"Los ingratos" Pedro Simón

«Cuando por fin se despierta, nota el bulto tibio. Se gira en un duermevela, palpa, duda, entonces sobreviene el horror. Se da cuenta de dónde está y de lo que ha pasado: lo que está ahí es el cuerpo sin vida del hijo único, blando como un peluche. Aplastado mientras dormía.
Los gritos salvajes de después no se entienden nada.
O se entienden mucho.
—Ay, mi Currete —dice ahora. 
[...] Hace casi un año que a la mujer se le ahogó el marido en un pozo y esta tarde acaba de perder al hijo que llevaban buscando desde que se casó.
Nadie, nunca, bajo ninguna circunstancia, debería ver a una madre despertando así de una siesta».

Comienza fuerte Los ingratos. Comienza en 1961, en un lugar de la Mancha cuyo nombre en ningún momento se menciona. Comienza arrugándonos el alma hasta extraernos un aullido de terror, y salta sin solución de continuidad a 1975, a un coche en el que viaja una familia escuchando canciones de Víctor Jara, de Atahualpa Yupanqui. No lo menciona, pero imagino que en aquel coche también se escucharía a Quilapayún o Los Calchakis. Iban todos en el mismo lote cuando se era de izquierdas en aquel año en que vimos morir a Franco. También sonaba en aquel coche Daniel Viglietti al que el niño y narrador llamaba «Daniel y Leti como si fueran dos, al principio sin caer en el error y luego adrede, porque me encantaba ver reír a mi padre por el retrovisor»

Ya sabemos cómo pensaba el padre de aquella familia que en 1975, en septiembre, se dirige a ese pueblo de La Mancha donde la madre va a empezar el curso como maestra. Ella y los tres niños, Vero, Isa y David, el narrador. El padre solo irá los fines de semana. Trabaja en Madrid en la Chrysler y es a Madrid a donde la familia dirige sus pasos, la meta a la que la familia dirige sus ojos. La luz al final del camino. «Mamá y papá habían nacido y se habían criado en la misma aldea de Salamanca. Allí habían compartido escuela. Allí habían bailado por primera vez. Allí se habían enamorado. Allí habían decidido qué hacer después. Y allí habían clavado una chincheta sobre un mapa. Una chincheta clavada sobre Madrid que lo mismo podrían haber clavado sobre Bilbao u Oviedo.
Veníamos de lo oscuro. Íbamos a la luz».

Pero el camino hacia la luz tiene sus paradas intermedias y una es la que hace la familia en este pueblo. Varios cursos, no se menciona cuántos, pasará en él la familia. Después llegará por fin la ansiada luz de Madrid. Pero también habrá otra luz, la que ilumina a David en el paso de la infancia a la adolescencia. Una luz que desvela lo que se hubiera preferido mantener en la oscuridad, porque si «en aquella España bajo cero, la infancia era el único deshielo posible», también era la única ceguera que impedía ver la dura realidad. Lo es siempre, pero más en la España bajo cero, la España de las necesidades, de la tristeza congénita, de la oscuridad más gris. David va a ir perdiendo la inocencia. Su relato va a ser cada vez más consciente. Descubrirá que si  papá había meses que olía a tres perfumes dulzones distintos no era porque no terminara de encontrar el suyo propio; sabrá, después de una noche de discusión e insultos entre sus padres, que «hay cosas que no le dejan dormir a un niño. Pero son peores las que le quitan a uno las ganas de despertar»

David se tiene que enfrentar al hecho de ser distinto al resto de los chicos del pueblo, pero lo lleva con naturalidad. Ello no le impide hacer amigos. «Más que ser el hijo de la maestra, que mi madre fumara, que fuese una hortelana en vaqueros, que viniéramos de otro pueblo o que una mujer sorda cuidara de mí, ahora pienso que lo que me hacía más diferente al resto de aquellos chicos no era que mi padre hubiese tenido una amiga que ya no tenía. Sino que jugara conmigo y los suyos casi nunca».

Sí, a David lo cuida una mujer sorda, una mujer enorme y sorda que poco a poco irá creciendo aún más en la vida de David hasta llenarla por completo. Porque si al principio David la rehúye, más tarde tan solo lo hace en público y, finalmente, el respeto y el cariño que Eme, Emérita, se va ganando lo llevará a no ocultar ante nadie su relación con la mujer y a ir de su mano a todas partes. Eme era una mujer enorme y sorda que le llamaba Currete. Una mujer que llegará a llenar casi al completo la vida doméstica de David dejando tan solo unos rincones minúsculos para padres y hermanas. 

