"La ciudad de la memoria" Santiago Álvarez
"La ciudad de la memoria" de Santiago Álvarez, primera entrega de las aventuras del detective Mejías y su ayudante, Berta, me ha sorprendido, divertido y conmovido a partes iguales. Me explico.
Me ha sorprendido porque es una novela policíaca que no empieza con un asesinato, sino con la desaparición de un yaco o loro gris, especie procedente del oeste de África. En realidad no hay casi asesinatos en toda la novela, excepto alguno que pudo suceder en el pasado, y alguno presente que es un pequeño adelanto de lo que la naturaleza tiene planeado. Y cuando estamos desarrollando (de ello se encargan la realidad y los noticiarios) una preocupante tolerancia a los sucesos más truculentos y sanguinarios, mantener la atención de un lector de novela policíaca sin gran cantidad de sangre, muertos, cuanto más jóvenes mejor, y demás episodios luctuosos, es un mérito notable.
Me ha divertido porque rezuma ironía y sentido del humor en cada capítulo y casi en cada página. Es genial la presentación de Armando a Berta por parte de Mejías; es toda una muestra de humor negro la descripción de Arturo Dugo-Escrich, el rey Arturo, quien le ha contratado para que encuentre a su loro. "Mejías había asistido a algunos velatorios y recordaba que la mayoría de los difuntos, una vez lavados, perfumados y peinados, presentaban mejor aspecto que el hombre que ahora tenía enfrente". Por poner dos ejemplos.
Me ha conmovido porque los protagonistas, tanto Mejías como Berta, son, cada uno a su estilo, tiernos y cándidos y se enfrentan al mundo como si lo pudieran cambiar y, aunque no pueden, lo siguen intentando. Berta por pura juventud inexperta; Mejías porque no quiere darse por vencido, porque quiere vivir un mundo que no existe, pero que él piensa que debería existir. "Mejías piensa que algunas mentiras hay que vivirlas creyendo que son verdad".
Mejías tiene un pasado, un pasado en el que se topó con la corrupción policial al servicio de los poderosos. Políticos y empresarios mezclados en los delitos más rentables. No pudo descubrir ni tan siquiera investigar. Cuando la policía apoya a los delincuentes, o te apartas o te apartan. Y ya se sabe como suele ser la segunda opción. Desde entonces "encontró refugio en el alcohol y en el cine negro".
Pero entre copa y copa de Laphroaig (tal vez un whisky probado por el propio Bogart), entre película y película, sigue peleando contra los malos; sigue inventando un mundo de quimeras e ilusión que plasma en sus informes; unos informes demasiado parecidos a las películas en blanco y negro que ve cada noche en su televisor Westinghouse de veinte pulgadas en blanco y negro, con su reproductor de VHS; unos informes que suenan a la música de jazz chirriante que escucha en sus vinilos, en su tocadiscos de maleta. Los informes que Berta va transcribiendo en una vieja, increíble, anacrónica Olivetti sin pensar ni por un momento que encierran más fantasía e imaginación de las que se pueden encontrar en las viejas historias de Bogart y Bacall.
Berta tiene un futuro. Estudia primero de periodismo, pero con la beca no tiene para costearse la carrera, el piso compartido en el que vive, libros, apuntes y manutención. Por ello busca trabajo. Y encuentra a Mejías. Berta es joven, ingenua. Con esa rigidez de ideas que hace que se sobrevalore la verdad. Berta ama la verdad. No sabe que la verdad es fea, sucia, carece de grandeza, no es heroica, ni merece la pena de grandes sacrificios. O tal vez sí. Lo difícil es saber qué es la verdad, dónde se encuentra. ¿Está la verdad en lo real efímero que pasa y desaparece? ¿Está más bien en esos seres irreales que "dentro de cien años [ellos] seguirán viviendo en el interior de millones de personas, mientras que nosotros no seremos más que una línea en una base de datos"? ¿Dónde realmente está la verdad que merece grandes sacrificios? Berta ama tanto la verdad que no puede imaginar que los delirantes informes de su jefe no lo sean. Por ello se lo cree todo: persecuciones, disparos, comportamientos heroicos... Hasta tal punto los convierte en verdad que Mejías queda maravillado ante el poder que sus fabulaciones ejercen en su ayudante "Esa chica pensaba que todo, los informes, las persecuciones, los tiros, todo era verdad. [...] Ella vivía ese sueño y, aunque era mi obligación despertarla, casi se me parte el corazón".
