"Vengo de ese miedo" Miguel Ángel Oeste
«Quiero matar a mi padre. No metafóricamente ni en la ficción de una novela en la que lo he matado cada vez que la narración abría la más mínima posibilidad de hacerlo. Incluso cuando ni siquiera le atribuía al personaje del padre rasgos del mío, desarrollaba la acción para que muriese. Desde que recuerdo, he fantaseado con las formas en las que moría, en las que ponía fin a su vida. Y lo hacía con rabia, con rencor, con desasosiego.
Para mí ha sido muy difícil querer a mi padre, pero tampoco ha sido fácil odiarlo».
Cuando alguien desea ver muerto a su padre, matarlo, y no metafóricamente, es que le ha causado mucho daño. Le ha transmitido mucho miedo. Todos venimos del miedo de la infancia. El desconocimiento da miedo y la infancia es la época del desconocimiento. Todo se desconoce, todo se va descubriendo. La debilidad del niño le hace temeroso. Por muy feliz que sea la infancia, nunca está exenta de miedos, pero cuando son las personas destinadas a salvarte del temor las que te aterrorizan, ese miedo tiene que ser devastador, tiene que dejar huellas indelebles en la personalidad. Tiene que dejar en el niño para siempre la desazón de «Una infancia en la que anhelo que mi mamá y mi papá me miren y sonrían y sean felices, pero sobre todo que me salven de la oscuridad. Aunque cómo iban a hacerlo si ellos eran esa oscuridad, ese agujero negro en el que vagaba sin referentes».
En ese agujero negro vivió el autor en su infancia y es lo que nos cuenta en Vengo de ese miedo. Una infancia, una adolescencia y una juventud presididas por el miedo al padre, un miedo que ni siquiera se atenuó cuando, ya mayor, podría haberse enfrentado con éxito a sus violencias, y es que lo que transmite esta historia es un miedo que paraliza. No es el miedo del que se sabe más débil físicamente, del niño frente al adulto, de la mujer frente al hombre; es el miedo del que ni siquiera se plantea el enfrentamiento porque el terror lo paraliza. Vencer no es una opción; la única opción es aguantar y tratar de salir con los menos daños posibles. El miedo sigue aún, aun cuando la presencia física del padre quedó lejos, aun cuando se reúne el valor suficiente para escribir como una forma de sacar los demonios a la luz, de conculcar el miedo y el odio y de hacer sangrar todas las heridas cerradas en falso para poder curarlas de una vez por todas.
«La escritura abre puertas que uno no se atrevería a abrir, ilumina recovecos donde siempre triunfó la penumbra, desentierra las más primitivas evidencias de la vida. Y al cabo me doy cuenta de que no dejo de pensar en ellos con rencor, y por tanto escribo con resentimiento. Desde que me propuse contar esta historia, el miedo me solivianta.
Imagino que es una etapa inevitable. Trato de limar el rencor. Sé que si quiero llegar a algún sitio deberé rebajar esa animadversión. Sé que deberé escribir sin rencor. Pero ¿cómo lograrlo cuando hay tantos recuerdos tristes, tanto sufrimiento y odio?, ¿cómo se alcanza esa meta cuando tienes la absoluta certeza de que tu padre es un asesino?».
El comienzo del libro nos sitúa en 2009 cuando murió la madre ahogada en su propio vómito y el narrador sospecha que la mató el padre. Sabe que ya la había ido matando «poco a poco, a golpes, erosionando su cordura como una lija erosiona la madera». Y es que el padre no solo maltrataba a los hijos, también la mujer fue víctima de su violencia desatada y furiosa. Pero ni siquiera el niño y su hermano, dos años menor, encontraron apoyo, consuelo y solidaridad en su madre que nunca se preocupó de ellos, que nunca vio en ellos más que un estorbo, y que era alcohólica y adicta, entre otras cosas, al dominio brutal de su marido.
