"La maldición de Hill House" Shirley Jackson

Con esta reseña llego justo a tiempo de colaborar con el concurso de relatos de El tintero de oro de abril, dedicado a "La maldición de Hill House" de Shirley Jackson. La reseña no participa en el concurso, pero contribuye a completar el homenaje a la obra y a la autora a los que se dedica el mes de abril.

No es un secreto que el género de terror no es uno de mis favoritos. Si en cine me puede atraer y me puede hacer pegar algún brinco en el asiento, en literatura me deja bastante fría: ni sudores, ni sobresaltos, ni gritos. Por todo ello es un género que no frecuento, pero esta temporada  me propuse leer todas las novelas homenajeadas en el concurso de El tintero de oro y no he querido hacer excepciones. Tenía además muy buen recuerdo de Shirley Jackson desde que leí su magnífica novela Siempre hemos vivido en el castillo, tal vez su obra menos asimilable al género de terror.

Con todo ello, me adentré en Hill House y encontré una novela bastante más ligera de lo esperado, personajes un tanto alocados, una cotidianidad nada acorde con una casa encantada, escenas nocturnas un tanto paranormales, pero sueltas, sin continuidad en el tiempo ni en el ánimo de los personajes que al día siguiente continúan con sus vidas como si la terrorífica noche anterior nunca hubiera existido ¿O puede que nunca existiera realmente? 

«Ningún organismo vivo puede prolongar su existencia durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta sin perder el juicio; hasta las alondras y las chicharras sueñan, según suponen algunos. Hill House, que no era nada cuerda, se levantaba aislada contra el fondo de sus colinas, almacenando oscuridad en su interior; así se había alzado durante ochenta años y podría aguantar otros ochenta. En su interior las paredes permanecían derechas, los ladrillos encajaban a la perfección y las puertas estaban sensatamente cerradas; el silencio reinaba con monotonía en Hill House, y cualquier cosa que anduviese por ella, caminaba sola». 

El doctor Montague quiere publicar un libro sobre el efecto de las casas «hechizadas». Cree que el éxito de ese libro y sus réditos económicos compensarán con creces el esfuerzo en ruegos y dinero que le ha costado alquilar durante los tres meses de verano Hill House, «una casa decentemente hechizada durante toda su vida». Allí quiere pasar ese tiempo con personas especialmente sensibles que deberán ir tomando notas de todo lo que resulte extraño y de las sensaciones que en cada uno creen esos hechos. 

Tras mucho buscar y redactar invitaciones, dio con dos mujeres y un hombre. Eleanor es la primera que conocemos. Se nos describe como una joven que ha estado muchos años cuidando de su madre y se nos dice que, ahora que ha muerto, tan solo odia a su hermana. Las relaciones de Eleanor se basan en una familia que no le gusta y a la que no le gusta ella. Su carácter y su posición ante el mundo se achacan a todos los años que pasó cuidando a su madre y se nos explican de manera contundente con dos frases: su «incapacidad de mirar al sol de frente sin pestañear» y el hecho de que «nunca había sido verdaderamente feliz en su vida adulta».

Theodora es también joven, pero al contrario que Eleanor, nunca se ha sometido a deberes ni obligaciones que para ella son algo tan solo apropiado para un boy scout. Ella es feliz y despreocupada, aunque su decisión de aceptar la invitación de Montague le suponga una terrible discusión con la amiga con la que comparte piso. 

El último invitado, Luke Sanderson, le fue impuesto por la dueña de la casa. Era su sobrino, futuro heredero de la mansión. Era además un holgazán y un mentiroso y su tía «se habría aferrado a cualquier oportunidad de mantenerlo alejado de su círculo de amistades durante unas semanas».

A estos personajes hay que añadir el más importante: la casa, Hill House, una construcción de hace ochenta años que, desde el principio se mostró hostil a sus habitantes. «Hill House fue una casa triste desde el principio; la joven esposa de Hugh Crain murió minutos antes de ver la casa por primera vez, cuando el carruaje que la traía aquí volcó en el camino de entrada, y la señora llegó cadáver a la casa que su marido había construido para ella. Hugh Crain se hundió, viéndose solo con dos hijas pequeñas a las que criar, pero no por ello abandonó Hill House». La casa es un personaje más. Un personaje además abandonado, sometido a toda clase de sentimientos malsanos: envidias, ambiciones, recelos. No se sabe si los habitantes han sido víctimas de la casa o, por el contrario, han sido ellos los que han propiciado la maldición que la rodea. Cuando alguien no es bien tratado se vuelve mezquino, malo y vengativo.

