"El infinito en un junco" Irene Vallejo

"El junco de papiro hunde sus raíces en las aguas del Nilo. El tallo tiene el grosor del brazo de un hombre y su altura se eleva entre tres y seis metros. Con sus fibras flexibles, las gentes humildes fabricaban cuerdas, esteras, sandalias y cestas. Los antiguos relatos lo recuerdan: de papiro, embadurnado con brea y asfalto, era el canastillo donde su madre abandonó al pequeño Moisés a orillas del Nilo. En el tercer milenio a. C. los egipcios descubrieron que con aquellos juncos podían fabricar hojas para la escritura, y en el primer milenio ya habían extendido su hallazgo a los pueblos de Próximo Oriente".

"[...] poseer libros es un ejercicio de equilibrio sobre la cuerda floja. Un esfuerzo por unir los pedazos dispersos del universo hasta formar un conjunto dotado de sentido. Una arquitectura armoniosa frente al caos. Una escultura de arena. La guarida donde protegemos todo aquello que tememos olvidar. La memoria del mundo. Un dique contra el tsunami del tiempo".

Dos principios le doy a esta entrada porque dos son los conceptos que se esconden dentro de los libros. Uno es el soporte material en cuya estructura se escriben los sueños; arcilla, madera, papiro, pergamino, papel, luz. El otro es lo que se escribe, los sueños que encuentran su expresión en la materia, el significado de tanto como se ha dejado marcado en esos materiales a lo largo de más de cinco mil años, exactamente desde que "entre el año 3500 y el 3000 a. C., bajo el sol abrasador de Mesopotamia, algunos genios sumerios anónimos trazaron sobre el barro los primeros signos que, superando las barreras temporales y espaciales de la voz, lograron dejar huella duradera del lenguaje".

"El infinito en un junco" es un viaje apasionante hacia el pasado, hacia el futuro y hacia el interior de nosotros mismos. Hacía mucho tiempo que un ensayo no me atrapaba de esta manera. Irene Vallejo es una narradora culta, inteligente y muy hábil. Ha conseguido algo que cuando se cultiva el ensayo es fundamental. Ha sabido contarnos las cosas como a ella le gustaría que se las contaran y ello requiere buen gusto y habilidad. Buen  gusto para desear que se lo cuenten de una forma bella, armoniosa y que atrape; y habilidad para saber contarlo de esa forma. Ambas cosas las ha conseguido, conmigo al menos, de forma absoluta.  Tampoco voy a decir que sea una lectura para cualquiera, pero los lectores empedernidos no podemos dejar el libro que se nos pega a las manos y a la mente y nos cuesta dejar de leer. Y es que nada le gusta más a un lector que el hecho de que le hablen de libros. Y si además de lector es aficionado al cine y le hablan de películas... 

El libro no es una historia al uso. No empieza por el principio y avanza linealmente hacia el final. Va hacia delante y hacia atrás. Comienza hablando de Alejandría, la ciudad que surgió de un sueño homérico tenido por Alejandro Magno. "Estando dormido, Alejandro sintió acercarse a un anciano de pelo cano. Al llegar a su lado, el misterioso desconocido recitó unos versos de la Odisea que hablan de una isla llamada Faro, rodeada por el sonoro oleaje del mar, frente a la costa egipcia. La isla existía, estaba situada en las cercanías de la llanura aluvial donde el delta del Nilo se funde con las aguas del Mediterráneo. Alejandro, según la lógica de aquellos tiempos, creyó que su visión era un presagio y fundó en ese lugar la ciudad predestinada". Y así nació la Alejandría más famosa, la de Egipto, en el siglo IV a. C. Y en Alejandría se creó una Biblioteca y el faraón tenía sed de libros y mandaba requisar, copiar o sencillamente robar, todos los libros que aparecían por la ciudad e incluso mandaba emisarios a buscar libros por todo el mundo conocido. El Faraón de las Dos Tierras quería para su biblioteca todos los libros del mundo. 