Pero el tiempo avanza, se van cumpliendo años y se va creciendo a estirones 
«Pero se referían a los estirones del cuerpo y no a los otros.
Los otros no los veía nadie, los sentías tú por dentro. No tenían que ver con las piernas o con los brazos. Sino con el mundo de fuera.
Los otros estirones los dabas cuando se te iba el padre un tiempo, cuando veías que existen los mongólicos y que hasta se ahogan, cuando sabías que cada dos o tres años tendrías el nuevo mejor amigo de tu vida, cuando hacías entender a los sordos.
Y también cuando atisbabas con tus propios ojos el reverso del mundo. Como pasó aquel día: el hermano más pequeño de Tomás llevaba un abrigo de cuadros marrones que se me había quedado pequeño hacía mucho».

Y el padre, que en ausencia de la madre se ponía un poco comunista, le enseñó que la vida es injusta y que algunas personas necesitaban lo que a otras ya no les servía.

Muchas cosas aprendió David que no le hubiera gustado aprender. Y llegó el momento de la luz, de llegar a la meta, y llega el ansiado traslado de la madre a Leganés. «Veníamos de las paredes de adobe. Íbamos hacia el papel pintado. Aspirábamos a ser gotelé». Para entonces, David ya no quiere salir del pueblo. Ya no es un niño, pero se aferra a sus amigos, a su espacio y sobre todo a Eme. «Con esa mujer y en aquel pueblo, había descubierto la democracia, la papiroflexia, la desnudez femenina y la masculina, las fronteras de fuera y las marcas de dentro, los niños muertos y que madre, lo que se dice madre, no hay más que dos. Y que si yo estaba destemplado y perdido como con jet lag, era porque me iba a quedar huérfano de una»

Y en Leganés también pasa el tiempo y viene el olvido y unos intereses van sustituyendo a otros, y la vida arrasa con los afectos y las gratitudes. Y relaciono a mi abuela paterna con Emérita. Ella no era enorme ni sorda, pero su afecto blando cubrió mi infancia con una capa protectora. Con los caprichos que consentía ahuyentó la frialdad de la disciplina de los padres. Durante muchos años no concebía mi vida sin ella. Fueron años anteriores a los de Los ingratos. Fue toda la década de los sesenta y un par de años de los setenta. Para cuando David y Eme se encuentran en 1975 yo ya estaba en mi particular Leganés mental. Ya no la necesitaba y las visitas se hacían molestas, cada vez más distanciadas, cada vez con más pereza, más obligadas, más interesadas. 

Pedro Simón

Y de eso trata Los ingratos, Premio Primavera de Novela en 2021 y la que probablemente será una de mis mejores lecturas del año. Trata de lo que nos hizo y de lo poco que lo valoramos. No solo de las personas (padres, abuelos, cuidadores, maestros) que con su entrega y dedicación contribuyeron a hacer de nosotros lo que somos, sino de aquel tiempo que les hizo y nos hizo, de aquella dureza que vivieron y que trataron de evitarnos. Y es que «Veníamos de los hijos de los que se bañaron en sangre. De esa pintura bélica veníamos.
[...] Veníamos del silencio. 
Íbamos hacia el ruido más absoluto. 
Éramos ese viaje de sordos. 
Nosotros. 
Desmemoriados. Olvidadizos. Amnésicos. Desagradecidos. 
Los que nunca te dijimos siempre. 
Los que siempre te dijimos nunca».

Mucho dedica el libro a decirnos de dónde veníamos. Frases certeras, párrafos hermosos y tan sinceros que hieren a los que tenemos una cierta edad (aunque yo soy doce años mayor que el autor; creo que algunos menos mayor que David) porque nos habla de nosotros, porque yo también hice el álbum de Vida y color y creo que fue el primero que completé; aún lo tengo. Porque mi padre también se ponía comunista y estupendo aunque mi madre protestara. Porque yo, al igual que David, viví en un mundo en el que
«Nunca fui al extranjero con mis padres.
Tirar comida era un pecado.
Señalar en la iglesia estaba feo.
El pan tenía que ponerse boca arriba en la mesa [y si se caía al suelo se le daba un beso].
Veníamos de las sombras chinescas. Íbamos hacia una televisión a color.
Y de ahí, al infinito».

Una novela maravillosa que me ha sorprendido y que recomiendo sin dudar. Una novela que trata sobre la ingratitud «una ingratitud condenada a repetirse. Las generaciones venideras con las anteriores. [...] Escribo sobre esas ingratitudes. Incalculables. Irreparables» ha dicho el propio Pedro Simón en una entrevista en Nius. Verdaderamente irreparables porque cuando nos percatamos de ellas, el objeto de las mismas suele haber desaparecido de nuestras vidas, de la vida.