Para escribir Vengo de ese miedo, el autor recurre al recuerdo de familiares, amigos y conocidos. Escarba en el pasado de su familia, en las generaciones anteriores, en sus abuelos, y encuentra que la violencia viene de lejos en el tiempo. La mejor amiga de su abuela materna, le cuenta que el abuelo «era bueno, excepto cuando bebía. Entonces sí le ponía la mano encima. Había que comprenderlo, no era él, era el alcohol, él era bueno, pero la bebida lo perdía».
El abuelo paterno, por lo que se narra en la novela, tan solo ejercía la violencia con los hijos y en especial con el padre del narrador que siempre fue un niño problemático. Con la familia paterna el autor tuvo poca relación. Fue una familia escatimada a los dos hermanos. De ella sabe el autor por dos tías, las únicas entre los siete hermanos de su padre que se avinieron a colaborar. Durante los doce años que duró la redacción de la novela el temor a preguntar directamente a su padre lo paralizaba.
Desde pequeños los dos niños asistían a las peleas de sus padres, las palizas que recibía la madre, pero también a sus actos de reconciliación, a las escenas de sexo enfermizo con las que parecían conjurar sus demonios.
«[...] no tienen idea de lo que mi hermano y yo vivimos, nuestra incomprensión de que siguieran juntos, las vilezas y vejaciones casi diarias, y luego, como si nada hubiera sucedido, esa práctica del sexo con violencia que a mis padres parecía excitarles. Animales con sus respiraciones y jadeos que traspasaban paredes, parásitos mutuos, parásitos de los seres que les rodeaban, incapaces de vivir el uno sin el otro, y, a la vez, animales voraces con el entorno y sus presas, limando nuestra cordura, inyectando una infelicidad que se adhería como el moho, haciendo que deseara con todas mis fuerzas que se murieran.
Mi padre tenía el ADN de un depredador».
Y ese es el segundo miedo del autor, un miedo que se fija en el futuro y es casi mayor que el que se acumula desde el pasado, porque como todos sabemos el ADN pasa de padres a hijos y siempre persiste el temor a que se haya transmitido ese ADN depredador del padre. «Mi hija va a nacer en una semana. Me siento atrapado en un remolino de contradicciones. Vuelvo a preguntarme qué legado me han dejado mis padres. Siento que apenas me he desprendido de las secuelas del miedo, la inseguridad, los recelos, el odio». Y el miedo al padre se transforma en el miedo a la hija o, mejor dicho, el miedo a lo que se le pueda hacer a la hija; a repetir esos actos violentos que tal vez estén indelebles en el propio ADN como lo estaban en el del padre.
Miguel Ángel Oeste |
Cuando leo autoficción suelo tener que vencer la tentación de preguntarme cuánto hay de realidad y cuanto de inventado en lo que se narra. No me pasa con Vengo de ese miedo. Desde el principio estoy convencida de que todo lo que se cuenta es real. Y puede que esté equivocada, pero no importa. El convencimiento es el mismo y me evita la tentación de la duda. A semejanza de lo que me sucede con Delphine de Vigan, a la que se nombra un par de veces a lo largo de la novela, la exposición de la propia vida y de los sucesos escabrosos vividos por los protagonistas no me resulta un ejercicio narcisista como sí me ha pasado con otras novelas y otros autores. Veo mucha humildad, mucha valentía y mucha necesidad de sacudirse el pasado para poder encarar el futuro.
Miguel Ángel Oeste es un hombre con éxito profesional. Ha triunfado con sus dos últimas novelas, Arena y esta que hoy comento. Se licenció en Historia y Comunicación, es crítico, guionista y realizador de cine, forma parte del Comité de Dirección del Festival de Cine de Málaga, ciudad en la que nació en 1973, y de la Semana de Cine de Melilla. Podría decirse que ha salido indemne de todo lo vivido. Basta adentrarse en las primeras páginas de Vengo de ese miedo para saber que no es así. Y es que, como él mismo dice, «la memoria sangra. No coagula». No hay un coágulo que tapone la herida y permita la curación. No hay curación mientras se sangra. Tal vez por eso se escribe un libro. Para tratar de coagular el dolor y taponar la herida.