Para cuando se crea Alejandría y se construye su Biblioteca, la escritura tenía ya cerca de tres milenios desde que en Mesopotamia se habían trazado los primeros signos sobre el barro, pero es por ahí por donde empieza "El infinito en un junco". Después irá hacia atrás. Hacia Mesopotamia y Siria y Persia. Hacia los primeros signos cuneiformes en el barro y aún más atrás, a aquella época oscura de antes de la escritura, cuando los relatos eran orales y las noches se poblaban de cuentos fantasmagóricos recitados a la luz de las hogueras. Iluminada la noche, iluminada la mente. El mismo fuego iluminó una y otra. Y me voy a mis conocimientos sobre evolución humana y a la importancia que tuvo el fuego. Porque el fuego permitió alargar la noche, sentarse alrededor de la hoguera y entretener el tiempo contando historias. Y así, una especie que aún no era la nuestra empezó a desarrollar la imaginación y de esa imaginación surgió la presión evolutiva que, irremediablemente, iba a permitir que la nuestra apareciera. Y así me doy cuenta de que la evolución vino de la mano de la literatura, aunque fuera literatura oral. Y me doy cuenta de que los primeros literatos, los contadores de historias, eran analfabetos.

Y el libro volverá a Alejandría y a Grecia y al Helenismo. Volverá a la Biblioteca y nos contará sus sucesivas destrucciones, y nos llevará a su anexo, el Serapeo, el que vimos destruirse y arder en la película "Ágora". Y seguirá hacia adelante, hacia Roma y su amor por los libros y su respeto por sus conquistados griegos  cuya cultura trataron de imitar porque en Roma no se valoraba la originalidad sino que se copiaba lo que se admiraba y ellos admiraban la cultura griega. Y a pesar de ello "los romanos fueron originales. Crearon un mestizaje sin precedentes. Por primera vez una civilización adoptó una literatura extranjera, la leyó, la conservó, la tradujo, la cuidó y la amó por encima de las barreras chovinistas". Difícil encontrar una originalidad mayor. Imposible en nuestro tiempos de chovinismo extremo y desprecio por lo foráneo.

"El infinito en un junco" nos cuenta la historia del soporte técnico en el que se asienta la tradición escrita. El barro, el metal, la madera... Pero el primer libro, con forma de rollo, "nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática". El papiro de las orillas del Nilo se convirtió en el soporte ligero y flexible de los primeros libros. Rollos largos que había que desenrollar por un extremo a la vez que se iban enrollando por otro a medida que se leía. En el siglo II a. C. surge una escritura grabada sobre piel de cordero y otros animales. Es el pergamino que debe su nombre a la ciudad de Pérgamo donde se utilizó por primera vez. Los códices surgen de atar tablillas unas a otras para un uso más dinámico. "La idea revolucionaria consistió en sustituir las pequeñas placas de madera o metal por hojas flexibles de pergamino o papiro, el material de los rollos. El resultado inicial tuvo que ser poco más que una libreta rudimentaria, aunque cargada de futuro". Cargada de futuro porque ya vemos, en esa libreta de papiro o pergamino, prefigurados los libros actuales de papel.

Los árabes trajeron el papel de China en donde se utilizaba desde el siglo II a. C. El papel llegó a España en el siglo XI y al decir de la autora, "Si todo sucede en su justo momento, ese nuevo material, mucho más barato que el pergamino y más fácil de producir en grandes cantidades, llegará a las encrucijadas de Europa a tiempo para nutrir el despegue de las imprentas que revolucionarán la cultura occidental". Y no puedo dejar de recordar cómo el carbón y el descubrimiento de sus grandes yacimientos llegó a tiempo para alimentar la máquina de vapor original y la Primera Revolución Industrial. 

Irene Vallejo

Y nos contará cómo surgieron las palabras y los signos de puntuación, y la cabeza me hierve porque hago descubrimientos asombrosos en los que nunca había pensado. Antes de la escritura, cuando el único lenguaje era el oral, no existía la separación en sílabas o en palabras, ni existían los signos de puntuación o las tildes. ¿Qué había en la cabeza de aquellas personas que hablaban antes de la escritura? ¿Imaginamos el texto escrito cuando hablamos? Yo creo que sí. Cuando pronunciamos palabras y frases, en nuestra cabeza, sin darnos cuenta, por décimas de segundo, vemos el texto escrito. Entonces me entran las dudas. ¿Cómo se hablaba antes de la escritura? El lenguaje oral ¿separaba las palabras? ¿Lo hacía como el lenguaje escrito? ¿Se marcaban al hablar los signos de puntuación? ¿Se hablaba de la misma forma o se hablaba de manera diferente a la que surge después de la escritura, cuando al hablar uno se puede imaginar las palabras y las puntuaciones? Y me doy cuenta de que un libro capaz de hacer surgir todos estos interrogantes es un libro con mucho mérito.