En esta novela no hay sangre, al menos reciente, o no demasiada. Hay una historia familiar en la que varios inocentes purgan pecados cometidos setenta años antes (más o menos). Al menos son inocentes de los hechos pasados porque en la actualidad, quien más quien menos, y algunos mucho, acumulan culpabilidades, traiciones, suspicacias, envidias y avaricias suficientes para merecer el castigo, al menos, de la intranquilidad de espíritu.
Hay esa historia sucedida hace siete décadas (más o menos), en plena Guerra Civil. Una historia contada en una carta de cuyo hallazgo el yaco tiene mucha culpa. Una historia en la que la inocencia, la lealtad y la amistad se vuelven astucia, traición y hostilidad cuando las cosas se ponen difíciles y la rivalidad introduce sus uñas mugrientas en medio de los sentimientos más desinteresados.
Y hay personajes, muchos y variados personajes; taimados, inocentes, enternecedores, culpables, buenos, tiernos, curiosos, mendaces, conmovedores, miserables, honrados, insólitos, sensibles, crueles... Porque en esta novela lo más llamativo son sus personajes, pricipalmente Mejías y Berta, pero también cada uno de los miembros de la familia Dugo-Escrich y Manuel el gitano y los policías Ramírez y Ezquerro y Garrido el anticuario y "Rosa Muñoz. Rosita de África, como la llamaban en los cincuenta" y Marcel y su hermana y...
Y hay, sobre todo, un personaje imprescindible y omnipresente, esa ciudad de la memoria en la que tienen lugar todos los acontecimientos, los presentes y los pasados. Una ciudad, Valencia, en la que caben muchas ciudades (de las artes, de la ciencia, de la justicia; "cuántas ciudades caben en esta ciudad"); en la que caben todos nuestro variados personajes y todos encuentran acomodo porque en ella conviven escenarios arcaicos con ambientes de la más selecta modernidad; los entornos del rastro y la venta ambulante y los discos pirata, con las más exclusivas galerías de arte, las que hacen verdad las palabras de Ángela Dugo-Escrich "antes el arte era algo de lo más concreto y ahora, por oposición, es tan libre que no es nada. En los urinarios públicos de cualquier cafetería de barrio hay tanto arte como en esta galería"; las covachuelas de los Santos Juanes, con bares que se llaman Balansiya Downtown.
Y cada capítulo encabezado por una cita legendaria de alguna película aún más legendaria. Palabras de "El sueño eterno", "Tener y no tener", "Sed de mal", "El halcón maltés", "Detour", "Cayo Largo", "Atraco perfecto", "Gilda", "Retorno al pasado", "Casablanca"... y así hasta veintitrés capítulos, veintitrés citas maravillosas. No veintitrés películas porque alguna se repite. Y sobre todo Bogart, Bogie. "Maldita sea, detective, se dijo, necesitas una hipótesis razonable. Bogie ya la tendría".
Santiago Álvarez le hace, con esta novela, un emotivo homenaje al cine negro y a todo un mundo desaparecido, el de los teléfonos de baquelita amarrados con un cable a la pared, las máquinas Olivetti con alguna tecla defectuosa, los reproductores de VHS, los televisores en blanco y negro, los discos de vinilo reproducidos en tocadiscos de maleta. Un mundo sin internet ni videojuegos, pero en el que los sueños eran eternos. Un pasado al que siempre añoraremos no poder retornar
Si alguien quiere leer los delirantes y cinematográficos Informes de Mejías, puede pinchar en el enlace aquí.
Santiago Álvarez |
Berta tiene un futuro. Estudia primero de periodismo, pero con la beca no tiene para costearse la carrera, el piso compartido en el que vive, libros, apuntes y manutención. Por ello busca trabajo. Y encuentra a Mejías. Berta es joven, ingenua. Con esa rigidez de ideas que hace que se sobrevalore la verdad. Berta ama la verdad. No sabe que la verdad es fea, sucia, carece de grandeza, no es heroica, ni merece la pena de grandes sacrificios. O tal vez sí. Lo difícil es saber qué es la verdad, dónde se encuentra. ¿Está la verdad en lo real efímero que pasa y desaparece? ¿Está más bien en esos seres irreales que "dentro de cien años [ellos] seguirán viviendo en el interior de millones de personas, mientras que nosotros no seremos más que una línea en una base de datos"? ¿Dónde realmente está la verdad que merece grandes sacrificios? Berta ama tanto la verdad que no puede imaginar que los delirantes informes de su jefe no lo sean. Por ello se lo cree todo: persecuciones, disparos, comportamientos heroicos... Hasta tal punto los convierte en verdad que Mejías queda maravillado ante el poder que sus fabulaciones ejercen en su ayudante "Esa chica pensaba que todo, los informes, las persecuciones, los tiros, todo era verdad. [...] Ella vivía ese sueño y, aunque era mi obligación despertarla, casi se me parte el corazón".
