rosa, me ha encantado. No conocía los dos libros de este autor pero sin duda, Cáscara de nuez ha llamado mi atención y es posible que abae leyéndolo tarde o temprano. Sobre tu artículo, no creo que hayas hecho ningún Spoiler, mucho menos cuando otros medios ya lo mencionan. Un fuerte abrazo! ; )
ResponderEliminarPues yo encantada de que te haya gustado y de haberte tentado para que lo leas. Puede que no sea su mejor novela, pero McEwan, como el genio que es, supera perfectamente el reto de meter a este Hamlet diminuto en el vientre de su madre y hacerle testigo de sus maquinaciones. Nada resulta chirriante ni improcedente. Ni siquiera resulta increíble.
EliminarEspero que lo disfrutes cuando lo leas.
Un beso.