Empieza la novela en Niza donde nuestro protagonista y narrador vive los últimos años de su vida. Es una especie de prólogo sin título, narrado en tercera persona.
«Atraídos por la llama de un pequeño brasero rojo, dos hombres se habían sentado en la terraza desierta de un café de Niza.
[...]
Los dos hombres, León M. y el individuo que lo había seguido, quien se había sentado cerca de él y lo miraba con disimulo como tratando de identificarlo, se inclinaron hacia el brasero al mismo tiempo.
[...]
León M. alzó la cabeza y se ciñó un poco más la bufanda gris de lana.
—¿Marcel Legrand? [...] ¿No estuvo usted implicado en el caso Kurílov, en mil novecientos tres?».
Es así como en aquel café de Niza, casi treinta años después de los hechos, coincidieron León M., el terrorista que atentó contra Kurílov y el policía encargado de la investigación. Pero ha pasado mucho tiempo, ambos están ya retirados y pueden resolverse mutuamente algunas dudas del pasado.
Termina ese prólogo (o lo que quiera que sea) contando cómo León M. murió en 1932 en Niza dejando entre sus enseres una cartera de cuero negro con varias hojas sujetas unidas con un clip que contenían lo que en la primera de ellas se nombra como CASO KURÍLOV. A partir de ahí se nos narra, ya en primera persona a cargo de León M., toda la historia de su participación en el atentado contra Kurílov. Aunque antes nos hablará de su propia familia y veremos, como se anuncia en la cita con la que abro la entrada, que procede de unos padres revolucionarios y que se crio en Suiza a donde fue la madre tras la muerte del padre en prisión.
Huérfano también de madre con diez años, aquejado de tuberculosis, creció en un sanatorio y bajo la tutela del Comité Revolucionario.
«Había heredado de mi madre el germen de la tuberculosis pulmonar. El Comité Revolucionario me confió al doctor Schwann, un ruso nacionalizado suizo y uno de los jefes del Partido. En Monts, cerca de Sierre, tenía un sanatorio con veinte camas que se convirtió en mi casa. [...] Con el doctor Schwann aprendí idiomas y medicina, ciencia por la que sentía un interés especial. En cuanto mi salud mejoró, comencé a realizar diversas tareas para los comités revolucionarios de Suiza y Francia.
Pertenecía al Partido por el simple hecho de haber nacido».
Cuando su salud se recuperó lo suficiente estuvo en condiciones de afrontar la tarea que se le designó. Y así, en 1903 fue encargado por el comité de viajar a Rusia y asesinar al ministro de Instrucción Pública del zar Nicolás II, Valerian Alexándrovich Kurílov.
Gracias a sus estudios de medicina realizados con el doctor Schwann y a la precaria salud del ministro, pudo infiltrarse en su casa como médico personal y pronto se hizo imprescindible para el ministro y para su esposa. Fue así conociendo episodios de la vida de Kurílov. Fue así como mantuvo largas conversaciones con el hombre y asistió, más o menos clandestinamente, a otras mantenidas con terceros. En ellas se fue dando cuenta de que el objeto de sus siniestros planes era un hombre que, a pesar de la crueldad manifiesta en algunas de sus decisiones políticas, no dejaba de ser una persona con sus propios conflictos, sus afectos, sus dolencias, sus remordimientos, sus problemas de conciencia; víctima a su vez de envidias, maledicencias y calumnias.
«No me cabía en la cabeza que quienes conocían al ministro concedieran el menor crédito a aquella sarta de embustes. El pobre Kurílov, piadoso, escrupuloso, cobarde y prudente, era incapaz de los actos que le reprochaban, aunque tampoco fuera "un hombre de costumbres intachables", como habría dicho Frölich. Su vida privada era más tranquila que la de cualquier burgués suizo, pero no siempre debía de haber sido así. Era de sangre caliente y pasiones violentas, y dado que no las satisfacía desde hacía años, sin duda por escrúpulos religiosos y prudencia, le resultaba muy irritante que sus enemigos adivinaran las secretas debilidades que se esforzaba en combatir».