«He llegado a creer que un libro cambiará las cosas, cuando lo más probable es que no suceda nada. Los daños estarán ahí. Y el silencio también, fosilizado.
La violencia contra el cuerpo permanece, se adapta, aflora en la memoria y solo las ficciones le proporcionan un remanso de paz, unos momentos de reposo. Un refugio».
Tal vez por eso se confía a la memoria y se le encomienda la labor de servir de revulsivo, la labor de curar de tanto dolor. ¿Es posible que la memoria cure mejor que el olvido?
«La memoria reformula el dolor. Lo vuelve maleable, lo justifica, lo hace respirable incluso, si lo que se cuenta es terrible. Sin ser sincera del todo, la memoria es la única herramienta que tenemos».
Título del libro: Vengo de ese miedo
Autor: Miguel Ángel Oeste
Nacionalidad: España
Nacionalidad: España
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2022
Año de publicación original: 2022
Nº de páginas: 304
Qué tema más duro. Parece mentira que una persona que en la niñez haya sufrido malos tratos, habitualmente, maltrate él de mayor. Parece un bucle de nunca acabar. No sé yo si tengo estómago para esta novela en estos momentos. Gracias por traernos un libro que visibilice esta temática, siempre dura. Besos
ResponderEliminarSí es inimaginable que habiendo sido maltratado, se maltrate a su vez, pero también, si se piensa, no deja de tener su lógica; aprendes un tipo de trato y es el que aplicas. Aunque no siempre sucede. El autor, por lo que cuenta, es un auténtico padrazo con sus hijas. Las combinaciones de ADN dan resultados muy variados.
EliminarLa novela es dura y para estómagos fuertes en un momento fuerte de su vida, pero es magnífica.
Un beso.
No conocía este libro y no sé yo si estoy para un tema tan duro y personal. No deja de sorprenderme cómo algunos autores son capaces de desnudarse en sus páginas, a mí solo pensarlo me da un pudor tremendo, pero imagino que para muchos puede ser terapeútico.
ResponderEliminarBesos.
Hay maneras y maneras de desnudarse un autor en una novela. No sé exactamente en qué consiste, pero mientras Delphine de Vigan y Miguel Ángel Oeste consiguen novelas magníficas en las que ves valentía y humildad, en otras veo narcisismo y necesidad de hablar de uno mismo. Imagino que es la forma de contar. Lo que no dudo en absoluto es que escribir conjura los demonios.
EliminarUn beso.
Un libro que marca, sobre todo porque sabemos que leemos una especie de biografía novelada, sabemos que todo es real (por cierto, Rosa, no estás equivocada, he leído varias entrevistas al autor y es todo tal cual, espeluznante). Yo, según leía la novela pensaba que no podía ser, que es tan injusto que unos niños vivan algo así... y encima con una madre que también fue víctima del padre, pero a la vez yo considero que fue verdugo de esos hijos (en vez de defenderlos por encima de todo, a veces incluso los echaba a los leones, por librarse ella de alguna paliza, una madre ¿hace eso?) él y ella eran en verdad tal para cual, porque ella no hizo nada para sacar a sus hijos del horror, todo lo contrario)
ResponderEliminarMe sorprendió además que Oestes escribe muy bien, su prosa me gustó. Me alegra que también te haya gustado su novela y espero que, al autor, escribirla le haya servido para expulsar, aunque sea en parte, sus demonios, toda esa ira interior.
Veo que estás leyendo Babysitter, tú y yo a veces seguimos nuestra estela literaria de cerca ¿verdad? me encanta. A ver qué te parece...