En esta novela no hay sangre, al menos reciente, o no demasiada. Hay una historia familiar en la que varios inocentes purgan pecados cometidos setenta años antes (más o menos). Al menos son inocentes de los hechos pasados porque en la actualidad, quien más quien menos, y algunos mucho, acumulan culpabilidades, traiciones, suspicacias, envidias y avaricias suficientes para merecer el castigo, al menos, de la intranquilidad de espíritu.
Hay esa historia sucedida hace siete décadas (más o menos), en plena Guerra Civil. Una historia contada en una carta de cuyo hallazgo el yaco tiene mucha culpa. Una historia en la que la inocencia, la lealtad y la amistad se vuelven astucia, traición y hostilidad cuando las cosas se ponen difíciles y la rivalidad introduce sus uñas mugrientas en medio de los sentimientos más desinteresados.
Y hay personajes, muchos y variados personajes; taimados, inocentes, enternecedores, culpables, buenos, tiernos, curiosos, mendaces, conmovedores, miserables, honrados, insólitos, sensibles, crueles... Porque en esta novela lo más llamativo son sus personajes, pricipalmente Mejías y Berta, pero también cada uno de los miembros de la familia Dugo-Escrich y Manuel el gitano y los policías Ramírez y Ezquerro y Garrido el anticuario y "Rosa Muñoz. Rosita de África, como la llamaban en los cincuenta" y Marcel y su hermana y...
Valencia 1858 (Alfred Guesdon) |
Y cada capítulo encabezado por una cita legendaria de alguna película aún más legendaria. Palabras de "El sueño eterno", "Tener y no tener", "Sed de mal", "El halcón maltés", "Detour", "Cayo Largo", "Atraco perfecto", "Gilda", "Retorno al pasado", "Casablanca"... y así hasta veintitrés capítulos, veintitrés citas maravillosas. No veintitrés películas porque alguna se repite. Y sobre todo Bogart, Bogie. "Maldita sea, detective, se dijo, necesitas una hipótesis razonable. Bogie ya la tendría".
Santiago Álvarez le hace, con esta novela, un emotivo homenaje al cine negro y a todo un mundo desaparecido, el de los teléfonos de baquelita amarrados con un cable a la pared, las máquinas Olivetti con alguna tecla defectuosa, los reproductores de VHS, los televisores en blanco y negro, los discos de vinilo reproducidos en tocadiscos de maleta. Un mundo sin internet ni videojuegos, pero en el que los sueños eran eternos. Un pasado al que siempre añoraremos no poder retornar
Si alguien quiere leer los delirantes y cinematográficos Informes de Mejías, puede pinchar en el enlace aquí.
Excelente pinta la de esta novela que has reseñado con entusiasmo, algo que se agradece, una recomendación como la de un amigo en un café.
ResponderEliminarMe encanta el género negro clásico, allí nacieron los mejores diálogos que se hayan escrito y veo muy acertado este homenaje, capítulo a capítulo a los clásicos. Saludos!
Es cierto, algunos diálogos de género negro son antológicos, claro, detrás de ellos había guionistas geniales, o novelas maravillosas de maravillosos autores.
EliminarEsta novela es un homenaje a todos ellos.
Por cierto, me he pasado por tu blog y me encanta el diseño y lo que se ve de entrada. Me pasaré más despacio.
Un beso.
Parece una buena idea dedicar cada capítulo a una película de género negro. Es un buen homenaje, como dices. He leído con interés tu reseña para conocer la obra, y porque se lee en sí como un cuento propio. No conozco al autor.
ResponderEliminarBuen resumen, Rosa y muy buen domingo.
Yo tampoco conocía al autor hasta que sus novelas empezaron a sonar en blogs y demás. me entró curiosidad y no me arrepiento porque he disfrutado su novela.
EliminarFeliz domingo, aunque a estas horas, mejor feliz semana.
Un beso.
Son muchas las cosas que me han enganchado de tu reseña: ese 'amor' por la verdad e Berta, esas citas de película encabezando los capítulos y, como no, esa ciudad que calificas de omnipresente y que conozco por ser mi tierra, Valencia.
ResponderEliminarExcelente reseña, Rosa. No puedo dejar de apuntarla
Un beso.
Me imaginé que te atraería el hecho de que el libro estuviera ambientado en Valencia. Los personajes están muy bien dibujados y la novela resulta interesante y muy entretenida. Creo que te gustará.
EliminarUn beso.
