"En cinco minutos levántate María" Pablo Ramos
En las últimas semanas he recatado dos entradas de los primeros tiempos del blog: "El origen de la tristeza" y "La ley de la ferocidad", ambas del escritor argentino Pablo Ramos. Junto con esta otra, "En cinco minutos levántate María", constituyen una trilogía. Y si las dos anteriores me gustaron, esta me ha entusiasmado. Tal vez por mujer y por madre me ha llegado mucho más adentro, me ha removido cosas. Algunas de ellas son las mismas que se le remueven a María; seguramente las mismas que se le remueven a toda mujer que ha cedido parte de su independencia y de su vida para compartir las de un compañero y unos hijos. Por muy bien que le vaya.
Si la primera nos mostraba un Gabriel en el paso de la infancia a la adolescencia y la segunda nos lo trae ya adulto, cinco años después de la muerte de su padre, esta novela es un momento intermedio entre ambas. Si en las dos anteriores, era Gabriel el que nos contaba las historias en primera persona, en este caso es su madre la que habla también en primera persona, para contarnos historias nuevas o ya conocidas desde su propio punto de vista. Porque hasta ahora, la madre estaba en un segundo plano, era la mujer embarazada a la que Gabriel quería hacer un regalo de cumpleaños, era la viuda "serena, más cerca de la confusión que de la tristeza" que dio a Gabriel la noticia de la muerte de su padre.
En "En cinco minutos levántate María", la madre es la protagonista absoluta. "Soñé que iba a quedarme dormida, que se paraba el reloj despertador porque no le había dado cuerda e iba a quedarme dormida. Abrí los ojos y era verdad: el reloj estaba parado. Lo tomé sin encender la luz, para no despertar a este hombre, pero la cuerda se trabó a la segunda vuelta y por más que intenté destrabarla dándole un poco para el otro lado no hubo caso, la forcé y estoy segura de que acabo de romperla. Otra vez. Las agujas marcan las dos de la mañana pasadas".
María no podrá volver a dormir esa noche de invierno. Durante toda esa noche de insomnio María recuerda, siente, se emociona, se arrepiente... pero sobre todo añora. Añora su infancia despreocupada de pasado y futuro, cuando sus padres bailaban y todo eran festejos, porque en su familia, los Reyes, sabían vivir y Alberti, un poeta español, antifranquista como su padre, visitó su casa; añora la época de juventud cuando todo estaba por comenzar y las ilusiones se mantenían intactas, Gabriel era un niño sano y alegre y aún no se había producido la brecha insalvable entre él y su padre, "este hombre" que duerme a su lado sin que nada sea capaz de despertarlo.
Pero lo que sobre todo añora es a sus seres más queridos y ya hace tiempo desaparecidos: a su padre que cantaba como un ángel y bailaba el tango como nadie y con el que siempre la unió una gran complicidad; al tío Héctor que era alegre y valiente y tenía tres mujeres y vivía con las tres y con todos los hijos, los suyos, los de ellas y los comunes, más algún adoptado; a Juan, su cuñado, el hermano mayor de este hombre, todo un caballero que siempre la defendió y siempre se puso de su parte; a la bisabuela María que era gallega de Galicia y de la que heredó su nombre. A todos los echa de menos y los quiere cerca "No quiero sólo en sueños a los que se me fueron, no los quiero sólo en el pensamiento. Los quiero ahora, acá, los quiero al lado. Estoy triste desde que cada uno de ellos se fue, una tristeza que se va acumulando, tristezas que se van sumando, tengo a esas personas queridas en carne viva". Y ante la desesperación de la ausencia, ante la imposibilidad del reencuentro aunque solo dure diez segundos (cuántas veces tras un sueño he despertado con esa misma impotencia ante lo que necesito con desesperación y sé que nunca tendré: cinco segundos tan solo para volver a abrazar a un ser querido); ante lo absurdo de recuperar lo añorado; con toda su rabia, dolor y frustración, se atreve a increpar a Dios como causante o permisor de todo lo que le falta. "Dios, no voy a tentarte. Sí, voy a tentarte porque me metiste el deseo en el alma de tentarte para prohibirme tentarte, qué clase de Dios, qué clase de Padre sos".
Avanza la noche. Este hombre sigue sin moverse. Una luciérnaga ha entrado en la habitación, una luciérnaga-hada la llama María. Revolotea y se posa en los diferentes muebles y superficies, se enciende y se apaga. Una luciérnaga-hada que a ratos ilumina la noche en la alcoba sin ventana. Y María recuerda que eso quiso ser ella para su familia, algo que iluminara las vidas de todos permanentemente, pero solo logró un destello intermitente y efímero; un destello tan leve que no ha podido impedir que sus hijos sufran, que su nieto sufra, que Gabriel y su padre lleven años sin hablarse y el muchacho busque en las drogas y el alcohol el consuelo y el soporte que desde hace años ya no le proporciona su padre. Gabriel hace mucho tiempo que entra y sale de la desintoxicación a la que acude, a veces para desintoxicarse y a veces solo porque se siente en riesgo, aunque esté limpio.