Besos
La madre es igual que el padre. No voy a caer en la tentación de decir que es peor por ser madre y todo eso. Ella es madre y él es padre y ambos son verdugos de sus hijos. Ella podría haberse ido con los niños, pero es que era adicta a las drogas, al alcohol y al marido. No sé si era adicta a las palizas o al sexo de reconciliación que venía después. Los hijos la estorbaban igual que al padre, o puede que más puesto que no tenía el escape del trabajo. En todo caso es una situación terrible que hace que no entienda cómo los niños salieron tan cuerdos.
EliminarMiguel Ángel Oeste escribe muy bien. Si te animas a leer Arena verás otro tipo de historia, aunque también los padres dejen intuir algo siniestro, aunque no tanto.
Babysitter me está gustando mucho. Otra historia que se las trae. Y sí, parece que nos vamos siguiendo en las lecturas. Es divertido.
Un beso.
Buenas tardes, Rosa.
ResponderEliminarEl libro sobre el que nos hablas hoy tiene una pinta fantástica. Se dibuja duro de verdad y estoy segura que empatizaría con él. No sé si me atreveré a leerlo, precisamente por eso, las temáticas que se refieren a la infancia y a los fantasmas que arrastramos desde entonces a la edad adulta me cuesta asimilarlos, más cuando están basados en una realidad. Ya te contaré.
Un abrazo y muy feliz comienzo de semana!!
Creo que te gustaría esta novela autobiográfica. Es muy dura, en efecto, pero está tan bien contada y tan bien escrita que merece la pena el tiempo y el sufrimiento empleados. Aunque es cierto que hay que estar en un momento fuerte anímicamente para poder enfrentarse a ella. Espero que te animes y que nos cuentes.
EliminarUn beso.
Te digo un poco lo que le comenté a Marian cuando leí su reseña sobre este libro: los padres de Miguel Ángel Oeste me recuerdan a los padres del protagonista de su novela Arena, esos padres de los que ese protagonista cuenta tan poco pero que de algún modo están omnipresentes en la historia. Y no digo con ello que esos padres sean los del autor, sino que, conociendo ahora lo que le tocó vivir a Miguel Ángel Oeste en su infancia, casi me parece inevitable que su experiencia vital no se cuele de algún modo u otro en sus ficciones. Supongo que esto puede ir en la línea de lo que él mismo comenta acerca de que siempre termina matando a sus personajes paternos, aunque estos no retraten necesariamente a su padre. Pienso que en estos casos la escritura es una forma de catarsis y, por ende, la memoria también.
ResponderEliminarSupongo que lo fácil en estos casos sería odiar sin más a los padres, pero siempre prevalece ese ni contigo ni sin ti que sigue pesando incluso cuando el niño se convierte en adulto. Pienso, como tú, que la infancia es la edad de la incertidumbre y del desconcierto, y que sin esa red de seguridad que deben ser los padres debe de ser realmente una etapa terrorífica.
Más allá del dolor que supongo transmite este libro, me parecen muy interesantes las reflexiones que se hace en él su autor, como ese miedo que expresa ante su inminente paternidad o ante lo que pueda haber de su padre en él.
Un libro que creo que acabaré leyendo, aunque no sé cuándo.
Besos
Los padres de el protagonista de Arena eran bastante siniestros y ya se nota que se basaban en los propios, pero nada qué ver con estos de Vengo de ese miedo. Creo recordar que en Arena, se intuían mucho del pasado sin que se llegara a contar del todo. Lo que sí se me quedó grabado es ese miedo del hijo de ir a ver al padre. Un miedo que se repite ahora. Está claro que ambos libros, con ser muy distintos, beben de esa infancia robada, de esos padres que han dimitido de tal condición, de ese dolor y ese miedo que, a veces, ni el propio personaje sabe donde anclar. Después de leer Arena sabía que leería cualquier libro del autor. No me ha defraudado.
EliminarUn beso.
¡Uf! Una historia que encoge el alma. Muy valiente y muy dolorosa pero también necesaria. El autor quizá esté exorcizando sus demonios pero da también visibilidad a un tema que suele quedar siempre oculto en la historia familiar de quienes han sufrido esas situaciones. La memoria sangra pero romper el tabú quizá pueda ayudar un poquito. Gran reseña, Rosa. Me ha encantado leerte.