Hola Rosa:
ResponderEliminarVeo que este Mejías milita en eso que ahora se llama la post-verdad. Me gusta que la acción transcurra en Valencia, una ciudad que no es Barcelona que parece ser el escenario preferido para el género negro. También me parece original y un magnifico homenaje al cine negro eso de encabezar los veintitantos capítulos con citas de películas señeras del género. Y veo que en este relato están todos los ingredientes de la clásica novela negra: la máquina de escribir, el Jazz, el teléfono negro de baquelita, la TV en blanco y negro...
Vamos UE me apunto autor y título. Pasa a lista de espera que, ¡madre mía!, es cada vez más larga.
Una reseña magnífica que se lee con mucho gusto
Un beso
Es un gusto leer al principio de cada capítulo una frase de una película de las más míticas del cine negro y no te digo nada cuando encima adivinas de qué peli es. Recomendable del todo.
EliminarUn beso.
Interesante la reseña Rosa, pero eso no es ninguna sorpresa, reseñas con un entusiasmo que se contagia. Y por supuesto, la he apuntado.
ResponderEliminarMe ha gustado que no sea de "excesiva sangre"porque algunas de las novelas negras para mi gusto tienen un excesivo contenido sangriento, si se me permite describirlo así.
Me han parecido muy interesantes esos dos personajes, su relación y aquello que cada uno defiende,
Me he pasado también a leer alguno de esos informes, hilarantes como bien dices y me ha gustado ese blog que tiene el autor para difundir sus novelas.
Un beso y feliz domingo
El blog de Santiago es muy original y los "informes", puro cine negro del más mítico. Mejías es un personaje que aspira a Bogart y Berta es cualquier cosa menos una aspirante a Bacall, pero ambos se hacen adorables.
EliminarUn beso.
Cuántas historias, personajes y sentimientos en esta novela, Rosa. Seguramente tanto de todo y todos como en la vida misma. No es mi género favorito el negro, pero valoro el sentido del humor y los personajes creíbles por su mucha humanidad, por su ingenuidad contra todo pronóstico, así que no descarto leerla en alguna ocasión :) Tu reseña, como siempre, magnífica.
ResponderEliminar¡Un abrazo grande y feliz comienzo de semana!
Pues si la lees espero que la disfrutes tanto como yo.
EliminarFeliz semana a ti también.
Un beso.
Ese entusiasmo lector desborda en cada sinopsis que escribes.
ResponderEliminarNo cabe duda que si las has disfrutado lo plasmas en tu forma de redactar la sinopsis, como si quisieras contar más sin poder hacerlo, por no descubrir la trama completa.
Besos
No sabes lo que me cuesta no poder explayarme más. De poder contar las tramas, las reseñas tendrían mucha más enjundia pues se podrían comentar y analizar aspectos que, de otra manera, hay que callarse. En esta novela y en otras muchísimas. Pero hay que respetar a los futuros lectores.
EliminarUn beso.
Creo que esta me la voy a apuntar. Me gusta lo que cuentas del tono irónico, más si es en una novela negra, pudiera parecer que no viene a cuento, pero veo que, por tus impresiones, casan los dos conceptos perfectamente.
ResponderEliminarEstupenda reseña y gracias por mostrarme, una vez más, un autor que desconocía. Y gracias por no desvelar más de lo necesario que para los futuros lectores es una faena ;)
Quizás deberías abrir una nueva sección donde se comenten los libros entre quienes los han leído ya y ahí ya te extiendes todo lo que quieras.
Besos.
P.D. Yo aprendí a mecanografiar con los diez dedos y sin mirar con una Olivetti a la que le fallaba la letra A.
Pues con una Olivetti, con todas sus teclas, aprendí yo a escribir con dos dedos, pero muy deprisa. 😅😂
EliminarEspero que te guste porque sé que aprecias la ironía y el humor negro y esta novela tiene de ambas cosas.
Un beso.
Como siempre has hecho una reseña genial.
ResponderEliminarEn este caso la he leído y coincido punto por punto contigo.
Besos y muy feliz semana.
Es una novela muy particular. No es frecuente mezclar el género negro con el humor, pero este autor lo hace muy bien.
EliminarUn beso.
Me parece interesante esa mezcla de originalidad (en cuanto a la poca presencia de asesinatos y sangre), de ironía y de homenaje al cine negro más clásico. De momento tengo bastatne pendiente y muy apetecible. Pero quien sabe, si por un casual me la cruzase, tal vez me animaría.
ResponderEliminarBesos
Pues si te animas, me gustará ver tu opinión. Siempre hay más pendiente de lo que se puede abordar. Me produce hasta ansiedad pensarlo.
EliminarUn beso.