Varias veces ha pensado ya María en que remoloneará cinco minutos más, que se levantará "en un ratito, ahora necesito cinco minutos para juntar fuerzas porque siento como si no hubiera descansado nada, como si nunca hubiera descansado nada". Pero avanzan las horas y María recuerda y recuerda. Mira a este hombre que no se ha movido, que no ha cambiado de postura, y ve una sombra que se cierne sobre él; una sombra más negra que las sombras de la alcoba oscura. Y piensa en encender la luz, pero no quiere que termine ese momento y dar entrada a lo que vendrá con el día, a lo que le traerá la luz.
Y en esos cinco minutos que se convierten en horas, tiene tiempo para recordar toda su vida que ha rotado alrededor del hombre (que sigue sin moverse) con tanto amor que tuvo que matar a la persona que era para poder ser la persona en que se ha convertido; tuvo que ahogar a la mujer casi niña que no sabía nada del amor ni de la familia ni de los hijos; y para aprender todo eso que necesitaba para ser una buena madre y esposa, tuvo que ahogar lo que sí sabía y amaba: los libros, la música, la danza, la locura, el mundo y sus ganas de conocerlo... sus sueños adolescentes. Tuvo que matar su luz de luciérnaga-hada y al final no pudo iluminar nada, ni a los suyos ni a sí misma.
Pero han pasado cincuenta años y la mujer que creía haber ahogado se manifiesta viva y con ganas de emerger, con ganas de decir todo lo que calló durante tantos años. Tal vez es su propia luz lo que en esta noche ha confundido con una luciérnaga; su luz que viene a iluminar los días que se avecinan. Todo vuelve en esta noche que termina y que trae un tiempo de dolor, un tiempo en que el hombre causante de tanto sacrificio inconsciente habrá desaparecido, un tiempo en que todo será distinto.
La noche también ha desaparecido ahora que una luz entra por el agujero del techo y María por fin ve terminar los cinco minutos que se han ido postergando con las horas y se dispone a enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Sin llorar, entera, como la mujer a la que no pudo sacar de sí misma y lleva cincuenta años durmiendo en su interior. Lo primero avisar a Gabriel, después, enfrentarse al dolor, "pero más tarde, con los días, el dolor también se desvanecerá, hasta hacerse polvo, hasta hacerse recuerdo y volver en sonrisas y tibia melancolía. Hasta que te unas a él, otra vez y para siempre, y de la misma manera que los pájaros no dejan sus cuerpos en la calle ni sus huellas en las nubes, como una ráfaga de aire o de luz, como un suspiro de aliento una mañana de invierno, de niebla y humedad, te vayas, te pierdas, y sueltes las amarras del mundo".
Pablo Ramos |
Avanza la noche. Este hombre sigue sin moverse. Una luciérnaga ha entrado en la habitación, una luciérnaga-hada la llama María. Revolotea y se posa en los diferentes muebles y superficies, se enciende y se apaga. Una luciérnaga-hada que a ratos ilumina la noche en la alcoba sin ventana. Y María recuerda que eso quiso ser ella para su familia, algo que iluminara las vidas de todos permanentemente, pero solo logró un destello intermitente y efímero; un destello tan leve que no ha podido impedir que sus hijos sufran, que su nieto sufra, que Gabriel y su padre lleven años sin hablarse y el muchacho busque en las drogas y el alcohol el consuelo y el soporte que desde hace años ya no le proporciona su padre. Gabriel hace mucho tiempo que entra y sale de la desintoxicación a la que acude, a veces para desintoxicarse y a veces solo porque se siente en riesgo, aunque esté limpio.
Varias veces ha pensado ya María en que remoloneará cinco minutos más, que se levantará "en un ratito, ahora necesito cinco minutos para juntar fuerzas porque siento como si no hubiera descansado nada, como si nunca hubiera descansado nada". Pero avanzan las horas y María recuerda y recuerda. Mira a este hombre que no se ha movido, que no ha cambiado de postura, y ve una sombra que se cierne sobre él; una sombra más negra que las sombras de la alcoba oscura. Y piensa en encender la luz, pero no quiere que termine ese momento y dar entrada a lo que vendrá con el día, a lo que le traerá la luz.