ResponderEliminarSe habla mucho del maltrato a las mujeres, pero el de los niños creo que es más silencioso y secreto. Ellas saben lo que les pasa y se quejan o denuncian, aunque por desgracia no siempre. Los niños maltratados creo que quedan más en el secreto familiar y debe de haber muchos más de los que parece. Una historia realmente escalofriante.
EliminarUn beso.
Uf qué duro. Las personas que no hemos pasado por algo así no podemos imaginarnos lo doloroso que tiene que haber sido para, 40 años después, seguir con esa herida en la cabeza y el alma.
ResponderEliminarMe gusta que en este caso de autoficción todo te parezca real, creo que así atrapa más y nos hace empatizar.
Mil gracias por la reseña y feliz día.
Terrible historia y más sabiendo que ha sido real y te la está contando el propio protagonista. Unos hechos tan terribles creo que mantienen la herida abierta cuarenta y ochenta años después. Como dices, es imposible imaginar lo que tiene que ser vivir algo semejante.
EliminarUn beso.
Hola Rosa, estas novelas de autoficion suelen ser muy duras porque el autor las utiliza en muchas ocasiones como una especie de catarsis para comprender y superar situaciones del pasado que le han marcado especialmente. Al menos las que yo he leído tienen esa característica, no se si será este el caso.
ResponderEliminarSin intentar defender al padre del protagonista, que no tiene defensa, veo por lo que cuentas, que el vivió una situación muy parecida en su infancia y esta repitiendo los comportamientos de su padre con él, muchas veces esas personas no son capaces de actuar de otra forma porque ese comportamiento lo tiene interiorizado como habitual y "normal", aunque sea inconscientemente .
Tomo nota de autor y novela. Besos.
No es cuestión de defender al padre, en efecto, pero sí es cierto que esos comportamientos de aprenden y cuando tú has recibido ese trato lo puedes normalizar en tu relación con tus hijos más adelante. menos mal que siempre hay quien es consciente y rompe con esa trayectoria, como es el autor que se ve que adora a sus hijas y jamás sería capaz de maltratarlas.
EliminarY sí, la novela es una pura catarsis del autor que en un momento dado, a partir de la muerte de su madre entiendo yo, decide afrontar los hechos en este libro que ha escrito durante doce años. Ya en Arena, el anterior, apuntaba mucho de lo que aquí se ha visto, aunque sean dos novelas muy diferentes. También te la recomiendo.
Un beso.
Hola, Rosa. Este libro lo seleccione cuando se publico y es la primera reseña que leo. Mil gracias por tus impresiones, me tienta mucho y aunque parezca increíble llevo dos lecturas seguidas de autoficción y le estoy cogiendo gustillo a la literatura de lo vivido.
ResponderEliminarBesos y felices lecturas.
Me gusta la autoficción y disfruto con ella, sobre todo después de haber sido capaz de dejar de preguntarme cuánto hay de real y cuanto de inventado. Pero no sé qué me pasa que con la Premio Nobel de este año, Annie Ernaux, me he cansado porque en cada libro cuenta una parte de su vida y lo hace de una forma que resulta un tanto egocéntrica. Todo lo contrario de lo que siento al leer a Miguel ÁngelOeste o a Delphine de Vigan por ejemplo. Tengo que averiguar dónde está la diferencia que hace que con unos autores disfrute y con otros me sature. Debe de ser sin más la forma de narrar.
EliminarUn beso.
Uf, un tema muy duro, y más sabiendo que todo lo que cuenta sucedió realmente. No descarto su lectura pero necesito elegir bien su momento.
ResponderEliminarBesotes!!!
Sí, no es un libro para cualquier momento. Es mejor estar fuerte anímicamente, pero la verdad es que, con todo lo que duele, disfrutas de esta historia tan dura, pero tan sentida y bien contada.
EliminarUn beso.