Título del libro: Los ingratos
Autor: Pedro Simón
Nacionalidad: España
Editorial: Espasa
Año de publicación: 2021
Año de publicación original: 2021
Nº de páginas: 288

Comentarios

  1. ¡Hola!
    me ha encantado leer tu reseña y recordar esta novela tan maravillosa que también disfruté un montón. Lo mejor..., la relación tan estrecha, tierna y peculiar entre la Eme y Currete, lo más triste, la ingratitud del final que lo llena todo, me daba tanta pena la Eme...
    Veo que tú también tuviste a tu Emérita particular, tu abuela y que más o menos te pasó lo que a David. Igual son cosas normales que tienen que ser así, la vida, la edad, pero tiene su lado triste por la persona que te lo da todo y quizás luego se pueda sentir abandonada
    En fin, Rosa, que me alegra que disfrutaras con esta lectura . Habrá que seguir de cerca a Pedro Simón
    Besos

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    1. Creo que esa ingratitud de unas generaciones con las anteriores tiene tanto de triste como de natural. De niña me encantaba estar con mi abuela, pero en cuanto empiezas a salir con amigos y a tener una vida propia que no depende de tus mayores, esas visitas se hacen cuesta arriba, las tomas como un deber que rompe con tus actividades. Le ha pasado también a mi hijo con mi madre.
      La novela es fantástica. Sobre todo para los que tenemos la edad de David, más o menos, hay muchas cosas que nos son familiares. Y está tan bien escrita, con tanto sentimiento y una prosa tan bella...
      Un beso.

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  2. Hola, Rosa.

    Vaya reseña más sentida de una novela que huele a la mejor literatura y que se siente como la crónica de toda una época a través de sus personajes. El comienzo es impactante y luego está ese viaje del adobe al gotelé que me ha parecido una definición perfecta para las familias que buscaban una vida mejor en esa España tan gris y tan complicada. Me han gustado también los extractos señalados de un autor que escribe con renglones de oro.

    Besos.

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    1. Me ha costado decidir qué citas incluía porque tenía tantas y todas tan buenas que si me dejo llevar, casi transcribo el libro completo. El comienzo es terrible y está contado de una forma que aún estremece más. Y de pronto el contraste con los niños, el padre con su humor, la madre tan moderna... hasta que te vuelves a encontrar con ese nombre, Currete, y todo se te revuelve. Muy recomendable.
      Un beso.

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  3. Que novela más bonita, y como se nota que te ha gustado mucho. Tu reseña transpira amor por los cuatro costados. Enhorabuena. Besos

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    1. Es una gran novela y realmente me ha gustado porque es de mi época y he recordado muchas cosas. Me alegro de haber podido transmitir ese amor que ciertas vivencias le dejan a una. Muchas gracias por tus palabras.
      Un beso.

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  4. Magnífica esta reseña, Rosa. Una historia muy emocional, reflejo de un tiempo y un mundo ya irrecuperables. Me han gustado muchísimo todos los extractos que has seleccionado y tus impresiones sobre la novela. La apunto porque no la conocía, a pesar del premio. Un beso y gracias por la recomendación.

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    1. Ha salido mucho últimamente en los blogs y en las redes y la verdad es que es de las que no decepcionan para nada. Incluso me ha sorprendido lo buena que es. Cuando veo mucho una novela suelo tener mis prevenciones, aunque esta me venía recomendada por gente muy fiable para mí.
      Un beso.

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  5. ¡Hola, Rosa! Recuerdo una película, no su título, que comenzaba de manera parecida. La madre que se queda dormida mientras amamanta a su hijo y al despertar lo encuentra muerto, asfixiado bajo su peso. La deriva, no obstante, era distinta aquella iba más por el terror y el suspense.
    La novela trata un tema universal y del que seguramente no existe una verdad absoluta. Los hijos siempre vamos a ser unos egoístas, cuando salimos del nido buscamos nuestra propia vida, nuestro propio futuro y en esas edades, los padres suelen ser, entiéndase bien, un lastre o, al menos se encuentran bastante abajo en la lista de prioridades. Quizá porque sabemos que siempre estarán ahí cuando los necesitemos y en ese momento buscamos la novedad, experiencias propias, algo incompatible.
    Es cierto que los años harán que volvamos a estrechar lazos, que cuando nosotros mismos nos convertimos en padres se genera un "volver a casa". Al tratar con nuestros hijos, inmediatamente comprendemos muchas de las cosas que veíamos en nuestros padres. Nos acercan a ellos desde otra perspectiva, que casi diría como un camarada.
    Luego, años más tarde, llega otra clase de relación. Aquella en la que nuestros padres precisan de nosotros. Un eterno conflicto vital, al que pienso que depende de cada época. Un abrazo!