Ya desde su construcción un tanto caótica podría decirse que la casa sufrió las agresiones de su primer propietario, Hugh Crane. En ella los ángulos se desvían ligeramente hasta hacer que todo el edificio cause una especie de mareo a quien por él se mueve. Se propicia también con la distribución de sus estancias que sea difícil orientarse en él y creyendo que se va a un lugar aparezca uno en otro totalmente inesperado. 

Esta es la casa a la que llegan los invitados y en la que buscarán los fenómenos extraños que esperan encontrar. Pero es posible que esos miedos estén en la mente de cada uno. Eleanor, en su tristeza congénita y su apocamiento ante un mundo en el que se ha quedado sin lugar y sin objetivo ahora que murió su madre; Theodora, en su afán por salirse siempre con la suya y llevar la voz cantante en cualquier situación; Luke un encantador de serpientes que juega a hacerse con los favores de las dos mujeres y atraerse su atención. En medio de todo ello, Montague es un tanto ajeno a las preocupaciones, temores y suspicacias de sus tres invitados. 

Shirley Jackson

No se puede decir, no me lo parece a mí al menos, que La maldición de Hill House sea una novela de miedo. Las pocas escenas paranormales que hay están descritas con tal naturalidad que no resultan terroríficas, más bien inquietantes, y más que dar miedo causan curiosidad por ver cómo se va a resolver el asunto. Pero al día siguiente, al momento siguiente, los habitantes siguen con sus paseos, sus partidas de ajedrez, su vida normal. ¿Normal? Las relaciones entre ellos se van volviendo espesas, surgen momentos de tensa suspicacia, pero enseguida se recupera la normalidad, la sonrisa, el gesto cariñoso. 

Eleanor es quien más va perdiendo la capacidad de recuperar la calma. Un mantra que se repite de continuo a lo largo de la novela puesto en su mente es: «Los viajes acaban en una reunión de enamorados». ¿Esperaba Eleanor, contra todo pronóstico, encontrar un amor, una amistad, la solución a su soledad? Por momentos he llegado a pensar que Eleanor es en realidad la casa, he pensado también que todo está en su mente. No he podido dejar de acordarme de Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Y es que, como allí, he vuelto a ver, y el doctor Montague me lo ha confirmado, que el miedo siempre está dentro de nosotros. Nada hay fuera tan terrorífico como lo que llevamos dentro. 

«—Siempre he creído que sólo tenemos miedo de nosotros mismos —aseguró el doctor.

—No —precisó Luke—. Lo que nos da miedo es vernos al desnudo, sin disfraces ni máscaras.

—Y saber lo que de verdad queremos —añadió Theodora».

Nada causa mayor temor que la culpa, el arrepentimiento, algunos deseos, ciertas actitudes, muchos sentimientos, el miedo a la vida. Todo eso que nuestros invitados reflejan en la casa y la casa les devuelve como el perfecto espejo en el que se transforma para cada uno de sus habitantes.

Había visto la serie de televisión en Netflix. Se parece tan poco a la novela que ni siquiera entiendo que lleven el mismo título. No me ha parecido la mejor novela leída en estos tiempos, pero en comparación la serie es mucho más floja. Y es que, si bien no es mi lectura favorita, la prosa de Shirley Jackson la dota de un sesgo siempre interesante. Combina lo terrible con lo trivial con una naturalidad asombrosa. Sus descripciones de situaciones, personalidades y espacios son tan certeras y claras que se siente una en medio de la trama. Y todo ello con una sencillez asombrosa. Por alejadas que estén en principio de mis gustos más asentados, las novelas que se proponen en El tintero de oro, siempre terminan por suponer toda una experiencia positiva y descubrimientos muy gratos.

Este libro participa en el Reto Escritores de la A a la Z que organiza el blog Lecturápolis. Con él relleno la letra J.

Título del libro: La maldición de Hill House

Autora: Shirley Jackson
Nacionalidad: Estados Unidos
Título original: The Haunting of Hill House

Traducción: Paulino Serrano Valero

Editorial: Debolsillo

Año de publicación: 2015

Año de publicación original: 1959

Nº de páginas: 232