"Los Caín" Enrique Llamas

«Nadie supo nunca que aquella primera noche la tumba de Arcadio Cuervo quedó mal cerrada. Y nadie, ni siquiera sus hijas, supo que siempre habría de estarlo porque en la tarde del entierro ya anochecía, y la cerraron deprisa y a ciegas. No sirvió de nada que al día siguiente, cuando la mañana apenas clareaba, la persona encargada intentase sellarla con la tranquilidad de quien sabe que, entre los vivos, los muertos solo dejan herencias».

Somino es un pueblo dividido por la suspicacia y por la geografía. Abajo, los del Llano y, separados por la calle de la iglesia, hacia los tesos, los del Teso. Entre unos y otros, a lo largo del tiempo, se han ido tejiendo hilos de odio, venganza, resentimiento. Cuando llegó Héctor al pueblo para estrenarse como maestro, hacía ya veinte años del entierro de Arcadio Cuervo, pero llegó justo a tiempo para asistir al de Antonia Lobo. Antonia tenía diecinueve años y murió en un accidente de tráfico, lo que no explica la tardanza en devolver el cadáver tras la autopsia. Una semana hubieron de esperar los familiares para poder dar sepultura a sus huesos en el cementerio. 

Héctor es un joven de familia acomodada de Madrid. Contraviniendo los deseos de su padre que quería verlo convertido en Ingeniero de Electricidad, ha estudiado magisterio y ahora se enfrenta a su primer destino. El panorama que se le ofrece a medida que se va adentrando en la España  profunda es todo menos alentador. Lo único que alienta con un aire de promesa, al menos literaria, es la preciosa descripción que el autor hace.

«No tenía nada que lo hiciera siniestro, pero le sobraba algo para dejar de parecerlo. Los vientos amarillos se plegaban a las suaves ondulaciones de un terreno que, según la sensibilidad de las yemas de los dedos, al atardecer ya tenía las sombras frías.

Los campos de girasoles mostraban la humillación de sus cuellos rotos y las alpacas de paja se asentaban peladas y secas en medio de la aspereza yerma de septiembre. La carretera era estrechísima y de doble sentido. A ambos márgenes, el terreno se ondulaba como una sábana recién almidonada a la que aún no aprisionan los cuatro lados de la cama. La suavidad se revelaba tosca al borde de las cunetas».

La llegada de Héctor a Somino coincide con varios hechos sorprendentes e inesperados. La Guardia Civil, llamada por alguien que oculta su identidad por miedo a represalias, vuelve a entrar en el pueblo después de veinte años. Al día siguiente de tan inesperada y aún menos deseada visita, un ciervo aparece muerto a las puertas de la escuela. No será el único. El veterinario es incapaz de averiguar la causa de la muerte de tantos ciervos y habrá que esperar aún muchos años para que se descubra.

Veinte años antes, cuando murió Arcadio Cuervo, llegó la Guardia Civil por primera vez a Somino, también llamada por alguien cuya identidad se tardaría poco en en descubrir. Tampoco se aclaró del todo la causa de la muerte porque el médico «se encerró con los guardias civiles y una botella de vino, dictaminó la muerte por contusión craneoencefálica sin consultar ni el cráneo ni el encéfalo ni la piedra ni la contusión, y recurrió al testimonio de la hija mayor sin fijarse en que los ojos de aquella muchacha a lo mejor se movían demasiado nerviosos».

Poco a poco Héctor irá siendo testigo de los sentimientos que alientan en cada habitante del pueblo, la envidia y la mezquindad presiden las relaciones. Cadáveres de ciervos abandonados en los lugares más inoportunos, ataques a las tumbas de los familiares de unos u otros, agresiones que no se sabe de dónde vienen ni a qué se deben. Héctor está en el punto de mira de muchos habitantes de Somino porque si entre ellos se odian, odian más a los forasteros y contra ellos son capaces de unir sus fuerzas los del Llano y los del Teso. «Ambos clanes rieron como niños malos cuando los inquirieron por el maestro de Madrid; aquella gente enfrentada se unía, tácitamente y movida por algo viejo, cuando oían cualquier cosa que sonase a forastera».

Pronto sabrá Héctor de otra muerte producida poco antes de la de Arcadio Cuervo. La niña Esther es una muerta que pesa sobre todo el pueblo. Ahí no hay diferencias entre los del Llano y los del Teso. Todos le rezan, todos le llevan flores. 

Muchos muertos misteriosos para un pueblo tan pequeño, un pueblo que tiene que desandar muchos años para encontrar las causas de tanta inquina entre sus habitantes. Los hechos se acumulan sobre los hechos y a una venganza le sucede otra porque como en una cadena interminable una afrenta sigue a otra y todas tienen que ser resarcidas. No en vano hay un proverbio chino que reza «si buscas venganza, cava dos tumbas. Una de ellas será para ti». 

«Su dueño temía que la Benemérita indagara en los motivos por los que su campo había amanecido muerto y encontrara otros nada agradables. Probablemente dieran con aquello que le hizo, meses ha, robarle un lechal al Llano. Bien era verdad que lo había hecho porque su cosecha apareció en los graneros que no debía. Sospechaba que le habían robado la simiente porque él mismo había vendido en mal estado parte de una cacería, algo que perpetuó como venganza de la pelea que su hijo mayor tuvo con unos de su quinta. Y así un motivo tras otro, perdiéndose en la lejanía y confundiéndose entre ellos, al igual que las copas de los árboles empiezan a parecer la de uno solo cuando forman un bosque. Un bosque que había estado siempre, antes que los abuelos de los abuelos, antes incluso que los muros de la iglesia y sin el que no se concibe el paisaje».

Enrique Llamas

La historia la cuenta un narrador en tercera persona, alguien que cada vez se va haciendo más presente y va dando más datos de sí mismo. Sabremos que toda la historia se la contó Héctor años después. Él tan solo añade, rellena, imagina. «Héctor, al que escucho esta historia, es consciente en su parlamento de mis carencias, de que a veces imagino cosas para completar su relato». También Héctor ha rellenado huecos que le faltan a la historia, ha tratado de bucear en el pasado para poder llegar al presente y comprender hechos que, de otra manera, se escapan a su entendimiento. Porque no es fácil para un joven alegre y desenfadado de Madrid llegar a entender los códigos que rigen las vidas de gentes que llevan generaciones conociéndose y acumulando afrentas reales o imaginadas. 

Los Caín es una novela que me ha sorprendido y me ha gustado mucho. Algo cuando la vi, ya ni recuerdo dónde, hace ahora tres años me hizo apuntarla. El título me atrapó, la sinopsis me convenció, pero ahí estaba la novela ya olvidada y si no hubiera sido por el reto Autores de la A a la Z no sé cuando, no sé si, la hubiese leído. Necesitaba rellenar la letra Ll y decidí hacerlo con Enrique Llamas. Cuánto agradezco al reto el empujón para ello porque es una novela muy bien escrita, con una trama muy buena, con un toque de realismo mágico, con un montón de ingredientes en fin, que me han hecho su lectura muy agradable y que me hace recomendarla sin dudar.

Este libro participa en el Reto Escritores de la A a la Z que organiza el blog  Lecturápolis. Con él relleno la letra LL.

Título del libro: Los Caín

Autor: Enrique Llamas
Nacionalidad: España

Editorial: Alianza

Año de publicación: 2018

Año de publicación original: 2018

Nº de páginas: 240