La vida de Kurílov tras enviudar de su primera esposa lo pone en el punto de mira de los zares y ya solo le queda la protección de un miembro de la familia imperial, el príncipe Alejandro Alexándrovich Nelrode, un hombre casi tan odiado como él que había tenido también algunas actuaciones muy crueles. Tras escuchar clandestinamente una conversación entre ambos, el narrador se va afianzando en su idea de que los malos hombres tienen también su parte digna de comprensión y hasta de lástima: «aquellos dos hombres de Estado, temidos y odiados, con sus errores, su inconsciencia y sus sueños, me habían parecido seres humanos limitados y miserables, como cualquier otro, incluido yo».
Leon M. cada vez se va sintiendo más próximo a Kurílov. Muchas cosas los separan: revolucionario uno, ansioso por echar al zar y dar el poder a los trabajadores, estudiantes, campesinos, etc.; al servicio de la familia imperial el otro, dispuesto a defender hasta el final el modo de vida que los zares representan y a mantener la situación por injusta que sea. Pero con todo lo que los separa, los une el hecho de ser seres humanos, la situación que se va creando entre ellos de cuidado por parte de Leon M. y de dependencia en sus dolencias por parte de Kurílov.
El resultado es que el narrador cada vez tiene más deseos de que algo lo libere de ejecutar al ministro, y casi lo logra, pero lo que parecía ser lo que más ansiaba éste en un momento dado, también significaba el cumplimiento inexorable de su destino.
«Luego del asunto Kurílov me condenaron a muerte; pero días antes de la ejecución nació el heredero Alexis, así que me vi beneficiado de la amnistía general. Se me conmutó la pena por la de trabajos forzados a perpetuidad. Por lo que recuerdo, cuando me enteré de la medida de gracia no experimenté más que indiferencia. Por otra parte, estaba enfermo, escupía sangre y tenía la convicción de que moriría en el viaje hacia Siberia. Pero con la muerte se puede contar tan poco como con la vida.
Sobreviví y me curé en el presidio siberiano. Cuando me evadí, la Revolución de 1905 ya había comenzado».
Esto se nos narra a poco de comenzar la novela. Sabemos por tanto el desenlace por lo que no hay ningún destripe de la trama. Tampoco hay nada que destripar. Desde el principio viajamos del presenta al pasado
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Irène Nemirovsky |
Con la excusa del hecho concreto del asesinato de Kurílov y en boca del narrador, Irène Nemirovsky hace un análisis de un acontecimiento histórico, la Revolución de 1917, que expulsó de Rusia a su familia. Con todo y con eso, su relato es muy objetivo. Las culpas están bastante repartidas, la brutalidad y la inclemencia brillan en ambos lados. Tanto en el gobierno del zar y sus ministros como en las acciones de los revolucionarios se ponen de manifiesto su brutalidad y falta de sensibilidad hacia los que se considera enemigos.
El caso Kurílov es otra de las novelas de Irène Némirovsky que fascina y cautiva sin remedio.
«A veces me digo: "Si fuera más joven y fuerte, regresaría a Rusia, empezaría de nuevo y moriría feliz y sin pensar... en una de aquellas fortalezas que tan bien conozco".
El poder, la ilusión de tener en las manos el destino de otras personas, intoxica como el humo, igual que el vino. Cuando no lo posees, sientes un sufrimiento desconcertante, un malestar doloroso. Como ya he explicado, en otros momentos no experimento más que indiferencia, y quedarme aquí, esperando la muerte, que avanza hacia mí en su lenta marea, me produce una especie de alivio. No sufro. Sólo por la noche, cuando sube la fiebre, un hormigueo insoportable me recorre el cuerpo y los monótonos latidos resuenan en mis oídos y me obsesionan. Al amanecer se me pasa. Entonces, enciendo la lámpara y me quedo sentado a la mesa ante la ventana abierta, hasta que se hace de día y al fin me duermo».
Hola, Rosa.
ResponderEliminarQué suerte tenemos de que a esta mujer le diera tiempo a dejarnos tantas historias. Porque parece que no tiene ninguna regular. Siempre se ve claro qué es lo que queire contar y por qué.
En las guerras nunca gana nadie y llega un momento en el que todos hacen de todo.
Este caso parece una historia muy interesante sobre todo por la relación que establece con el hombre al que tiene que asesinar.
Todavía me faltan bastantes por leer.
Besos