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    1. Ese volver a casa se produce, creo, cuando dejamos de ser adolescentes y empezamos a ser adultos, como ellos, y les entendemos mejor y la comunicación es más de igual a igual. El tener hijos propios completa el proceso porque no hay nada como tener hijos para entender a los padres.
      A mí tampoco me resultó nuevo el episodio del bebé aplastado por la madre, pero creo que es por alguna historia contada en mi familia. Le pasó a alguien conocido creo, y es que en aquellos tiempos de frío no era raro que las madres dejaran al niño a su lado en la cama para darle calor. Qué cosa tan terrible.
      Un beso.

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  6. Hola ,Rosa. La tenía apuntada pero no había leído ese inicio. Eso pasó el año pasado en el hospital de mi ciudad, una madre se quedó dormida encima del bebé recién nacido, inimaginable el dolor.
    Respecto a la historia de la novela , me gusta, aunque suelo rehuir esa época justo porque fue tan dura y fría y triste. Y no, no sabemos valorar lo que los qie hoy son mayores hicieron por nosotros. Es más, sospecho que hoy no seríamos capaces de hacerlo, y mucho menos la generación que viene detrás, aunque hay de todo, en general, se ve que la capacidad de sacrificio, esfuerzo y la solidaridad no son la norma.
    Espero leerla pronto y a ver qué tal.
    Besos

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    1. No me puedo imaginar el dolor de algo así. Lo que me imagino es que te destroza la vida para siempre. No es solo perder el hijo, es el sentirte terriblemente culpable.
      La época fue gris y triste, pero tenía sus cosas buenas. Un poco como los años cincuenta en 22/11/63.
      Creo que este libro te gustaría porque es tierno y tiene su punto de humor. Ha sido todo un descubrimiento.
      Un beso.

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  7. Tal vez la ingratitud sea parte inherente a la adultez. Se me acaba de ocurrir ahora según te leía. La verdad que nunca se me había ocurrido verla así, pero, aunque suene crudo y sea injusto, la gratitud hacia aquellos que nos cimentaron en la infancia es una cadena que nos impediría el vuelo necesario para crecer. Por otra parte cimentar a los niños no debería esperar contrapartidas, aunque entiendo que la ingratitud y el desapego duele y mucho.
    He leído maravillas de esta novela. Tantas que es de esas que pongo en cuarentena para rebajar expectativas. Dice mucho de ella que tengas tan claro que va a ser una de tus mejores lecturas del año. Y se ve que por experiencia propia y generacional la historia te ha tocado.
    Nos separan algunos años pero yo tampoco he viajado nunca al extranjero con mis padres, la comida no se tiraba y, aunque era muy pequeña, aún guardo un vago recuerdo de cuando llegó a mi casa el primer televisor en color.
    Besos

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    1. Has abierto un melón curioso. Me harto de decir que odio eso que está tan visto de que los hijos tienen que ocuparse de los padres igual que los padres se ocuparon de ellos. Los padres quisieron tener hijos y los hijos se encontraron aquí sin pedirlo. Comparto tu idea de que cuidar a los niños no tiene que suponer una contrapartida para ellos. También comparto el que ese desapego es lo que permite levantar el vuelo y entrar en la edad adulta.
      Pero dicho todo esto, cuando pienso en Eme o en mi abuela, siento una cierta culpabilidad. Tal vez ellas no sintieron la necesidad de reprochar nada, pero esa culpabilidad de David o mía creo que es inevitable.
      Entiendo tu cuarentena con el libro. También me ha pasado, pero en este caso, leerlo ha sido un acierto total.
      Un beso.

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    2. Olvidé comentar que yo guardo un recuerdo no tan vago, tenía 10 años, de cuando llegó a casa el primer televisor. Era en blanco y negro por supuesto. Diez años sin televisor y con una casa llena de libros... poco que añadir.
      Otro beso.

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  8. Me ha gustado mucho tu reseña de este libro preo no solo por el libro, que tiene que ser una maravilla, si no por el sentimiento con el cual has transimito toda ella, me ha llegado a eomcionar, y como es así, me la apunto para leerla porque estoy completamente convencida de que me va a gustar.
    Un beso.