"El infinito en un junco" termina con el fin del Imperio Romano. "El suelo tembló bajo los pies. Llegaron siglos de anarquía, de fraccionamiento, de invasiones bárbaras, de seísmos religiosos. [...] A finales del siglo IV, el historiador Amiano Marcelino se quejaba de que los romanos estaban abandonando la lectura seria. «Los pocos hogares que antes eran respetados por el cultivo serio de los estudios ahora se dejan llevar por los deleites de la pereza» [...] En el siglo V, la comunidad de la cultura clásica sufrió terribles golpes. Las invasiones bárbaras fueron destruyendo poco a poco el sistema escolar romano en las provincias de Occidente. Declinaron las ciudades. El público culto disminuyó hasta cifras ínfimas —incluso en los mejores momentos había sido una minoría entre la población, pero era una minoría tan considerable que en algunos lugares resultaba una verdadera multitud—. De nuevo, los lectores volvieron a ser tan escasos que, en sus pequeñas islas, perdieron el contacto unos con otros".  Pero como todo invento que lleva milenios entre nosotros, perduró la escritura escondida en los monasterios.

Muchas veces se ha hablado del fin de la cultura y de la lectura y la escritura. Ya se percibía en la antigua Grecia y en ciertas épocas del Imperio Romano y, sobre todo, con el fin de este. Se piensa ahora. Se habla del fin de los libros con el advenimiento de la digitalización. Pero la digitalización no va a terminar con la escritura. Solo le ha dado otro soporte. La luz de los ordenadores y de los e-books viene a sumarse a los "libros de humo, de piedra, de tierra, de hojas, de juncos, de seda, de piel, de harapos, de árboles". Demasiada tradición la del lenguaje escrito como para que pueda desaparecer. Ahora la escritura se ha convertido en luz y de nuevo la luz vuelve a ser el camino más rápido hacia la transmisión de historias y leyendas. Como las hogueras permitieron alargar la noche y proporcionar tiempo para imaginar y contar, la luz nos permite leer y seguir alimentando la imaginación en un soporte inmune a la humedad, los insectos bibliófagos y el paso del tiempo.

"Debemos a los libros la supervivencia de las mejores ideas fabricadas por la especie humana. [...] ¿Quiénes seríamos hoy si hubiéramos perdido el recuerdo de todos esos hallazgos, igual que olvidamos durante siglos las lenguas y los saberes de las civilizaciones egipcia y mesopotámica? El escritor Elias Canetti, búlgaro sefardí de lengua alemana con apellido español —sus antepasados paternos cambiaron Cañete por Canetti—, respondió: si cada época perdiese el contacto con las anteriores, si cada siglo cortase el cordón umbilical, solo podríamos construir una fábula sin porvenir. Sería la asfixia". Gracias a los libros y a la cultura nos mantenemos en contacto con el pasado. Si no fuera así, habría que empezar a aprender cada vez, o recordar lo transmitido oralmente con todos los errores a lo que eso conduce. Los libros acumulan el saber del pasado y cada nuevo descubrimiento humano, en la disciplina que sea, viene a resumir todos los pequeños pasos que se han ido dando hacia el mismo a lo largo de los siglos. 

Irene Vallejo ha escrito un libro para lectores empedernidos. Un libro que se empieza y cuesta soltarlo porque nos habla justo de lo que queremos oír, de los libros. Y lo hace engarzando de manera maravillosa el pasado y el presente. Entre sus historias asoman continuamente la cabeza títulos de libros y películas actuales y leer "El infinito en un junco" se convierte en una experiencia que no hubiera querido perderme por nada del mundo.

Título del libro: El infinito en un junco

Autora: Irene Vallejo
Nacionalidad: España

Editorial: Siruela

Año de publicación: 2020

Año de publicación original: 2020

Nº de páginas: 452