Y en esos cinco minutos que se convierten en horas, tiene tiempo para recordar toda su vida que ha rotado alrededor del hombre (que sigue sin moverse) con tanto amor que tuvo que matar a la persona que era para poder ser la persona en que se ha convertido; tuvo que ahogar a la mujer casi niña que no sabía nada del amor ni de la familia ni de los hijos; y para aprender todo eso que necesitaba para ser una buena madre y esposa, tuvo que ahogar lo que sí sabía y amaba: los libros, la música, la danza, la locura, el mundo y sus ganas de conocerlo... sus sueños adolescentes. Tuvo que matar su luz de luciérnaga-hada y al final no pudo iluminar nada, ni a los suyos ni a sí misma.
Pero han pasado cincuenta años y la mujer que creía haber ahogado se manifiesta viva y con ganas de emerger, con ganas de decir todo lo que calló durante tantos años. Tal vez es su propia luz lo que en esta noche ha confundido con una luciérnaga; su luz que viene a iluminar los días que se avecinan. Todo vuelve en esta noche que termina y que trae un tiempo de dolor, un tiempo en que el hombre causante de tanto sacrificio inconsciente habrá desaparecido, un tiempo en que todo será distinto.
La noche también ha desaparecido ahora que una luz entra por el agujero del techo y María por fin ve terminar los cinco minutos que se han ido postergando con las horas y se dispone a enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Sin llorar, entera, como la mujer a la que no pudo sacar de sí misma y lleva cincuenta años durmiendo en su interior. Lo primero avisar a Gabriel, después, enfrentarse al dolor, "pero más tarde, con los días, el dolor también se desvanecerá, hasta hacerse polvo, hasta hacerse recuerdo y volver en sonrisas y tibia melancolía. Hasta que te unas a él, otra vez y para siempre, y de la misma manera que los pájaros no dejan sus cuerpos en la calle ni sus huellas en las nubes, como una ráfaga de aire o de luz, como un suspiro de aliento una mañana de invierno, de niebla y humedad, te vayas, te pierdas, y sueltes las amarras del mundo".
Hola!fantásticas tus entradas.en serio me gustaría leer al nivel tuyo y poder debatir mejor.me quedó con la reseña todo lo contado y una admiración grande por vos! Pitu.saludosbuhos!
ResponderEliminarAdmiración por el autor que encima es compatriota vuestro. Creo que os gustaría mucho. ¿Lo conocéis? Si no es así, os lo recomiendo.
EliminarUn beso y gracias por vuestras palabras.
¡Hola Rosa! Una muy buena reseña, que me deja con muchas ganas de leer el libro y disfrutar de la pluma de este autor. Muchas gracias por la reseña. ¡Un besito!
ResponderEliminarla historia de Gabriel y, en este libro, la de su madre son dignas de ser leídas. Además el autor escribe tan bien que una vez se empieza uno de sus libros nos arrastra sin remedio hasta el final.
EliminarUn beso.
Hola Rosa, qué decirte que no te haya dicho. Es una delicia leer tus reseñas, y en este caso con la que culmina la trilogía de este fabuloso escritor y compatriota, a quién tanto admiro, a quién tanto he estudiado para comprender "la arquitectura de la mentira" (una frase que él utiliza para definir la estructura literaria). Maestro de escritores, ya que tiene un taller literario en Buenos Aires al que concurren y han concurrido algunos escritores ya consagrados. Has elegido una de sus mejores frase para cerrar esta entrada. Te felicito. Me has emocionado.
ResponderEliminarAriel
No sabía que tuviera un taller literario en Buenos Aires. Quién pudiera ir a oírle y aprender de él el oficio de escribir como él mismo lo hace.
EliminarEs buena esa expresión de "la arquitectura de la mentira" para referirse a la literatura, aunque sospecho que en las novelas de Pablo Ramos, no todo es mentira, aunque tampoco deja de serlo.
A mí me emocionan tus palabras acerca de mis reseñas con las que tan solo pretendo dar a conocer lo que me transmiten los libros. Y estos en concreto, me han transmitido mucho.
Un beso y muchas gracias por tus visitas a mi blog.
Casi me llama más la atención esta novela que las otras dos precedentes cuyas reseñas vengo de leer. Será que me pasa como a ti y, aún sin ser madre, me identifico más con esa mirada femenina que, como en muchos casos, parece llevar impresa la palabra sacrificio. No soy muy de animarme con trilogías, de todas formas, así que a ver qué hago.
ResponderEliminarBesos
Las tres novelas son muy buenas, pero a mí también me ha gustado más esta. El hecho de estar contada por una mujer hace que nos sea más cercana y esta es una mujer que nos cuenta mucho, como dices, de sacrificio y renuncia.
EliminarAunque es una trilogía está escrita de tal modo que, aunque las otras dos novelas sí conviene leerlas en orden, esta se puede leer en cualquier momento: antes que las otras, en medio o al final.
Están maravillosamente escritas y cuentan... mucha vida.
Un beso.