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    1. El haber vivido la misma época con una edad similar, hace que todo resulte más familiar y que la novela cale más hondo y todo lo que se escribe sobre ella resulte más personal.
      Ojalá te guste tanto como a mí.
      Un beso.

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  9. La verdad es que cuando lees una historia que te pone frente al espejo, de buena parte de lo que tú viviste en épocas pasadas, siendo niña que va pasando a la adolescencia, surge esa gran complicidad hacia ciertos personajes, y qué tan bien transmites en tu reseña. La buena literatura hace que escarbemos en nuestro interior (en el pasado, por ejemplo) , y saquemos a la luz determinados comportamientos que ahora jugaríamos reprochables, pero la vida es nadar en mar de contradicciones...
    En todo caso se nota que te ha llegado la novela, y así lo hemos percibido leyéndote, amiga Rosa.
    Habrá que tomar nota del título.
    Beso.

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    1. Sí que me ha llegado y me ha tocado esta novela. La verdad es que ese símil del espejo que pones es muy acertado. Hay historias que son efectivamente como un espejo en el que te ves reflejada y ves reflejada parte de tu vida. Cuando esto sucede las historias cobran un sentido mayor y nos llegan mucho más adentro.
      Una gran novela y todo un descubrimiento.
      Un beso.

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  10. Que duro comenzar, tu reseña ha sido muy sentida. Me apunto el título por si me animo. Que maravilla como escribes.
    Pues quizá yo soy más moderna pero recuerdo cosas también parecidas. Mi abuela tenía la tele de madera, pantalla redonda y blanco y negro. Jajajaja, la penita que a los 6 años ya me quedé sin abuelita y no recuerdo nada más que me sentaba en sus rodillas y le tiraba del pelo de su lunar. El justo que tengo yo en la cara... Bueno a ver si algún día le doy oportunidad porque tienen una pinta de ventana al pasado que como poco me da curiosidad pero seguro que también me trae algún recuerdo. Yo no creo que los hijos seamos unos ingratos, creo que la vida es una rueda. A todos nos han dicho lo de cuando seas padre comerás huevos. Y eso es cierto, cuando tienes hijos entiendes cosas de tus papás. Aunque también los hay papas que se pasan tres pueblos, te generan traumas, y arrastras una vida como el elefante encadenado.
    Besos.

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    1. Muchas gracias por tus palabras. Esa tele en blanco y negro y de madera, o una similar, es la que entró en casa de mis padres cuando yo tenía 10 años.
      Tienes razón. No es que los hijos seamos ingratos, es que le vida pasa las ruedas giran y lo correcto es que las generaciones antiguas cuiden y saquen adelante a las nuevas. No quiero decir que haya que abandonar a nuestros mayores, pero tampoco vivir presos de deberes y culpabilidades. Creo que los padres tienen más obligaciones que los hijos. Al fin y al cabo, ellos fueron los que quisieron tenerlos.
      Un tema arduo y una muy buena novela.
      Un beso.

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  11. Hola Rosa!! Me anoto tus impresiones lectoras acerca de este título, creo que me podría animar y darle una oportunidad. ¡Genial reseña y gracias por tu recomendación!

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    1. Una gran novela que creo que te gustará. Muy interesante haberla descubierto.
      Un beso.

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  12. Hola Rosa, me has contagiado tu entusiasmo por la novela. Que rápido nos olvidamos de las cosas ¿verdad? Y que necesario que nos las recuerden, saber de donde venimos nos empuja para saber donde ir. Escelente reseña. Besos

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    1. Pues sí, a veces sin historias como estas tendemos a olvidar aquellos años y aquellas gentes que formaron parte importante de nuestras vidas. Es necesario, como dices, saber de dónde venimos si queremos saber a dónde vamos o dónde estamos.
      Un beso y gracias por tus palabras.

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  13. Coincidimos totalmente en impresiones. Para mí fue una de mis mejores lecturas del año pasado y es que me gustó todo: lo que cuenta, cómo lo cuenta, la ambientación y, muy especialmente, lo que me hizo sentir y lo que despertó en mí.
    Besos.

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    1. Tu reseña y otras similares, me hicieron leer este libro, aunque he tardado más de lo debido. me ha gustado todo, como a ti. Es una novela que provoca sentimientos, que nos remueve porque todos tenemos nuestra Eme particular, y si somos de una edad similar a David, nuestras vivencias de aquella época que tan bien descrita está y es que otro valor de la novela es lo bien escrita que está. Tenía tantas citas preciosas que no sabía cuáles poner y cuáles quitar.
      Un beso.

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