El maltrato es terrible, y lo más terrible es que nadie que no lo haya vivido en primera persona pueda llegar a entender del todo lo que supone. Por mucho que se hable de ello, por mucho que se escriba sobre ello, es un dolor y un miedo que siempre van a acompañarte. Libros como este me parecen muy valientes y, seguramente, necesarios. Hablar de ello no cura aquien pasó por ello, pero tal vez le valga a alguien que pase por esa misma situación y le de valor para salir de ella.
ResponderEliminarEs triste que una madre pase de esa manera de sus hijos y no solo no los defienda sino que encima parezca disfrutar hundiéndose en su propia mierda. Hay tantas historias así detrás de las puertas cerradas... qué sabe nadie que no haya vivido algo semejante.
Imagino que duro de leer, este libro es necesario.
Un beso.
Yo también creo que es un libro muy valiente y necesario. Está contando de una forma que te llega muy dentro y te transmite esa sensación que comentas y que se ha hablado más arriba, que nadie que no lo haya vivido puede imaginarse el horror que supone. Cuando al menos la madre está de parte de los niños y los protege o lo intenta, tiene que paliarse mucho la situación, pero no tener nadie en casa que te cubra las espaldas, sino tener dos agresores en lugar de uno solo es inimaginable. La única que amortiguaba un poco el dolor era la abuela materna.
EliminarEs un libro muy bien escrito y muy recomendable.
Un beso.
No sabría que calificativo ponerle a este autor: valiente, honesto, sincero, sufridor... Que esta novela, con una trama tan dura, sea autobiográfica, pone los pelos de punta. En la ficción hemos leído barbaridades y nos las tomamos como lo que son, ficticias, por muy descarnadas y crueles que sean. Pero en este caso, el impacto es todavía mayor, al reconocer en quien lo escribe a la víctima real de esa terrible historia. En caso de leerla, no sabría cual sería mi reacción, si de pena o de rechazo, pues leer sobre las desgracias ajenas no creo que me resultara muy gratificante. Aun así, entiendo el valor y el interés de esta obra, probablemente catártica para su autor.
ResponderEliminarUn beso.
Como en toda novela, ya que no deja de serlo, aparte de lo que cuenta, importa cómo se cuenta y en este caso se cuenta muy bien por lo que resulta una novela muy interesante. El autor es valiente y sincero en su narración que puede despertar muchos sentimientos, pero no creo que el rechazo sea uno de ellos. Es muy dura de leer, pero mantiene la atención, tiene la capacidad de crear cierta intriga, anunciando hechos que se contarán más adelante y que tienen importancia en el relato. A pesar del espanto que puede producir la historia, se lee bien y desde luego para el autor ha tenido que ser un ejercicio de catarsis importante.
EliminarUn beso.
¡Hola, Rosa! Desde luego el inicio es tremendo, pero lo que comentas después lo es aún más. El miedo a que dentro de nosotros se esconda un demonio esperando a manifestarse es algo obsesionante. Tanto como el recuerdo del monstruo, en este caso el padre. ¿Y si llegado el momento y las circunstancias adecuadas yo pudiera ser mi padre? Es sin duda una pregunta muy potente y una idea para generar una novela estupenda. Un abrazo!
ResponderEliminarUna gran novela y una historia que pone los pelos de punta. Máxime sabiendo que es cierto lo que se cuenta y que lo vivió el propio autor. La historia, además de narrar los hechos, está llena de reflexiones, como esa que mencionas del miedo a ser igual al padre, sumamente interesantes. Desde luego, es una novela que no deja indiferente.
EliminarUn beso.
No es la primera reseña entusiasta que leo de este libro, pese a lo duro del tema que trata. Lo tengo apuntadísimo, a ver si consigo leerlo por fin.
ResponderEliminarMagnífica reseña, ¡besos!
Anímate. Es duro, pero está muy bien escrito y sabe transmitir lo que pretende de maravilla. Un autor al que tener muy en cuenta.
EliminarUn beso.