"La sospecha eterna" Pablo Alaña

«Esa tarde de noviembre todo el mundo hablaba del caso Pedro Ortega. Habían transcurrido varias horas desde la detención de mi amiga y, pese a ello, las especulaciones no dejaban de sucederse. Eran pocos los que creían en la inocencia de Irene Arias, y, en realidad, ni siquiera yo sabía qué pensar al respecto».

Son las cinco de la tarde y Clara Caballero se dispone a entrevistarse con Diego Hermosilla, el marido de Irene Arias que se ha trasladado de madrugada a la casa de sus padres en la capital cántabra. Ha dejado su chalet de Comillas, donde ha tenido lugar el crimen, a disposición de la Guardia Civil. La acompaña Tomás Herrero, el miembro más joven del bufete en el que ambos trabajan. Poco podía imaginarse Clara diez horas antes, cuando corría como cada mañana por el parque de Las Llamas, que se iba a encontrar reclamada por su amiga Irene para que la defienda de un asesinato. 

Si Clara no sabe muy bien qué pensar con respecto a la inocencia o culpabilidad de Irene, Diego, su marido, lo tiene muy claro. Él fue quien la encontró al lado del cadáver y quien la sorprendió escondiendo el cuchillo con el que el hombre había sido asesinado. 

«—¡Sé lo que vi, Clara! Sé lo que vi… —gimió, mordiéndose los nudillos con rabia. [...] 

al doblar la esquina…, la vi —murmuró con tono sombrío—. Estaba agachada junto a un arbusto. La iluminaba de perfil uno de los farolillos. Al principio, creí que estaba inclinada sobre un saco de tierra, pero, en cuanto se dio cuenta de que había llegado, soltó un grito y lanzó un objeto al seto.

Tomás intercambió conmigo una mirada de preocupación.

—En aquel momento, no me podía imaginar de qué se trataba —prosiguió Diego—. Lo averigüé más tarde, cuando la Guardia Civil revisó el lugar que les señalé. Era un cuchillo de cocina, y tenía restos de sangre».

No pintan bien las cosas para Irene y sus abogados cuando ni su mismo marido está dispuesto a creerla. Y eso que ella se empeña en proclamar su inocencia. Encontró el cadáver cuando iba a regar, no lo conocía de nada y tiró el cuchillo al seto porque se asustó de lo que pensaría su marido si la encontraba con él en las manos. Lo que termina por preocupar a Clara y a Tomás son las últimas palabras de Diego: «Dime, Clara: ¿Irene te había hablado alguna vez de nuestro "querido" Rubén?». 

Clara no lo sabe, pero está apunto de saber que hace seis años Irene fue investigada por otro caso de asesinato. En aquella ocasión se trataba de Rubén de la Vega, un afamado escritor, compañero de Irene en la Universidad de Comillas donde ambos daban clase y su amante por entonces. Irene se vio tratada como sospechosa y aunque no se pudo probar nada contra ella, al no aparecer el asesino no ha podido librarse del peso de la sospecha. Ahora entiende Clara el porqué apareció Irene en su grupo de amigas de repente, tras «haber discutido» con sus amigas anteriores. Todas, excepto Alicia, se habían alejado de ella.  «La había conocido a principios de 2016, en una comida de amigas. Por aquel entonces yo residía en Madrid y me había escapado a Santander a pasar unos días. Alicia, que era de la pandilla histórica, nos pidió permiso para que se uniera. Irene tenía solo cuatro años más que nosotras y no desentonaba ni por edad ni por aficiones». 

Irene está aterrorizada. No puede soportar la idea de volver a estar en el punto de mira de cuantos la conocen y de cualquiera que se acerque al caso. Se juega su libertad y, lo que más le preocupa, a su hijo de un año. Por ello le pide a Clara no solo que la defienda, sino que haga todo lo posible por dar con el verdadero asesino, única forma que ve de quedar libre de toda sospecha.

«Irene tenía razón: era cuestión de horas que acaparara las portadas de los medios de comunicación. Pronto estaría en boca del pueblo entero, en el mejor de los escenarios. En el peor, toda España se solazaría con el espectáculo de su maldad. Aun en el caso de lograr el archivo de la causa penal por falta de pruebas, subsistiría la incertidumbre de su inocencia, un veneno que lastraría su imagen para siempre y la convertiría en un fantasma que se arrastraría por las calles de Comillas en busca de un consuelo imposible. Le juré entonces que lucharía con todas mis fuerzas para dar con el asesino».

Clara y Tomás se convierten así en detectives además de abogados, poniéndose en contra a los jefes del bufete  y enfrentándose a peligros que no se pueden imaginar. Tendrán que investigar no solo quién es el asesino del crimen actual, sino también el que mató a Rubén de la Vega pues enseguida se ve que ambos asesinatos tienen más relación de la que podría parecer en principio. Clara llegará incluso a temer por su propia integridad cuando empiece a sospechar que alguien puede estar persiguiéndola y amenazándola.

Y durante una buena parte del tiempo ni siquiera podrá estar segura de que Irene le haya contado toda la verdad «Pensé en Irene. Analizándolo con perspectiva, era posible que no hubiésemos alcanzado el grado de amistad e intimidad que yo creía. O tal vez sí. Tal vez no nos conociéramos lo suficiente. Pero ¿cuándo se conoce a una persona lo suficiente? ¿La amistad y la intimidad son conceptos ligados, interdependientes?».

Pablo Alaña

La sospecha eterna es una novela que mantiene la intriga desde el principio. El ritmo se va acelerando a medida que un asesinato se convierte en dos, perpetrados con seis años de diferencia, y los sospechosos se van multiplicando mientras las dudas sobre la inocencia de Irene no terminan de despejarse. Al menos, no se despejan hasta el final. Estamos ante un thriller entre detectivesco y legal. Pablo Alaña es abogado y se nota en esta novela. Su conocimiento de todo lo que se cuece en los juzgados, el método, la técnica, los protocolos legales, todo ello está magníficamente narrado. Y además es una novela sobre esas sospechas mediáticas y multitudinarias que a veces caen sobre los acusados o tan solo investigados. Que sí, que muchas veces, puede que la mayoría, son culpables. Pero no siempre. Las cosas no siempre son lo que parecen y hasta que un juez no dicta sentencia, o hasta que el propio acusado confiesa, hay que tener mucho cuidado con los juicios gratuitos que se hacen. En palabras del propio autor, «esta es una novela sobre las apariencias, los prejuicios y la confianza».

Pablo Alaña no es cántabro, al menos no de nacimiento porque viviendo en Santander desde los ocho años bien se puede considerar como tal. En realidad nació en Castelló de la Plana aunque tiene raíces vascas y gallegas. La sospecha eterna es su primera novela y con ella ha ganado el Premio València Nova 2022. Se trata de un thriller entretenido, bien tramado y muy bien escrito. Tiene además, para mí, el aliciente de estar ambientada principalmente en Santander, lugar que conozco bien pues es mi tierra de acogida desde hace más de treinta años. Muy recomendable.

Este libro participa también en el Reto Doce libros pendientes de tu biblioteca como El de casa (que transcurra en tu ciudad). Este libro está ambientado mayormente en Cantabria donde vivo hace más de treinta años)

Título del libro: La sospecha eterna

Autor: Pablo Alaña
Nacionalidad: España

Editorial: Versátil

Año de publicación: 2022

Año de publicación original: 2022

Nº de páginas: 360